No diría que Hannah Arendt, el film de
Margarethe von Trotta, es una gran película, pero sí que merece la pena
verse, pues trasmite algo del vigor moral y el atractivo de la
pensadora. La película se ocupa de un episodio concreto de la vida de la
escritora, cuando Hannah Arendt, a invitación de una revista
americana, cubre el proceso de Eichmann en Israel, y se entretiene
relatando sus incidencias, y sobre todo presentando a Eichmann, como un
servidor fiel y autómata, pero no especialmente perverso o degenerado,
del régimen hitleriano, aunque le cupiese una responsabilidad esencial
en la eliminación en los campos de exterminio de millones de judíos. La
propuesta de Arendt de comprensión del nazismo desde su banalización,
que se veía facilitada por una determinada cultura política alemana,
propensa a la insistencia en las virtudes de la obediencia, el orden, y
la absolutización de la nación, complementa el análisis de la filósofa
alemana del universo nazi, como caso de sistema totalitario, en el que
se enlazan el antisemitismo, el imperialismo y el terror, que había
llevado a cabo en su gran libro, Los orígenes del totalitarismo.
Llama la atención en la película la
recuperación de la cara privada de Hannah Arendt, el trato afectuoso con
su marido, su dependencia con los amigos (mi patria no es mi pueblo,
sino mis amigos, dice en algún momento cuando le previenen sobre los
efectos negativos de su testimonio público). Y su relación, como
profesora con sus alumnos: ellos constituyen la Universidad y no el
colegio engreído y romo de su colegas. Los alumnos, que son los que la
conocen, acogen el sentido de su propuesta de entendimiento del
holocausto, que se hace desde un rechazo radical de la barbarie, sin
fisura por su parte.
Es hermosa la última escena de la película en la que Hannah elige dar cuenta de la intención de su libro ante el único tribunal que acepta, el de su alumnos, que la ovacionan en el aula al final de su lección, tan sincera como lúcida.
Es hermosa la última escena de la película en la que Hannah elige dar cuenta de la intención de su libro ante el único tribunal que acepta, el de su alumnos, que la ovacionan en el aula al final de su lección, tan sincera como lúcida.
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