sábado, 12 de abril de 2014

Sobre la música clásico por Tómas Abraham

La música que acompaña. No sé de donde viene esta necesidad, o en qué momento nació esta idea de escuchar música clásica mientras estudio o escribo.
El respeto por la ondas cerebrales ocupadas en otra cosa. La no imposición, pero también una armonías, cadencia, no repetición, variedad, no pregancia ni pegoteo, que permite la distracción y el olvido. La cultura musical que así se adquiere es nula desde el punto de vista de la memoria, es decir del reconocimiento. No identifico ninguna pieza musical. Es un contacto liviano y necesario.
Por otro lado la música clásica es una amiga que aprecio, valoro, y conozco poco. Es mi cultura personal de la que por ahora no me he sentido exigido a dar cuenta, pesar que sé que da prestigio. El snobismo nutritivo.
Quizás como tantas otras personas, o quizás toda, tengo mi particular archivo musical. Esá constituído por el azar de la vida. Se compone de canciones aprendidas. A quien no le gusta cantar. Canciones entonadas y cantadas a seres próximos, con quienes se tiene confianza. Hijos, esposas.
La música es cruel. Quiero decir que el aprendizaje musical puede ser muy antidemocrático. Me ha tocado envidiar el oído de otro. Tener o no tener oído es una de las cosas que primero escuchaba en las primeras lecciones que tuve de chico en el piano. Mi hermano tenía oìdo, yo tenía voluntad y ambición. La palabra oído en estos casos equivale a talento, y se lo entiende como un don. Los dones cienen del cielo, y que les queda a los que desafinan, a los que no han sido agraciados por las musas celestiales: ¿ la inteligencia? Es lo que dice el escritor César Aira, que la entiende como lo que va de la tierra al cielo, la inteligencia asciende, el don desciende. No lo sé, la inteligencia siempre la entendí como otro tipo de don, visible en los talentos para las matemáticas y el ajedrez.
En todo caso resolví por decisión personal, y quizás equivocada, que en filosofía no hay don ni talento ni inteligencia, lo que impide precocidades escandalosas. No hay Mozart en la filosofía, ni Bobby Fischer, ni Juan de Arco ni mente brillante. El hecho de que la filosofía mejorara con la edad, y que la sabiduría fuera una cuestión de tiempo y de disciplina, me dio esperanzas. Era una actividad democrática, valía la dignidad del esfuerzo y la experiencia, como en toda artesanía.
Quizás la conclusión sea que la música sea para pocos y la filosofía para todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario