martes, 30 de julio de 2013
La crisis interpretada por los filósofos
En Francia, André Glucksmann es uno de los llamados nuevos filósofos,
que se apartó de sus principios marxistas a partir de 1968. Él es muy
conocido en Alemania por sus dos libros "El cocinero y el Caníbal" y
"Los maestros pensadores". Sus padres eran Judíos del Este europeo y
vivieron en Palestina y Alemania antes de huir en 1937 a Francia, donde
Glucksmann nació ese mismo año. Publicó su autobiografía, "La furia de
un niño", en 2006. Como alguien que está profundamente familiarizado con
la filosofía alemana y ha tomado una mirada crítica a Heidegger desde
sus días universitarios, Glucksmann ha tratado de entablar un diálogo
intelectual con Alemania. En sus numerosos artículos y ensayos, el
filósofo de 75-años de edad, ha defendido el derecho a intervenir en
conflictos armados para proteger a los civiles, ha defendido a los
chechenos y a los georgianos en el Cáucaso, y ha criticado tenazmente a
Occidente por su tendencia a cerrar los ojos ante la persistente
presencia del mal en el mundo.
Esta semana ha concedido una extensa entrevista al ya famoso
mundialmente Der Spiegel que vale la pena que les resuma en esta
columna.
SPIEGEL: Sr. Glucksmann, a la luz de las experiencias intelectuales y
existenciales que tenía en el siglo 20 como un pensador
anti-totalitario, ¿está usted preocupado por el futuro de Europa?
Glucksmann: Nunca he creído que todos los peligros se hubieran
eliminado después del fin del fascismo y el comunismo. La historia no
llega a un punto muerto. Europa no salió de la historia cuando
desapareció el Telón de Acero, aunque en ocasiones ha parecido quererlo.
Las democracias tienden a ignorar u olvidar las dimensiones trágicas de
la historia. En este sentido, yo diría: Sí, la situación actual es
extremadamente inquietante.
SPIEGEL: Desde sus inicios hace 60 años, la comunidad europea ha estado
casi siempre tropezando de una crisis a otra. Los contratiempos son
parte de su modo normal de funcionamiento.
Glucksmann: Una sensación de crisis caracteriza la era moderna europea.
A partir de ella, se puede extraer la conclusión general de que Europa
realmente no es un estado o una comunidad en el sentido nacional, que
crece de manera orgánica. Asimismo, no se puede comparar con las
ciudades estado de Grecia, las cuales, a pesar de sus diferencias y
rivalidades, formaron una sola unidad cultural.
SPIEGEL: Los países europeos también están unidos por aspectos
culturales compartidos. ¿Existe una cosa como un espíritu europeo?
Glucksmann: las naciones europeas no son iguales, por lo que no se
pueden combinar entre sí. Lo que los une no es una comunidad, sino un
modelo de sociedad. Hay una civilización europea y una forma occidental
de pensar.
SPIEGEL: ¿Cuáles son sus características?
Glucksmann: Dado que los griegos - desde Sócrates a Platón y
Aristóteles - la filosofía occidental ha heredado dos principios
fundamentales: el hombre no es la medida de todas las cosas, y él no es
inmune al fracaso y al mal. Sin embargo, él es responsable de sí mismo y
por todo lo que hace o se abstiene de hacer. La aventura de la
humanidad es una creación humana ininterrumpida. Dios no es parte de
ella.
SPIEGEL: falibilidad y libertad. Pero, ¿son estos aspectos
fundamentales de la historia intelectual europea suficientes para crear
una unión política permanente?
Glucksmann: Europa nunca fue una entidad nacional, ni siquiera en la
Edad Media cristiana. El cristianismo siempre se mantuvo dividido - los
romanos, los griegos y más tarde los protestantes. Un Estado federal
europeo o confederación europea es una meta lejana que está congelada en
la abstracción de la palabra. Creo que perseguirlo es un objetivo
equivocado.
SPIEGEL: ¿Está la Unión Europea persiguiendo una utopía, tanto en términos políticos como históricos?
Glucksmann: A los fundadores de la UE les gusta invocar el mito
carolingio, y un premio de la UE lleva el nombre de Carlomagno. Pero,
después de todo, sus nietos dividieron su imperio. Europa es una unidad
en su división o una división en su unidad. Cualquiera que sea la forma
en que lo digas es evidente que no es una comunidad en términos de
religión, idioma o moralidad.
SPIEGEL: Y sin embargo existe. ¿Qué es lo que provocará su final?
Glucksmann: La crisis de la Unión Europea es un síntoma de su
civilización. No se define sobre la base de su identidad, sino, más
bien, en su alteridad. Una civilización no se basa necesariamente en un
deseo común de lograr lo mejor, sino, más bien, en la exclusión y hacer
el tabú del mal. En términos históricos, la Unión Europea es una
reacción defensiva ante el horror.
SPIEGEL: ¿Una entidad definida negativamente que surgió de la experiencia de dos guerras mundiales?
Glucksmann: En la Edad Media, los fieles rezaron y cantaron sus
letanías: "Señor, protégenos de la peste, el hambre y la guerra." Esto
significa que la comunidad no existe para el bien sino contra el mal.
SPIEGEL: En estos días, muchas personas citan la frase "nunca otra
guerra" como la razón de ser de Europa. ¿Esta unión implica que el
espectro de la guerra en Europa se ha disipado?
Glucksmann: La guerra de los Balcanes en la ex Yugoslavia y las
acciones criminales de los rusos en el Cáucaso no sucedieron hace tanto
tiempo. La Unión Europea se han reunido para oponerse a tres males: 1)
el recuerdo de Hitler, el Holocausto, el nacionalismo, el racismo y
extremo nacionalismo; 2) el comunismo soviético en la Guerra Fría y, 3)
por último, el colonialismo, que algunos países de la comunidad europea
tuvieron que abandonar dolorosamente. Estos tres males dieron lugar a
una comprensión común de la democracia, un tema central de la
civilización de Europa.
SPIEGEL: ¿Es un nuevo reto, unificar lo que falta hoy en día?
Glucksmann: No sería difícil si Europa no actuara tan imprudentemente. A
principios de 1950, el núcleo de la unión fue la creación de la
Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), la primera alianza
económica supranacional en el ámbito de la industria pesada. Como todos
saben, la contrapartida sería hoy una unión energética europea. En
cambio, Alemania decidió embarcarse en su transición a las energías
renovables por su cuenta, haciendo caso omiso de la dimensión europea.
Todo el mundo está negociando individualmente con Rusia por el petróleo y
el gas, Alemania firmó un acuerdo para construir el gasoducto del Mar
Báltico a pesar de la resistencia de Polonia y Ucrania e Italia
participa en el gasoducto South Stream a través del Mar Negro.
SPIEGEL: Entonces, cada país persigue sus propios intereses en medio de
cambiantes alianzas y acuerdos bilaterales que ignoran el espíritu de
la Unión Europea.
Glucksmann: Esto es un ejemplo sombrío de cacofonía porque demuestra
que los Estados miembros ya no están dispuestos ni son capaces de formar
un frente unido contra las amenazas externas y los desafíos de Europa
en el mundo globalizado. Esto toca el nervio del proyecto de
civilización europea, en el cual se supone que cada persona es capaz de
vivir por sí misma, y, sin embargo, todo el mundo quiere sobrevivir
unido. Y esto hace las cosas fáciles para Rusia bajo la presidencia de
Putin. A pesar de toda la debilidad de ese gigante de recursos
naturales, su capacidad para causar daño sigue siendo considerable y es
algo que a su presidente le gusta usar. La imprudencia y la falta de
memoria crea las condiciones para nuevas catástrofes, tanto en la
economía y como en la política.
Amistad filosófica
Durante siglos, de una forma u otra, se han expresado los más
elevados elogios a la amistad. Lo han hecho así filósofos y literatos,
poetas y hombres de todo tipo, hasta llegar a nuestros días en los que
seguimos escuchando o leyendo aquello de la amistad como vínculo
sagrado.
Pero veamos qué es lo que vivimos en realidad bajo el
nombre de la tan venerada amistad. Hoy prolifera en general, y salvo
excepciones, un "amiguísimo" fácil e inconstante, propio de las
circunstancias, como si fuera un artículo más de los tantos que
consumimos; o peor aún, como si fuera el envase desechable de esos
artículos comestibles.
Una persona se acerca a otra por los
beneficios que pueda obtener, ampliando todo lo posible el límite de
esos beneficios, que van desde la compañía para matar la soledad o para
compartir un rato de distracción, hasta la posibilidad de contar con
alguien en un momento de apuro. Pero pasado el apuro, la necesidad o la
obligada soledad, desaparece el amigo y la amistad.
Hoy se habla
de "amiguetes", compañeros para fumar juntos un cigarrillo prohibido,
para beber una copa más, para ver una película "porno" o para realizar
alguna jugarreta de mal gusto, remedando tristemente lo que antes se
llamaba valentía.
Existen, eso sí, compañeros de estudio que pasan
juntos meses y años en idénticas angustias y alegrías. Existen
compañeros de trabajo que se acostumbran a la rutina diaria de
encontrarse y separarse a la misma hora. Existen compañeros
circunstanciales para contarse cuitas e historias, penas y problemas, a
los que se valora cuanto más escuchan y menos hablan. Pero esos son
lazos que se rompen con facilidad y se olvidan en cuanto la vida da un
giro inesperado.
También existen las amistades románticas que
ocultan, en verdad, otro tipo de sentimientos, ya que suelen derivar en
enamoramientos que por desgracia no son más duraderos que las amistades
de paso ya señaladas.
Lo que falta y queremos recuperar, porque
sabemos que nunca ha dejado de existir es la amistad filosófica, la que
entraña un amor al conocimiento del uno al otro, la que pasa por encima
del tiempo y las dificultades, la que genera lazos de auténtica
fraternidad aunque no haya vínculos sanguíneos de por medio.
Por
eso la definimos como filosófica, aunque no la llamemos así en la vida
corriente. Es filosófica porque hay amor y necesidad de conocimiento. Es
la que hace que dos o más personas traten de conocerse, de
comprenderse, pasando por el conocerse a sí mismo. Es la que hace nacer
el respeto, la paciencia y la constancia, es la que perdona sin dejar de
corregir y la que impulsa a que cada uno sea cada vez mejor para
merecer al amigo. Es la que despierta el sentido de la solidaridad, del
apoyo mutuo en todo momento, la que sabe soportar distancias y dolores,
enfermedades y penurias.
La definimos como filosófica porque
creemos que sólo compartiendo ideas comunes, metas similares de vida,
idéntico espíritu de servicio y superación, puede nacer esa amistad que
ni es planta de un día ni nube de verano.
Por eso, nosotros los
que aspiramos a la Sabiduría y la buscamos con voluntad inquebrantable
hasta hallar sus trazos, podemos y debemos cultivar este noble
sentimiento volcándolo en aquellos que del mismo modo tratan de
encaminar sus vidas.
La amistad es una sonrisa constante, una mano
siempre abierta, una mirada de comprensión, un apoyo seguro, una
fidelidad que no falla. Es dar más que recibir; es generosidad y
autenticidad. Es un tesoro que vale la pena buscar y una vez encontrado,
mantener para toda la vida como anticipo del reencuentro de las almas
gemelas y como sombra favorita de lo eterno.
domingo, 28 de julio de 2013
Levedad
Parece que nunca como ahora, a un tiempo tan duro le ha correspondido
una cultura tan leve e inane. Lo lógico es que la convulsión social
libere del inconsciente colectivo un pozo negro del que se nutren los
grandes artistas. El viento fétido que anunciaba la Primera Guerra
Mundial engendró el expresionismo alemán y dio nombres insignes a la
historia del arte. Ese movimiento estético encabezado, entre otros, por
Georg Grosz, Kirchner y Otto Dix fue la proyección de una locura que
presagiaba la próxima tragedia. La belleza se hallaba entonces al mismo
nivel de la destrucción. Incluso la época más frívola de entreguerras,
llena de sombreros blancos, pliegues en los pantalones bombachos, martinis
y sonidos de jazz tuvo a un ejemplar de la altura estética de Scott
Fitzgerald para representarla. Con el inicio del siglo XX llegó Picasso
al frente de la vanguardia histórica; Sigmund Freud extrajo de los
pasteles de Viena la mucosa sexual del subconsciente, que Joyce en el Ulises
convertiría en esos pensamientos turbios e inconexos de un ciudadano
vulgar, que son los de la humanidad entera, derramados por las calles de
Dublín. El escarabajo de Kafka emergió de gueto de Praga como
un proyecto vital, mientras toda la nostalgia evanescente de un mundo
que se iba, fue hilada como un capullo de oro por ese gusano de seda que
fue Marcel Proust. Steinbeck levantó acta de la Gran Depresión; después
del gas mostaza de la Primera Guerra Mundial había que escalar la Montaña Mágica,
de Thomas Mann; después del gas Ziklon B de Auschwitz estaban Sartre y
Camus. Se achaca a nuestra época el que haya convertido el arte en una
espuma llena de ocurrencias y no será porque falten alicientes de
locura, confusión, sangre y fanatismo en cada telediario. Pero esta
aparente levedad es solo de un espejismo. Ya no se escriben versos sobre
la luna porque se ha viajado a la luna de verdad; no está Heidegger ni
Wittgenstein ni Carl Popper porque la filosofía es la materia oscura de
la física cuántica; se han terminado los sueños vanos porque la biología
molecular ha desvelado el misterio de la vida. La poesía está en la
química y si no hay novelas ni teatro es porque la ficción es ya la
propia conciencia de estar vivos formando parte de las estrellas.
¿Y qué hace tu padre?
Cuando todos los demás abandonan es cuando el filósofo empieza a trabajar
Hace ya algunos años, cuando todavía iba al colegio, plantearon en la
clase de mi hija la consabida pregunta acerca de a qué se dedicaban los
respectivos padres. Cuando le llegó su turno, ella contestó que su
padre era filósofo. Su compañero de pupitre, algo sorprendido por el
exotismo de la respuesta, le reclamó mayor concreción: “¿Y qué hace tu
padre?”, a lo que mi hija respondió: “Mi padre piensa”. Respuesta ante
la cual el niño en cuestión reaccionó como un autómata exclamando:
“¡Pues mi padre también piensa y no le pagan!”.
He recordado muchas veces esa anécdota, bien representativa de una
mentalidad por desgracia demasiado frecuente. En su supuesto candor
(bueno, la verdad es que la criatura era bastante repelente), aquel niño
manejaba dos supuestos que le parecían obvios. El primero, que la
valoración económica de cualquier actividad está en función de la oferta
y la demanda, y en consecuencia algo que todo el mundo es capaz de
hacer no debería merecer apenas retribución. El segundo supuesto era el
de que eso que denominamos pensar hace referencia a una actividad
homogénea, esto es, una actividad que no solo todo el mundo hace, sino
que hace de la misma manera.
Tal vez resida aquí el quid de la cuestión, aquello que el angelito
que compartía pupitre con mi hija daba absolutamente por descontado, y
que resultaba todo menos obvio. Porque si otro niño de la clase hubiera
contestado a la misma pregunta acerca de a qué se dedicaba su progenitor
diciendo “mi padre es cantante”, probablemente a nadie en el aula se le
hubiera ocurrido apostillar “pues mi padre también canta en la ducha y
no le pagan”, porque de inmediato el resto de la clase se le hubiera
echado encima observándole la diferencia abismal entre la calidad
profesional de uno y el amateurismo del otro.
Se supone, pues, que lo que concede sentido a la actividad de los
filósofos profesionales (al margen de que, además, puedan ser profesores
de filosofía y, por tanto, se dediquen a transmitir la herencia
recibida), lo que les concede un plus sobre el homogeneizador “todo hombre es filósofo” gramsciano, es una presunta especificidad en su forma de pensar. Destaco la palabra forma
para subrayar que no se trata de que el filósofo aplique su pensamiento
a un objeto propio, al margen de los objetos de otros saberes
particulares, como gustaba de pensar una rancia metafísica. Como tampoco
se trata de que disponga de unas herramientas propias, de un utillaje
teórico-conceptual exclusivo que le permita acceder a dimensiones
escondidas o secretas de aquellos objetos. Con la palabra y la razón
—sus únicos instrumentos de trabajo—, el filósofo no puede pretender el
acceso a estratos de lo real inalcanzables por otros discursos. El
filósofo, pues, no piensa en cosas distintas a aquellas en las que
piensa el común de los mortales, sino que, pensando en las mismas, lo
hace de otra manera.
¿De qué manera?, se preguntará de inmediato cualquier lector. Con lo que bien pudiéramos llamar radicalidad filosófica,
esto es, esforzándose por ir hasta el límite mismo de lo que estamos en
condiciones de pensar. Para intentar visualizar la naturaleza de esta
forma de pensar podríamos invocar en nuestra ayuda a las figuras de
Michel Foucault y de Ortega. El primero señalaba en su celebrado
opúsculo Nietzsche, Marx, Freud, en el que sintetizaba las
líneas mayores de lo que Paul Ricoeur había llamado “la escuela de la
sospecha”, que lo característico de estos tres autores era la crítica a
la conciencia como punto de partida, esto es, la impugnación del
convencimiento —burgués, optimista y biempensante en el fondo— de que el
planteamiento cartesiano había legitimado de manera irreversible la
racionalidad humana, cuando en realidad lo que a este le había sucedido,
como asimismo observaron los tres, es que había sido incapaz de
tematizar la metaduda (esto es, la existencia de un lugar desde el que poder criticar la propia conciencia).
Por su parte, Ortega, en su texto Ideas y creencias,
planteaba la distinción, también muy citada, entre ideas y creencias No
hará falta reconstruir con detalle, por sobradamente conocido, el
trazado de la línea de demarcación que separa ambas nociones: mientras
que las ideas son pensamientos que se nos ocurren (de ahí que en algún
momento Ortega las denomine también “ocurrencias”), lo más
característico de las creencias es precisamente el hecho de que no
desembocamos en ellas a través de actos específicos de pensamiento que,
por el contrario, se hallan ya en nosotros, constituyendo el entramado
básico de nuestras vidas. Dicho con la proverbial rotundidad orteguiana:
las ideas se tienen; en las creencias se está.
Pues bien, es precisamente en la intersección de ambas aportaciones
donde debemos ubicar la especificidad de la tarea filosófica. El
contenido de ese pensar al que se aplica el filósofo consiste en la
permanente sospecha de lo que damos por descontado, de aquello que ni
ponemos en cuestión porque apenas lo alcanzamos a percibir, esto es, a
visualizar como idea porque se ha mimetizado con lo real al mutar a
creencia y, por tanto, nos resulta imposible de someter a crítica. No en
otra cosa consiste la radicalidad filosófica a la que antes se
aludió, el llegar hasta el límite de lo que estamos en condiciones de
pensar al que se hizo referencia. Que no es, por tanto, ninguna
reivindicación de lo inefable o ningún reconocimiento, derrotado, de
nuestras limitaciones. Las hay, qué duda cabe, pero, evocando a
Wittgenstein, están para ser forzadas, ampliadas, ensanchadas.
Por formularlo de una manera algo rotunda, el filósofo inicia su
andadura cuando el resto abandona, cosa que casi siempre suele hacer con
un argumento del tipo “hasta aquí podíamos llegar”. Pues bien, es
cuando los demás se retiran, creyéndose cargados de razón (siendo así
que solo acarrean tópicos en la mochila) y dejando como frase de
despedida un tan solemne como pretencioso “apaga y vámonos”, cuando el
filósofo enciende su modesto candil y se pone a pensar sobre aquello que
el resto querría condenar a la oscuridad de lo impensable.
sábado, 27 de julio de 2013
Maestro de filosofía del siglo XXI
Un maestro de filosofía, no es sólo una persona que
maneja y práctica una materia con desenvoltura como si fuera un ser
convencional, al contrario, su función es comunicar, notificar, explicar, comprender y
traducir verdades que mejoran la calidad de vida no solamente de los
estudiantes sino de sí mismo como sujeto inmerso en una sociedad o cultura, dentro
de su ejercicio docente, sus verdades no solo develan conocimiento también son
la muestra de una gran vocacionalidad por su doctrina ética y axiológica.
El maestro de filosofía, no utiliza su
espacio de clases para mostrar un mensaje con ayuda de los elementos que
enunciamos en la parte de arriba, es
alguien que dialoga mediante una pregunta: ¿Qué
quieres que haga por ti? o ¿Por qué me has llamado para enseñarte el saber
filosófico?;
Que se deviene de forma constante
por la transformación de su piel de
maestro que se pregunta o diserta a cerca de su quehacer pedagógico-filosófico
en las aulas, pero esta cualidad es el medio por el cual se puede develar como se ha profundizado o añejado la enseñanza
de la filosofía, sino que se vuelve el
referente necesario de evaluación del proceso de enseñanza y aprendizaje que
llevan tanto el maestro como su alumno. A mirar los avances del procesos desde
los conceptos de evolución y progreso.
Adicional
a esto, el maestro que se
pregunta o cuestiona, no lo hace solo para enseñar y aprender como
persona, sujeto enseñante o de un alumno, que es sujeto aprendiz, sino
que en
palabras de George Steiner: “lo hace
para irrumpir y arrasar con el fin de limpiar y reconstruir la mente de ese
mortal que va en su búsqueda”.
Esta categorización, demuestra que el maestro no solo vive de
hacerse preguntas, dialogando o mirando una tradición, sino que es un ser como
cualquier otro con necesidades afectivas, sociales y culturales, las cuales
busca satisfacer no necesariamente mediante un sueldo sino a través de un
oficio como es enseñar a pensar a otros.
Ahora vamos a mirar al maestro como un seductor, cuya finalidad es tirar una disertación o pregunta con base en
una mirada filosófica, la cual responderá a los intereses de sus alumnos y/o
discípulos, puesto que eso es seducir, buscar afinidades mías que le gusten al
otro para establecer un vinculo que nos una o atraiga su atención.
El efecto de esta seducción, es “la dislumbración de las tormentas en los
altos mares del conocimiento y así amedrentar a la sirena que se llama
ignorancia o a las tormentas de la pereza y del facilismo; e incitar a nuevos
caminos que inciten las aventuras de nuevos encuentros”.
Los maestros de filosofía como seductores, no son simples generadores de una pasión, son
seres carismáticos que buscan a través de las almas de sus alumnos, para que
conozcan sus capacidades, en los diversos ámbitos de sus ser como humanos e
intelectuales. Y así buscar asombrar a la sociedad.
Por otra parte, hablaremos del maestro de filosofía como
sabio, puesto que ya hemos expuesto del seductor, indagador, ser cotidiano.
Éste nace como un heredero de la herencia socrática, la cual es dialogar con la
tradición cada que se va realizar una investigación, lectura, análisis o crítica
de un texto o trabajo filosófico,
por el valor que esta tiene para responder las mismas o nuevas preguntas
que surgen dentro del quehacer cotidiano de la clase de filosofía.
El maestro sabio es alguien humilde
que dice: “No se puede indagar de lo que
sabe, puesto que ya se sabe y en ese caso no hay necesidad de indagación, ya
que lo que no sabe es lo que se tiene indagar.” Esto genera que su
alumno cada día desarrolle una competencia dialógica con si mismo, pero
especialmente con el conocimiento, por que se da cuenta cuál es su trayecto o
las rutas que debe trazar para alcanzar igual o mejor trayecto que su maestro.
La labor del maestro sabio no se concentra en sembrar, modificar o guiar,
sino ayudar a que ese alumno alcance lo propuesto, con su ayuda o mostrarle el camino para llegar a la nave de
la doxa o del sentido común en su existencia, es más bien, confrontar sus ideas
en torno al conocimiento.
Se concluye , que el maestro de
filosofía del siglo XXI es una combinación de un sembrador, sabio, artesano,
guía o ser cotidiano que forma diversas formas de ver, analizar y pensar el
mundo; su tarea será buscar la forma que su enseñanza ayude a buscar ese sentido que todos debemos ser.
La educación en Confucio
"Los principios de la educación superior, consisten en proteger el
carácter diáfano del hombre, dar nueva vida al pueblo y morar
(descansar) en la perfección, o sea el bien esencial. Sólo después de
conocer la calidad de perfección en la que uno debe morar, podemos tener
un propósito definido en la vida. Sólo después de tener un propósito
definido en la vida, podemos alcanzar la tranquilidad de espíritu. Sólo
después de alcanzar la tranquilidad de espíritu podemos gozar de un
pacífico reposo. Sólo después de gozar un pacífico reposo, podemos
comenzar a pensar. Sólo después de aprender a pensar, podemos lograr el
conocimiento. Hay una base y una superestructura en la constitución de
las cosas, y un principio y un fin en el curso de los acontecimientos.
Por consiguiente, conocer el encadenamiento adecuado o el orden relativo
de las cosas es el comienzo de la sabiduría".
Cuando Confucio habla de educación superior se refiere a la formación de discípulos y seguidores. Ellos tiene que ser formados para luego poder formar reinos y pueblos.
Proteger el carácter diáfano del hombre. Se tiene que descubrir el más noble aspecto del carácter de cada hombre y hacerlo diáfano, que aparezca a la luz y se vea. Descubrir el centro de la persona, con lo mejor que tiene, y ayudarlo a desarrollar. Lo mismo vale para un pueblo, para un grado, para un curso, para cualquier grupo que aprende. Un grupo, un pueblo tiene una personalidad y hay que ayudar a desarrollarla.
La perfección no se encuentra al final del camino, sino en el medio. Cuando se logra un equilibrio en la propia personalidad y se permanece en armonía, practicando la virtud, es allí donde se debe morar, habitar, permanecer. No es seguir haciendo y produciendo como se alcanza la perfección, sino viviendo desde esa armonía. Los actos saldrán armónicos y perfectos. Nos replantea el modo de como tenemos que ser educados. Los profesores o maestro tienen que intentar formar discípulos y no tener alumnos.
Cuando logramos experimentar la perfección en algún aspecto, aprendemos a permanecer en ella y buscamos hacerlo en todos los aspectos de la vida, paulatinamente. Ya se alcanza la perfección, que no está al final del camino necesariamente, sino en cada momento donde se logra la armonía y un orden social y personal. Desde esta experiencia, un pueblo, un hombre aprende a ponerse metas en la vida y a definir un sentido para su vida. A medida que vas consiguiendo vivir ese sentido de vida, vas alcanzando la tranquilidad de espíritu y permaneces en esa tranquilidad que es la felicidad. La enseñanza de Confucio puede servir a los formadores de personas, con humildad y amor, que alcancen esa armonía. Poniendo al alcance de la reflexión, esta sabiduría que proviene del Asia, y que muchas veces está escondida para el mundo occidental.
Sólo cuando estamos en un pacífico reposo y lo podemos gozar es caundo podemos comenzar a pensar. En este silencio interior es donde surge la reflexión. Debe haber una pedagogía del silencio interior. Sólo aprendiendo a pensar se obtienen conocimientos. Dando paso a paso se va logrando la estructura humana y social; se va logrando aprender y desarrollar la personalidad de un hombre y un pueblo.
Saber dar adecuadamente esos pasos es el comienzo de la sabiduría.
Para que un maestro o profesor, logre enseñar con la sabiduría de Confucio, debe reconocer en primer lugar lo mejor del carácter de sus alumnos y aquellos aspectos de su constitución y personalidad, que son buenos, aunque pueden estar desviados. Debe educar desde ellos.
En nuestra mentalidad occidental, siempre se quiere más y se considera que la perfección es seguir siempre creciendo. Como que la perfección fuera algo inalcanzable. Esto no responde a la realidad y determina mal nuestro modelo educativo.
Cuando se logra una cierta perfección, que tiene relación con la naturaleza que tienes y con las posibilidades de cada alumno y del grupo, lo que propone Confucio es permanecer en esa perfección y desde allí plantearte el querer aprender. El deseo de aprender es fundamental para hacerlo. Hoy falta. Cuesta motivarlo y lograrlo en los alumnos. Una de las cuestiones que suceden es que no se les explica que relación tiene ese conocimiento con la vida cotidiana, y su utilidad para sus vidas y la de los que le rodean. Deben educar de tal forma que cuando un alumno adquiere un conocimiento y lo aplica a su vida perfectamente para él, debe aprender a disfrutarlo, tener gozo y permanecer en él. Así estará ese alumno tranquilo y pacífico. Y desde esa actitud de ocio filosófico puede seguir aprendiendo. Cuando descubre una relación causal con cada conocimiento que va adquiriendo, allí comienza la sabiduría.
Testimonio de un profesor
Viento en Pelícana. Los niños corren libres en la apertura intrínseca de
su ser, jugando a construir castillos de arena en el mar, con una marea
que los borra una y otra vez. Los niños van y vienen, no se cansan de
inventar entretenciones para estar “entre” el yo y el tú. Y ahí aparecen
desmemoriados, llenos de olvido, como artistas que en cada instante
crean. No les importa que los miren, no son concientes de ello.
Simplemente “son”, «más allá del bien y del mal».
Ya lo decía Nietzsche: sólo el olvido permite crear y sólo el crear redime el dolor. Sólo el niño, el artista, puede alcanzar la felicidad.
Este invierno tuve la suerte de participar en un voluntariado. Visitamos la localidad de Pelícana, ubicada en La Serena. Estar en ese lugar fue confirmar mi deseo de ser profesor en escuelas rurales, en la naturaleza…
Un viento espeso, una pradera serena, un río sinfónico, un colegio humilde, un pueblo silencioso. No más de 300 personas. No más de 40 niños. Y sin embargo estos últimos lo alegran todo. Sin ellos Pelícana sería una especie de Comala. Los niños son la esperanza de un futuro distinto, en ellos se depositan las razones de muchos trabajadores para soportar cualquier tipo de injusticia.
Mi misión en el voluntariado fue participar en educación. Ahí me tocó jugar con los niños, enseñarles ajedrez y filosofía. Y aunque cueste imaginar a un niño sentado en la tranquilidad del pensamiento, en tan sólo diez días esa imagen fue posible.
Los currículos escolares relegan la filosofía a cuarto medio, confundiéndola incluso con la psicología. Cuando la filosofía llega el muchacho sólo quiere salir del colegio, está pensando en la PSU y en cómo ganar dinero en el futuro. Si le hablan de Platón, se aburre. No quiere “paja molida”. Mucho menos que un profesor trate de psicoanalizarlo con preguntas abiertas y carentes de sentido (¿qué es el amor?, preguntan ingenuos).
Si tan sólo se enseñara filosofía en la infancia, a través de juegos prácticos, todo sería distinto. Cuando corresponda el encuentro con la teoría y el texto la filosofía no se vería como extraña, sino como necesaria para habitar el mundo con un poco más de sentido.
Es la carencia de comprensión, el estancamiento de una mirada crítica e imaginativa ante la vida la que hace que esos niños pierdan su condición y se vuelvan adultos. Es esa falta de filosofía, es decir, la falta de olvido, la ausencia de creación la que convierte la vida en un infierno. «¡Somos actores y guionistas de nuestro propio drama!» decía Rorty.
Por eso urge la inclusión de filosofía a los currículos escolares a más temprana edad, para que los niños no desaparezcan a los 14 años, para que este mundo -cada vez más dramático y nihilista- se llene de niños y juegos.
Ya lo decía Nietzsche: sólo el olvido permite crear y sólo el crear redime el dolor. Sólo el niño, el artista, puede alcanzar la felicidad.
Este invierno tuve la suerte de participar en un voluntariado. Visitamos la localidad de Pelícana, ubicada en La Serena. Estar en ese lugar fue confirmar mi deseo de ser profesor en escuelas rurales, en la naturaleza…
Un viento espeso, una pradera serena, un río sinfónico, un colegio humilde, un pueblo silencioso. No más de 300 personas. No más de 40 niños. Y sin embargo estos últimos lo alegran todo. Sin ellos Pelícana sería una especie de Comala. Los niños son la esperanza de un futuro distinto, en ellos se depositan las razones de muchos trabajadores para soportar cualquier tipo de injusticia.
Mi misión en el voluntariado fue participar en educación. Ahí me tocó jugar con los niños, enseñarles ajedrez y filosofía. Y aunque cueste imaginar a un niño sentado en la tranquilidad del pensamiento, en tan sólo diez días esa imagen fue posible.
Los currículos escolares relegan la filosofía a cuarto medio, confundiéndola incluso con la psicología. Cuando la filosofía llega el muchacho sólo quiere salir del colegio, está pensando en la PSU y en cómo ganar dinero en el futuro. Si le hablan de Platón, se aburre. No quiere “paja molida”. Mucho menos que un profesor trate de psicoanalizarlo con preguntas abiertas y carentes de sentido (¿qué es el amor?, preguntan ingenuos).
Si tan sólo se enseñara filosofía en la infancia, a través de juegos prácticos, todo sería distinto. Cuando corresponda el encuentro con la teoría y el texto la filosofía no se vería como extraña, sino como necesaria para habitar el mundo con un poco más de sentido.
Es la carencia de comprensión, el estancamiento de una mirada crítica e imaginativa ante la vida la que hace que esos niños pierdan su condición y se vuelvan adultos. Es esa falta de filosofía, es decir, la falta de olvido, la ausencia de creación la que convierte la vida en un infierno. «¡Somos actores y guionistas de nuestro propio drama!» decía Rorty.
Por eso urge la inclusión de filosofía a los currículos escolares a más temprana edad, para que los niños no desaparezcan a los 14 años, para que este mundo -cada vez más dramático y nihilista- se llene de niños y juegos.
viernes, 26 de julio de 2013
Papá hacía Lucia
Querida Lucia,
Recientemente, tu madre y yo estábamos buscando algo en Google. A la
mitad de escribir la pregunta, Google nos mostró una lista con las
búsquedas más populares en el mundo. La búsqueda más popular en la lista
era “Cómo mantenerlo interesado”.
Me sorprendió. Revisé varios artículos de la incontable cantidad que
aparecieron acerca de cómo ser sexy y sexual, cuándo llevarle una
cerveza en vez de un sándwich y las formas de hacerlo sentir más
inteligente y superior.
Me enfurecí.
Pequeña, esto no es, nunca ha sido y nunca será tu trabajo -“mantenerlo interesado”.
Pequeña, tu única tarea es saber muy dentro de tu alma –en ese lugar
inquebrantable que no se transforma por el rechazo, la pérdida o el ego-
que tú eres digna de interés. (Si puedes recordar que todos también son
dignos de interés, estarás por ganar la batalla de tu vida. Pero esa es
otra carta para otro día.)
Si puedes estar segura de que vales en este sentido, serás atractiva
en la manera más importante del mundo: atraerás a un chico que sea digno
de tu interés y que también querrá pasar su vida invirtiendo todo su
interés en ti.
Pequeña, quiero decirte algo acerca del hombre que no necesita que lo
mantengan interesado, porque él sabe que tú eres interesante:
No me importa que ponga los codos en la mesa –siempre y cuando él
ponga sus ojos en la manera en que tu nariz se frunce cuando sonríes. Y
que luego no puede dejar de ver.
No me importa si no puede jugar golf conmigo –siempre y cuando él
pueda jugar con los hijos que le des y disfrute todas las formas
gloriosas y frustrantes en las que se parecen tanto a ti.
No me importa que no persiga el dinero –siempre y cuando él persiga su corazón y siempre lo lleve de vuelta a ti.
No me importa si es fuerte –siempre y cuando él te de espacio para ejercitar la fuerza que hay en tu corazón.
No me podría importar menos si vota –siempre y cuando se levante cada
mañana y te elija un lugar de honor en tu casa y un lugar para
venerarte en su corazón.
No me importa el color de su piel –siempre y cuando el pinte el
lienzo de sus vidas con pinceladas de paciencia, sacrificio,
vulnerabilidad y ternura.
No me importa si fue educado en esta religión o en otra o en ninguna
–siempre y cuando haya sido educado para valorar lo sagrado y para saber
que cada momento de la vida y cada momento que pase contigo es algo
profundamente sagrado.
Al final pequeña, si te topas con un hombre como ese y parece que él y
yo no tenemos nada en común, en realidad tendremos en común lo más
importante:
Tú.
Porque al final, pequeña, la única cosa que debes hacer para “mantenerlo interesado” es ser tú misma.
Porque al final, pequeña, la única cosa que debes hacer para “mantenerlo interesado” es ser tú misma.
Tu hombre eternamente interesado
Papá.
Hannah Arendt trailer
No diría que Hannah Arendt, el film de
Margarethe von Trotta, es una gran película, pero sí que merece la pena
verse, pues trasmite algo del vigor moral y el atractivo de la
pensadora. La película se ocupa de un episodio concreto de la vida de la
escritora, cuando Hannah Arendt, a invitación de una revista
americana, cubre el proceso de Eichmann en Israel, y se entretiene
relatando sus incidencias, y sobre todo presentando a Eichmann, como un
servidor fiel y autómata, pero no especialmente perverso o degenerado,
del régimen hitleriano, aunque le cupiese una responsabilidad esencial
en la eliminación en los campos de exterminio de millones de judíos. La
propuesta de Arendt de comprensión del nazismo desde su banalización,
que se veía facilitada por una determinada cultura política alemana,
propensa a la insistencia en las virtudes de la obediencia, el orden, y
la absolutización de la nación, complementa el análisis de la filósofa
alemana del universo nazi, como caso de sistema totalitario, en el que
se enlazan el antisemitismo, el imperialismo y el terror, que había
llevado a cabo en su gran libro, Los orígenes del totalitarismo.
Llama la atención en la película la
recuperación de la cara privada de Hannah Arendt, el trato afectuoso con
su marido, su dependencia con los amigos (mi patria no es mi pueblo,
sino mis amigos, dice en algún momento cuando le previenen sobre los
efectos negativos de su testimonio público). Y su relación, como
profesora con sus alumnos: ellos constituyen la Universidad y no el
colegio engreído y romo de su colegas. Los alumnos, que son los que la
conocen, acogen el sentido de su propuesta de entendimiento del
holocausto, que se hace desde un rechazo radical de la barbarie, sin
fisura por su parte.
Es hermosa la última escena de la película en la que Hannah elige dar cuenta de la intención de su libro ante el único tribunal que acepta, el de su alumnos, que la ovacionan en el aula al final de su lección, tan sincera como lúcida.
Es hermosa la última escena de la película en la que Hannah elige dar cuenta de la intención de su libro ante el único tribunal que acepta, el de su alumnos, que la ovacionan en el aula al final de su lección, tan sincera como lúcida.
¿Lograremos encontrarla?
"En
todos los tiempos, en todas las culturas ha sido constante el anhelo
del ser humano por alcanzar la felicidad. Todos aspiramos a la felicidad
y la buscamos de mil maneras. ¿Lograremos encontrarla?
Buscamos la felicidad en los bienes externos, en las riquezas, y el
consumismo es la forma actual del bien máximo. Pero la figura del
'consumidor satisfecho' es ilusoria: el consumidor nunca está
satisfecho, es insaciable y, por tanto, no feliz. Podemos buscar la
felicidad en el triunfo, en la fama, en los honores. Pero ¿no es todo
eso sino pura vanidad, en definitiva nada o casi nada? Otro modo de
búsqueda de la felicidad es la autocomplacencia: así, el goce del propio
placer, el deseo de perfección o la práctica de la virtud. Aspiramos a
la felicidad, pero aspirar no es lo mismo que 'buscar' y, todavía menos,
que 'conquistar', ni fuera ni dentro de nosotros mismos. La felicidad
es un don, el don de la paz interior, espiritual, de la conciliación o
reconciliación con todo y con todos y, para empezar y terminar, con
nosotros mismos.
Para recibir el don de la felicidad el talante
más adecuado es, pues, el desprendimiento: no estar prendido a nada,
desprenderse de todo. La felicidad, como el pájaro libre, no está nunca
en mano, sino siempre volando. Pero tal vez, con suerte y quietud por
nuestra parte, se pose, por unos instantes, sobre nuestra cabeza. "
José Luis Aranguren
Wittgenstein película
Wittgenstein es una película de 1993 del director inglés Derek Jarman.
Se basa en la historia de vida, así como el pensamiento filosófico del
filósofo Ludwig Wittgenstein. El Wittgenstein adulto es interpretado por
el actor galés Karl Johnson. El guión original fue por el crítico
literario Terry Eagleton. Jarman reescribió el guión durante la
preproducción y rodaje, alterando radicalmente el estilo y estructura, a
pesar de que conserva gran parte del diálogo de Eagleton.
jueves, 25 de julio de 2013
La televisión
Los contenidos transmitidos por la televisión no son «sabiduría», sino la antítesis misma de la sabiduría: ella transmite la serie de pautas díscolas que destruyen el mundo. Y si la sabiduría es holismo y la ignorancia fragmentación, tanto el mensaje principal de la TV —la estructura misma del medio— como sus mensajes secundarios —lo que a través de ella nos dicen los anunciadores y los locutores de los espacios informativos, así como los mensajes implícitos en los programas «recreativos»— no son otra cosa que una exacerbación de la ignorancia y de la deformación constituidas por la fragmentación. Así pues, la TV y otros medios audiovisuales impulsan el desarrollo del error que caracteriza el ciclo «evolutivo» (o más bien degenerativo) de la humanidad, colaborando con la ocultación cada vez más perfecta de la naturaleza de lo dado y, en consecuencia, con un distanciamiento cada vez mayor con respecto a la «verdad».
Los medios audiovisuales crean artificialmente ídolos de masas que encarnan y promueven valores díscolos cuya adopción resulta necesariamente en destrucción y sufrimiento. Además, tales individuos, en vez de querer preservarse contra la idolatría de otros, a pesar de sus pies de barro —y de su pesado cuerpo de cristal— sólo aspiran a transformarse en ídolos de masas y a creer que ellos son la imagen que sus «fans» admiran e idolatran. En este caso, pues, podríamos considerar el error constituido por el ego como «medio» —o sea, como nivel principal de mensaje— y como «mensaje» —o sea, como nivel secundario de mensaje— a los valores que encarnan los personajes y que inculcan los programas: la visión del mundo implícita en los supuestos de todo razonamiento presentado, en informaciones manipuladas, en actitudes y valores de personajes; la exacerbación de la sensación subjetiva de carencia de los individuos por la propaganda comercial; el fomento de la avidez, la violencia y otras pasiones indeseables; etc. Lo anterior hace que los modelos que deberían ser evitados se transformen en modelos a imitar y el proceso de degeneración se exacerbe, acelerando el paso de la humanidad en su marcha hacia el abismo.
Ciencia
Erasmo de Rotterdam decía que la ciencia era el veneno de la felicidad y que ella constituía un manantial de orgullo y maldad, y también que en ella «Lucifer plantó sus reales». La ciencia es un intento instrumental de comprender en términos del proceso secundario una serie de objetos que son considerados como separados del sujeto, como discretos y como autoexistentes; tanto por su estructura y función como por el interés que la determina, desde sus orígenes ella ha estado asociada al afán tecnológico que se desarrolló junto con las relaciones instrumentales que nos han hecho tratar a la naturaleza como un útil, explotándola hasta destruirla, y que al mismo tiempo nos han hecho explotar, oprimir y tratar como útiles a los otros seres humanos.
Cuento del amor
Decía Oscar Wilde que “cuando los dioses quieren castigar a
los hombres, les conceden lo que desean”. Siempre deseamos lo que no tenemos… Y
cuando lo tenemos, ¡qué decepción!... Volvemos a desear otra cosa, ir aún más
lejos, siempre, infinitamente, porque, como lloraba Luis Cernuda, el deseo es
“una hoja cuya rama no existe (…), una pregunta cuya respuesta nadie sabe”.
Somos el animal insatisfecho, siempre queremos más, porque estamos hechos de
barro, sí, pero también de esa sutil materia de los sueños. “Neti, neti”, decían
los sabios brahamanes a cada respuesta o acción de sus discípulos, “no es eso,
no es eso”. Nunca es exactamente eso
lo que de verdad buscamos…
¿Qué nos hace tan disconformes? Sea lo que sea, es eso lo
que nos mueve, lo que nos empuja a crecer. El movimiento es el modo que tenemos
de ser los que aún no somos todo lo que somos. ¿A qué este anhelo de
ser más, de ser otro mejor, de buscar lo que nos falta, de comernos el mundo?
Buscar la perfección es, primero, saber que la perfección nos falta. Eso es fácil
(basta mirarse al espejo de la conciencia un par de segundos), pero también es
imposible: ¿como nosotros, barro inmundo, burbuja tan frágil, vamos a tener
idea de esa perfección que nos falta
y buscamos desde nuestro mismo improbable principio?...
Cuando una pregunta no tiene respuesta (o un deseo no tiene
cura) lo mejor, siempre, es contar un cuento. Como este.
Cuenta el filósofo Platón que en un banquete de cuento, que
celebraron unos nobles amigos en honor de uno de ellos (el más cuentista, pues
era poeta), decidieron invertir la gracia y la luz del vino trasegado en hablar
del amor. Y cuando fue el turno de Sócrates éste contó lo que una sabia mujer,
Diotima, le contó una vez acerca de lo que contaban del nacimiento de Eros, el
dios del Amor. Cuenta este cuento de cuentos que en un olímpico banquete, en
que los dioses celebraban el nacimiento de Afrodita, diosa de la belleza (esa
brillante faz con que espejean, aquí abajo, los celestes sueños), salió a tomar
el eter, borracho como nunca, el dios Poros, señor de la abundancia,
y encontrose allí, en los edénicos jardines del Olimpo, a la desgraciada
Penia, diosa de la carestía y la pobreza, la cual, olvidada por todos, vagabundeaba
entre los restos del divino festín. Y he aquí que Penia, pobre pero no tonta,
se aprovechó de la inconsciencia de Poros y solazándose con él concibió ese día
un hijo, al que, por su naturaleza, pusieron de nombre Amor, o Eros, que es lo mismo.
Asi que el amor, dice Platón es el hijo
de lo Mucho y de lo Poco,
de la borrachera del Dios de Todo y la inteligencia de la Diosa de Nada,
de
lo Perfecto olvidado de sí y de la Imperfección consciente de sí. Este
hijo, el Amor, heredó de su padre el viejo sueño de lo Uno y lo
Completo, y de
su madre la triste rémora de lo Partido y lo Cojo. Y desde entonces,
hecho cuerpo renquea y
brinca por la Tierra atento a cada bella llamada del Cielo. Este Amor,
en la
forma de la flecha que nos excita y tensa por dentro, es el Alma que
anima a los hombres a hacer Uno de lo que dolorosamente nos parece Dos,
apuntando con bizco y tembloroso esfuerzo de arquero a aquello que nos
llama, desde la caverna o valle de lo que somos, a la vertical llanura
de lo que soñamos ser. Y eso, desde que
Platón lo dijo, con luminosa y parecida borrachera a la del dios padre, y
la
inteligente mentira de las palabras con que su madre lo sedujo, eso es
el Amor.
Eso somos tú y yo...Y también, por eso, ni tu ni yo.
El amor y Platón
Como
está más que demostrado, el alma, el ser humano, no es un dios que
haga surf
por las espaldas del cielo, pero tampoco un animal condenado a
arrastrarse tan solo por la tierra. Es, somos, dicen los demonios más
viejos, un ángel de pies y alas, un anfibio de lo inmortal y lo
mortal, hijo de lo ideal y lo corpóreo, de la forma y la materia, de
las luminosas matemáticas y el oscuro fango de los átomos.Dice el divino Platón que el alma es Eros,
dios del amor y del deseo, y que Eros
nació de Poros y de Penia, de la Abundancia y la Carestía, del Ser
y del No ser. Entre ambos somos, llegando a ser lo que Somos, esa
sombra móvil de la eternidad que es el tiempo, el tejer a destajo
que es nuestra vida. Tiempo somos, es decir, movimiento, es decir,
deseo o amor por lo que soñamos aún sin serlo, el anhelo que lo
anima todo, eso las ánimas somos. Pero hubo un tiempo (verdadero Tiempo,
eternidad, instante uno) en el que vivíamos en un Edén en
compañía de los dioses o, como diría el filósofo, de las Ideas
(que son lo mismo, pero sin ropa), contemplándolas con arrobo,
admirados de su pura belleza, pasmados en su perfecta bondad y
traspasados por esa verdad translúcida tan suya. Pero luego hubo otro
tiempo
(con ese luego y ese otro empezó a ser el tiempo que cuenta para los mortales)
en que, por diabólica imperfección o pecado, nuestras almas, las
más débiles, giraron torpemente sus alas y, rota su atenta levitación frente con frente a las Ideas, cayeron al mundo, y en el quedaron encadenoencarnadas. Algunos dicen que al caer a la pantanosa Tierra las almas
dieron su forma degradada a las cosas que aquí vemos. Otros,
seguramente más sabios, dicen que la oscura penumbra del mundo no es
sino la estela del alma en su caída. Sea como fuere, nuestro ser se
rebajó a un aquí
estamos.
Tras la caída todo fue inconsciencia (que es lo único que puede ser
la muerte): el mundo giraba ciego alrededor del alma bella y
dormida, pues la Idea que era el alma estaba vuelta a la cavernosa
tierra y olvidada de sí. Pero tenía que pasar, como todo lo que
está de paso, que el alma despertara. Los poetas cantan que fue por
un beso. Los filósofos piensan que fue la sensación (quizás el
golpe de otra alma que caía). Pero ambos coinciden en que el saber empieza por
el sabor y la textura: el sabor de un príncipe besucón y
matadragones, y el saber de un maestro hablador que mata la
ignorancia. Tan solo el dragón que, sin espejos, irreflexivo, acusaba al sabio príncipe de serpiente corruptora, no entendió que amar a Dios es rescatar al Alma de ese desalmado y deforme monstruo que es la nada del olvido
y la ceguera. Porque, como todo el mundo sabe, despertar es recordar.
Al contacto, no con el mundo (que nada es), sino con los labios de
otras almas, el alma encuentra el primer reflejo y recuerdo de si
misma. Ama la bella sensualidad del príncipe, pintor de sueños, y
mirándose en sus poéticas imágenes, recuerda el mundo ideal del
que todo procede. Busca entonces con sus ojos las Ideas haciendo
brotar en lo que ve cosas y cuerpos parecidos en todo, menos en ser,
a lo que busca. Y aún así les da su fuerza, la del amor, y con
ellos y ella forma, como un demiurgo, el mundo que asombrados en
sombra vemos. Pero este mundo de copias no basta al alma enamorada
por ellas del modelo. Un beso no es realmente principesco si nos deja
satisfechos. Los
labios y miradas que dan vértigo y temblor son solo aquellas por las
que se vislumbra el cielo. Por eso el alma joven busca y rebusca lo
inmortal fuera de sí, entre la carne de mil labios de mortal y
efímera belleza. Hasta
que harta de la orgía de sudor sin aire de los cuerpos, el alma mira
hacia arriba para respirar y es despertada, otra vez, por esos otros
labios, descarnados labios de las ideas, que son las palabras. Y el
alma entonces se alza enamorada de su Maestro, Príncipe que por
serlo de verdad no lo parece, y entusiasmada de nuevo se hace amante
de las bellas acciones y explicaciones, de lo justo y lo verdadero, y
se reconoce y quiere a sí misma en las ideas que fuerzan y ordenan
el mundo, y en la fuerza y orden de ese mundo de las ideas. En este
amor el alma se refleja y reproduce, buscando siempre lo inmortal, no
a través de los tornasolados hijos del sentido y la emoción,
sino en los más luminosos frutos de la voluntad y el intelecto, y
así ama al otro de sí misma por su bondad y sabiduría, y se
expresa y se adueña de sí y de su otro en los nobles proyectos y en
la lucidez del diálogo son sus otras razones. Y es ahora cuando al
fin es el ahora de remontar el vuelo y liberarse descubriendo que
nada, en realidad, la cubría. Mirándose desnuda y libre, frente con
frente en las ideas, el alma se recuerda entera, recuerda lo que
nunca dejo de ser y olvida el estar que fue su olvido. En ese
instante en que nada le es extraño, por serle todo amable y propio,
y en que se ha roto el dos de todos los espejos (hasta el de la
lógica, como en la Alicia del mito) el alma comprende y es, en Uno,
la Verdad y la pura Belleza y Bondad ya sin reflejos ni palabras en
el tiempo. Esto es Amor. Quien lo probó, acabará sabiéndolo.
martes, 23 de julio de 2013
Benditos bares
Cuando
todo te parece una mierda, y a lo mejor lo es, o no hallas refugio
contra tus fantasmas, o cuando en casa hay demasiado ruido, incluso
demasiado silencio, pero necesitas seguir escribiendo, siempre te queda
el bar. De hecho, mientras haya infierno y bares cerca, hay esperanza.
Nada está bastante perdido si todavía puedes dar un portazo, irte de
casa y bajar al café.
La
literatura no siempre tiene que ver con la comodidad de una habitación
con vistas, ni con la posibilidad de escribir en bata y en zapatillas a
cuadros, mientras buscas la novela perfecta desde tu hogar. Hay muchas
formas de comodidad, y entre ellas se encuentra el fastidio de un local
ruidoso y transitado, cuando no con olor a cebolla frita en el ambiente.
No es lo peor que puede haber en el aire.
El
bar tiene algo, digamos, atmosférico, abrumador y feliz, sin contar la
bebida. Cuanto menos selecto, a veces, mejor. Todos sabemos que, por
momentos, la vulgaridad es una hamaca, y que la vida, después de todo,
está compuesta de unos momentos por aquí, y unos momentos por allá. A
continuación, te mueres. Si tienes mala suerte, ni siquiera te mueres. José Hierro
fue, seguramente, el último gran poeta de bar. Sostenía que la poesía
“sopla” dónde y cómo quiere, así que él se encerraba en el bar La
Moderna, a dos pasos de su casa en Madrid. Porque los poemas surgen “al
hilo del vivir”. No había que esperarlos con ceremonia, ni siquiera
recibirlos en casa, sentado a una mesa de madera noble, o en un sofá
orejero. Cualquier lugar, incluido el más vulgar y anodino, valía. En su
última época, con problemas incluso para respirar, los obreros y
estudiantes que acudían a La Moderna por las tardes veían llegar a Pepe
Hierro empujando la poesía y el carro con la bombona de oxígeno. Se
había acostumbrado demasiado íntimamente a aquel ambiente, y el poema
solo se acercaba a él si silbaban con desesperación la máquina
tragaperras y las tazas, si se arrastraban las sillas y si la máquina de
moler el café hacía vibrar las paredes, con ese ronquido tan molesto y
necesario. Entretanto, sin nada de solemnidad, Pepe escribía y sorbía
chinchón, como si la poesía fuese esa hora y media de partida de tute
diario, durante la que te olvidas de que eres mortal, y que antes o
después tendrás que abandonar tu hogar para regresar a tu casa.
En alguna ocasión declaró que no es que le gustase por encima de todo
escribir en el bar, pero sí que aborrecía escribir en casa. En realidad,
le resultaba imposible. “Cuando mis hijos eran niños yo escribía en
casa y, de repente, venía uno y te preguntaba sobre tal o cual ejercicio
o te pedía dos pesetas para la lechuga. Y decidí escribir en los bares,
a pesar del ruido”.
Sartre
también necesitaba el ruido de las cafeterías para escribir y pensar.
El bullicio y el caos eran buenos para su existencialismo. Julio Cortázar se aproximó también a Rayuela
desde las cafeterías de la ciudad. Para llegar al resultado final,
necesitaba el silencio y la tranquilidad del domicilio. Pero antes,
cuando no sabía a dónde se dirigía el proyecto, trabajaba en cafés.
“Escribí largos pasajes de Rayuela —confesaría— sin tener la
menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo. […]
Yo tenía en los cajones, encima de las mesas y demás, en París,
montones de papelitos y libretitas donde, sobre todo en los cafés, había
ido anotando cosas, impresiones”. Cuando eres escritor, y te dejas caer
por el bar, todo puede suceder.
lunes, 22 de julio de 2013
La escritura
La escritura es solo un placebo con el que registro las preguntas y la
lectura un modo de enfrentar la dureza de las respuestas. Unas cuantas
palabras, unidas con genialidad y delirio, pueden ser murallas que nos
hacen invencibles o acaso duros, impenetrables. Ahora mismo estoy
atrincherado en una frase escrita por Montaigne hace más de cinco
siglos: El amor no es más que el deseo furioso de algo que huye de
nosotros. Una sola línea que resume una infinita tarea pues el amor será
huidizo siempre y si pudiéramos resistir la ceguera implícita en su
persecución no habría deseo, no habría furia, no habría nada: sin
persecución estaría muerta la literatura.
Lousiana de Cortázar
Cuando le preguntaron sobre el verdadero significado de cronopio,
Julio Cortázar recordó una noche en la que fue al teatro con Lousiana,
una joven amante que había conocido en el páramo, llena de barro y con
el habla entrecortada por los nervios. Escucharían a Stravinsky tal vez,
no importaba. Sólo quería ver a Lousiana y su rostro que sonreía todo
al compás de sus labios cada vez que creía ver algo nuevo. Entonces,
tuvieron una visión fantástica de pequeños globos verdes flotando en el
semivacío teatro. Eso fue precisamente lo que Cortázar le respondió unos
años después al periodista, aclarándole que la palabra no tenía nada
que ver con ‘cronos’ y el tiempo, pero omitió la presencia de Lousiana.
Daba igual, nadie la conocía.
“Mira. Son objetos verdes y húmedos, son unos seres desordenados y
tímidos”, le dijo la joven. Él, como buen creador de historias, también
los vio: “son dibujos fuera del margen, poemas sin rimas. Por
diferentes, por raros, son capaces de cautivar”. Lucían exactamente
igual a unas plantitas simplonas que se habían encontrado entre la
maleza en alguna ruta natural. Como buenos amantes quisieron nombrar lo
innombrable, crear un lenguaje aparte del que los deshacía día y noche
entre las sábanas, inventar que a esas alturas aún podían hacer el amor
por primera vez. En el teatro y en el parque eran los mismos, eran
cronopios, sus cronopios.
Lousiana tenía la costumbre de amar como si nunca antes hubiese amado
a nadie. Con evidente cursilería. Sin reservas y prevenciones. Solía
entonces amar con todo el cuerpo como si éste fuera labio. Amar con la
miopía de verlo donde fuera, en cada rostro, en los objetos cotidianos,
en los tejidos de palabras que leía en algún poemario. De pronto, por
eso él también la amaba.
¿Por qué lo haces? Le preguntaba él a Lousiana, quien le respondía:
“Me quemo al tocar el sartén y te quiero. La lluvia amenaza con seguirme
todo el día y te quiero. De pronto el agua se convierte en granizo y te
quiero. Vuelve a quemar el sol en esta loca ciudad y te quiero. En
alguna calle cercana alguien calienta chocolate y te quiero. En otras
ocasiones te quiero también tanto que no necesito que nada especial pase
para quererte”.
¿Qué es un cronopio? Tan solo esa pregunta le había recordado a
Cortázar la existencia de Lousiana. “Logró lo que quería”, pensó. “No
quiero ser una más, quiero ser tu primera vez muchas veces… quiero
enseñarte algo, a ti que tanto sabes”, le decía la mujer después de los
baños de caricias, de los cocteles de afecto, de los días de girasoles,
vino y mañanas que les amanecían a las dos de la tarde, hora para comer
tostadas francesas y mirarse a los ojos para volver a asentar esas
noches llenas de los dos, sólo de los dos. “Porque esas sujetas del
pasado se empeñan en ser tu presente, o si no, no las mencionarías en
tus relatos, en tus objetos, en tu piel a veces”, reclamaba ella. A
veces.
Lousiana era quien lo había convertido en el “Cronopio Mayor”, como
le decían algunos seguidores, pero nadie supo de ella, sólo de un
teatro, de unas figuras extrañas que emergieron fugaces en la
imaginación del genio.
De Lousiana no valía la pena recordar si sus labios eran gruesos o
flacos, si su tez estaba curtida por el sol o por la sombra, si era tan
alta como el marco de la puerta o tan baja como una escoba… al fin y al
cabo todo lo cambiaría el tiempo y la cámara oscura del recuerdo.
Quedaron, eso sí, escondidos en algunos “papeles inesperados” (como se
titularía su último libro), sometidos al olvido de un baúl viejo que
Cortázar nunca pidió que abrieran, aunque después de morir su ama de
llaves lo hizo. Entonces encontraron a Lousiana, a los movimientos
lujuriosos que inspiraron el ritmo de un cuento, el olor que llevaba
enredado en el cabello, el corazón desparramado en cada frase que le
dedicaba al escritor, y, sobre todo, los cronopios inventados de los
parques, de los teatros, de las sábanas de siempre y de las rutas de
todos los días que no se cansaron de caminar.
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