sábado, 27 de julio de 2013

Testimonio de un profesor

Viento en Pelícana. Los niños corren libres en la apertura intrínseca de su ser, jugando a construir castillos de arena en el mar, con una marea que los borra una y otra vez. Los niños van y vienen, no se cansan de inventar entretenciones para estar “entre” el yo y el tú. Y ahí aparecen desmemoriados, llenos de olvido, como artistas que en cada instante crean. No les importa que los miren, no son concientes de ello. Simplemente “son”, «más allá del bien y del mal».
Ya lo decía Nietzsche: sólo el olvido permite crear y sólo el crear redime el dolor. Sólo el niño, el artista, puede alcanzar la felicidad.

Este invierno tuve la suerte de participar en un voluntariado. Visitamos la localidad de Pelícana, ubicada en La Serena. Estar en ese lugar fue confirmar mi deseo de ser profesor en escuelas rurales, en la naturaleza…

Un viento espeso, una pradera serena, un río sinfónico, un colegio humilde, un pueblo silencioso. No más de 300 personas. No más de 40 niños. Y sin embargo estos últimos lo alegran todo. Sin ellos Pelícana sería una especie de Comala. Los niños son la esperanza de un futuro distinto, en ellos se depositan las razones de muchos trabajadores para soportar cualquier tipo de injusticia.

Mi misión en el voluntariado fue participar en educación. Ahí me tocó jugar con los niños, enseñarles ajedrez y filosofía. Y aunque cueste imaginar a un niño sentado en la tranquilidad del pensamiento, en tan sólo diez días esa imagen fue posible.

Los currículos escolares relegan la filosofía a cuarto medio, confundiéndola incluso con la psicología. Cuando la filosofía llega el muchacho sólo quiere salir del colegio, está pensando en la PSU y en cómo ganar dinero en el futuro. Si le hablan de Platón, se aburre. No quiere “paja molida”. Mucho menos que un profesor trate de psicoanalizarlo con preguntas abiertas y carentes de sentido (¿qué es el amor?, preguntan ingenuos).

Si tan sólo se enseñara filosofía en la infancia, a través de juegos prácticos, todo sería distinto. Cuando corresponda el encuentro con la teoría y el texto la filosofía no se vería como extraña, sino como necesaria para habitar el mundo con un poco más de sentido.

Es la carencia de comprensión, el estancamiento de una mirada crítica e imaginativa ante la vida la que hace que esos niños pierdan su condición y se vuelvan adultos. Es esa falta de filosofía, es decir, la falta de olvido, la ausencia de creación la que convierte la vida en un infierno. «¡Somos actores y guionistas de nuestro propio drama!» decía Rorty.

Por eso urge la inclusión de filosofía a los currículos escolares a más temprana edad, para que los niños no desaparezcan a los 14 años, para que este mundo -cada vez más dramático y nihilista- se llene de niños y juegos.

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