domingo, 30 de marzo de 2014

Panait Istrati: el Dostoievski rumano

Panait Istrati
Panait Istrati (1884-1935) es autor aún poco conocido para los lectores de habla hispana. Las escasas traducciones de su obra al español, a pesar de haber alcanzado el premio Nobel, suponen un filón editorial aún por explotar y, a la vez, un incomprensible vacío literario al que desde Quálea han querido y sabido comenzar a poner fin. La vida de este autor nacido en Bucarest, que escribió sus libros fundamentalmente en francés y en rumano, no fue fácil: la humilde condición de su familia le permitió experimentar de primera mano las penurias de los trabajadores, e incluso, como apuntan desde Quálea, “el sufrimiento y la miseria, lo que le hace tomar muy pronto conciencia humana y política en favor de las clases más desfavorecidas”.
Como nos informa muy atinadamente Pepe Gutiérrez-Álvarez, “la mejor novela de Panait Istrati fue sin duda su propia vida, que, por otro lado, fue la fuente casi exclusiva de su obra iniciada cuando había cumplido los cuarenta años y concluida trágicamente apenas diez años después. Hijo de un contrabandista griego y de una campesina rumana que se ganaba la vida haciendo de lavandera, Panait conoció el dolor y la miseria desde su más tierna infancia. Aunque quería enormemente a su madre, la abandonó cuando cumplió los doce años y se lanzó a recorrer el ancho mundo”.
Esta misma circunstancia, que lanza de manera taxativa al joven Istrati a la aventura de la existencia, adquiere gran relevancia en el desarrollo de la novela que, en magnífica traducción de Marta Cerezales Laforet, acaba de publicar Quálea Editorial: Los cardos del Baragán, un relato que sin temor a equivocarnos podríamos adscribir a la tradición alemana de la Bildungsroman o novela de formación. Sin embargo, lejos de los remilgos literarios que podríamos encontrar en los relatos clásicos de Goethe o Lessing, la prosa de Istrati es descarnadamente directa: el adorno literario lo ofrece el propio devenir de lo que se narra, y no hay, para el autor rumano, mayor elogio de la escritura que poder cantar lo que la propia vida trae consigo, con sus alegrías y asechanzas, sus penas y sus glorias, sus luces y sus sombras.
Nada hay superfluo, ni mucho menos diletante, en los textos de Istrati; tampoco en Los cardos del Baragán, novela en la que asistimos al -en ocasiones desafortunado, pero siempre, da la impresión, necesario- periplo vital de un chiquillo en cuyo desarrollo encontramos el núcleo gordiano de las enseñanzas literarias y vivenciales de Panait: la existencia posee una gramática cuyas leyes, a veces, debemos inventar para acogernos a las incomprensibles exigencias del inexorable Destino. En una de las innumerables y sustanciosas reflexiones del joven protagonista de la obra, Mataké, comprobamos cómo chocan de bruces esta ananké griega, esta necesidad que parece inherente a la vida, con una firme voluntad de modificar lo inmodificable:
Confieso que yo no tenía sueños de grandeza. Soñaba, eso es todo. Me rebelaba contra todo ese pescado maloliente, contra esa apatía de los pantanos cenagosos y contras mis propios padres que, por lo que veía, parecían querer dejarme en herencia su miserable destino. No conocía ninguno más triste, incluido el de los vendedores ambulantes de petróleo, cuyo pan estaba impregnado con el olor de su mercancía; pero al menos comían pan a diario, mientras que nosotros sólo lo probábamos uno de cada cuatro domingos.
Esta novela, de imprescindible lectura para quien desee conocer la odisea que la literatura centroeuropea afronta a caballo entre los siglos XIX y XX, se halla plagada de metáforas de honda repercusión por lo que al sentido de nuestra existencia se refiere. La más contundente, de largo, es aquella que asimila la región que da título a la obra, el Baragán, con la vida humana. Las primeras páginas del volumen -que, me atrevo a decir, encierran una calidad descriptiva comparable a la de todo un Dostoievski o un Galdós- presentan un escenario inhóspito, siempre acechado por un huracanado céfiro que trae consigo esos cardos que tan bien pueden identificarse con las cuitas y desavenencias a las que cualquier ser humano ha de hacer frente a lo largo de su vida. Aunque cabe otra analogía, más interesante si cabe: puede que tales cardos, repletos de espinas, sean en la imaginación de Istrati esos hombres y mujeres que, contra viento y marea, intentar resistir las acometidas del malhadado Destino, de aquel aire despiadado -aunque siempre habrá quien sucumba…-. Así, leemos:
Al igual que el pastor, se tambalean; el moscovita sopla con furia redoblada sobre su masa compacta, y mientras tanto el Baragán escucha, el cielo plomizo aplasta la tierra, y los pájaros, desorientados, levantan el vuelo. Y así durante una semana… El viento sopla… Los cardos resisten, doblándose en todas las direcciones, con la bola unida a un corto tallo, no más grueso que el dedo meñique. [...] El pequeño tallo se rompe de golpe, cortado de raíz. Las bolas espinosas  se echan a rodar, son miles y miles. Es el gran éxodo de los cardos: “Sabe Dios de dónde vienen o adónde van”, dicen los viejos mirando por la ventana. No se van todos a la vez. Los hay que salen corriendo al primer soplo furioso, verdadera avalancha de ovejas grises. Otros se empeñan en resistir, pero los primeros los enganchan en su cabalgata intempestiva y los arrastran.
Al joven Mataké -trasunto literario de Istrati- le hubiera “¡… gustado hablar con alguien que me contase locuras, que me mintiese, pero que me permitiese soñar un poco, atreverme! Y los cardos no eran más que sueño y audacia, invitación a cambiar lo que tenemos contra lo que podríamos tener, aunque fuese lo peor, puesto que no hay nada peor que el estancamiento para los que aman la tierra entera”. Declaraciones que sin tapujos nos acercan a las vicisitudes históricas y sociales que por aquel entonces, primer tercio del siglo XX, vive la Europa más oriental, tan marcada por el final de la Rusia zarista, las revoluciones sociales y los fatales conflictos armados de 1918 y 1939 (aunque Istrati no llegara a presenciar la Segunda Guerra Mundial, desde luego, habría barruntado su posibilidad). Frente a la actitud de su padre, en ocasiones extenuante por pesimista y conservadora (“¡Olvidemos los malos ratos, hijo mío!… Hemos venido al mundo para expiar: eso es la vida… ¡Pero el Señor nos compensará…!”), Malaké lucha interior y exteriormente por alcanzar siquiera el pensamiento de un mundo mejor. Un desconocido revolucionario, que hará fulgurante y elocuente aparición en los trazos postreros de la novela, habla de esta manera -en un fragmento que bien podríamos asimilar al pensamiento de Istrati-:
—Soy de Bucarest -les dijo-, y trabajo con las manos como vosotros, pero he aprendido a conocer a mis enemigos, que no son ni Dios ni sus rayos. Son los amos de los pueblos y de las ciudades los que nos reducen a la miseria, incluso en los años de abundancia. Para nosotros nunca los hay.
Y es que, para el protagonista de Los cardos del Baragán, la posición paterna abriga en su seno la amenaza del peor de los males posibles: acostumbrar a nuestro ánimo a los golpes providenciales, a las embestidas del Destino, que de habituales, se convierten en soportables. Una perspectiva que Malaké se niega a aceptar:
Porque nunca, desde los tiempos legendarios de la barbarie turca, mi país, dulce y laborioso, había conocido días tan atroces como los que os relato en esta historia; nunca mi apacible nación había sufrido tan cruelmente. Pero, ¿qué sabíamos de ello, nosotros, los niños? Excepto la ingrata existencia de todos los que nacen en una choza, excepto las privaciones constantes que liman, que modifican al ser humano pero que, a fuerza de ser habituales, ya no indignan a nadie, ¿qué sabíamos del gemido universal que se escapaba de millones de pechos campesinos de una punta a otra de Rumanía?
Los cardos del BaragánLo cierto es que Malaké sabe demasiado. Y cree, tal es su pecado, fervientemente en la libertad del ser humano, capaz de lo mejor y lo peor. Por eso hay a quien sólo le “quedaba el alcohol, el gran consolador autorizado por Dios y por la ley. Sólo el alcohol podía satisfacer a todo el mundo”… a fuerza de ejercer un insalubre olvido.
En definitiva, Los cardos del Baragán expone con lúcida capacidad literaria los terribles desdenes con los que el Hado pone a prueba la soportabilidad de la existencia, que Istrati narra a ojos de un pujante joven que, a pesar de haber presenciado lo más desagradable de la vida y cuyo corazón va llenándose de una amargura que “a veces se desborda y hace llorar”, lucha de forma denodada por enseñorearse frente a la implacable mano de la Providencia. Una novela amarga y dolorosa en su desarrollo, pero abrumadoramente esperanzadora en sus conclusiones. Un hito literario del siglo XX aún desconocido, que todo lector mínimamente exigente debería disfrutar y conocer.
 

jueves, 27 de marzo de 2014

¿Por qué el pollo cruzó la carretera?

PROFESOR DE PRIMARIA: Porque quería llegar al otro lado.

PROFESOR DE SECUNDARIA: Aunque se los explique, queridas bestias, no podrán entenderlo.

PROFESOR DE FACULTAD: Para saber por qué el pollo cruzó la carretera (tema que se incluirá en el parcial de mañana), lean los apuntes de la página 2 a la 3050.

BUDA: Preguntar eso niega tu propia naturaleza de pollo.

SÓCRATES: ¿Sabes qué es un pollo?

PLATÓN: Porque buscaba salir de la caverna.

ARISTÓTELES: Está en la naturaleza de los pollos cruzar la carretera.

HIPÓCRATES: Debido a un exceso de humores en sus páncreas.

SANTO TOMÁS: Para descubrir la esencia y existencia de la carretera.

MAQUIAVELO: La cuestión es que el pollo cruzó la carretera, ¿a quién le importa por qué? El fin de cruzar la carretera justifica cualquier medio.

DESCARTES: El pollo cruzó la carretera y luego existió.

SHAKESPEARE: Para ser.

HUME: Buscaba una experiencia sensible.

KANT: Porque quería descubrir más allá del fenómeno "neumo" de la carretera.

QUESNAY: Porque buscaba más tierra.

ALBERT CAMUS: Porque se resignó a cargar con su propia y trágica existencia.

HUSSERL: Fenomenológicamente, el pollo debe descubrir el camino.

NIETZSCHE: El pollo ha muerto... ¡Viva la carretera!

HEGEL: Hay una relación dialéctica entre el pollo y la carretera.

ENGELS: ¿Por qué no cruzó el pollo la carretera?

MARX: Era una inevitabilidad histórica.

DARWIN: A lo largo de grandes períodos de tiempo los pollos han sido seleccionados naturalmente de modo que ahora tienen una disposición genética a cruzar carreteras.

ALBERT EINSTEIN: Si el pollo ha cruzado la carretera o la carretera se ha movido debajo del pollo depende de tu marco de referencia.

ANTONIO GRAMSCI: Para hacer la revolución cultural de la carretera.

SIGMUND FREUD: El hecho de que estés preocupado porque el pollo cruza la carretera revela tu inseguridad sexual.

STEPHEN HAWKING: Debido a la atracción provocada por un puente Einstein-Rossen entre IO y Andrómeda, que produjo la consecuencte convergencia de antimateria y fluctuaciones electrocuánticas en el patrón (Y - β) de la longitud de onda en la coordenada de la carretera.

HEINRICH RICKERT: Para hacer la hermenéutica de la carretera.

HEMINGWAY: Para morir. Bajo la lluvia.

BORGES: Porque salió del laberinto y no quiso meterse en las ruinas circulares.

HEIDEGGER: Porque está-en-el-mundo y hubo una referencia significativa con la carretera... Se le interponía en su camino.

JEAN PAUL SARTRE: Porque era libre.

LYOTARD: Porque la carretera es muy posmoderna.

MICHEL FOUCAULT: Para descubrir cuál es la estructura del poder de la carretera.

PAULO COELHO: El universo entero conspiró para que el pollo cruzara la carretera.

H.P LOVECRAFT: Y el impío pollo se adentró en lóbregas y cavernosas profundidades de la monstruosa carretera, para llegar a un sino etéreo en la abismal noche donde habitan los primordiales y los dioses de la locura.

GEORGE ORWELL: Porque en la granja no aceptan a los que caminan en dos patas.

ETA: La carretera representa a los vascos. El pollo cruzó a los vascos para pisotearlos y mantenerlos sometidos.

MARTIN LUTHER KING: Veo un mundo en el que todos los pollos serán libres de cruzar la carretera sin que sus motivos se pongan en cuestión.

FIDEL CASTRO: Los pollos solo podrán cruzar dentro de los límites de este país, y solo cruzarán si los persigue un yankee.

RONALD REAGAN: Se me ha olvidado.

BILL CLINTON: El pollo no cruzó la carretera. Repito: el pollo no cruzó la carretera.

SADDAM HUSSEIN: Fue un acto de rebelión no provocado, y el que lancemos 50 toneladas de gas nervioso estuvo plenamente justificado.

BILL GATES: Acabo de lanzar el nuevo Windows Chiken Office 2014, que no solo cruza carreteras, sino que pone huevos, archiva tus documentos importantes y encuadra tus cuentas.

GEORGE W. BUSH: The &*?@! bastard chicken crossed the road because he hates american people, and he hates us because we love freedom...But we got him... God bless U.S.

STALIN: Hay que fusilar al pollo inmediatamente, y también a los testigos de la escena y a diez personas más escogidas al azar por no haber impedido este acto subversivo.

Teoría del Caos: Debido al aleteo de una mariposa en Tokio.

REVISTA CARAS: Toda la intimidad del pollo: "Sólo necesito un amor para que mi éxito sea completo".

PEPITO SOFISMA: Todos los pollos cruzan carreteras. El pollo cruzó la carretera. Todos los pollos son carreteras.

SOPORTE TÉCNICO: "Yo desde acá no veo que haya cruzado la calle. Resetea el pollo y si sigues viendo que cruza, formatea la carretera".

YODA: Tentación del lado oscuro de la fuerza muy fuerte es. No resistirse pudo el pollo y la carretera cruzada fue.

HOMERO SIMPSON: Uhmmm... ¡¡POLLO!!

domingo, 9 de marzo de 2014

Nietzscheario

Bosch_Ecce_homo
"Lo ideal no es fabricar herramientas, sino construir bombas, porque una vez se han utilizado las bombas que se han construido nadie más se puede servir de ellas. Debo añadir, que mi sueño, mi sueño personal, no es exactamente construir bombas, porque no me gusta matar a la gente. Pero quisiera construir libros bomba, es decir, libros que fueran útiles precisamente en el mismo momento en el que alguien los escribe o los lee. Y que desaparecieran luego. Esos libros estarían hechos de tal modo que desaparecerían poco después de haber sido leídos o utilizados. Los libros deberían ser una especie de bomba y nada más. Tras la explosión, las gentes podrían recordar que esos libros produjeron hermosos fuegos artificiales. Más tarde los historiadores y demás especialistas podrían decir que ese libro o tal otro fue tan útil como una bomba y también tan hermoso como unos fuegos artificiales"
Foucault en una conversación con los estudiantes del Pormone College de Los Ángeles, en 1975.
Sentir que el pensamiento debe tomar la forma de una explosión, es algo que el mismo Nietzsche llevó a gala y dijo de sí. Todos recordamos su mítico autoretrato: “soy dinamita”. Podemos jugar a hacer filosofía, también podemos tratarla con la frialdad y la objetividad de un anatomista, olvidando aquel viejo adagio que dice que el todo es más que la suma de sus partes. Pero esa no es la apuesta nietzscheana, ya que él desea que la filosofía, ella misma acción, desemboque en acción. Puedes leer un ensayo como mero entretenimiento, incluso cualquier libro del propio Nietzsche, pero entonces no habrás entendido nada. Cada lectura debe desembocar en una explosión, en un cambio.
Entre los artefactos explosivos preparados por Nietzsche, hay uno que destaca de forma especial, y que la mayoría de sus contemporáneos no supo leer. Hablo de El Anticristo, y de cómo no se vio que el ataque que éste guarda, su acometida, iba más allá del cristianismo. Muchos de los lectores de esta obra, vieron en ella una crítica feroz contra algo que ellos mismos despreciaban, esa religión de sus padres que tantas taras había provocado, pero si bien dejaron de ser cristianos, de creer en esa fe y en esa institución, no eran capaces, aún creyendo que sí, de liberarse de la moral que la religión del Crucificado había inyectado en las venas de Occidente. Ahí es donde llega Nietzsche, donde su afilado colmillo de cazador rompe hueso. No se trataba sólo de criticar el cristianismo, eso ya se había hecho, sino de llegar a lo que aún había de cristiano en las sociedades europeas, aquella moral que regía nuestra acción y que la mayoría de los hombres veía como un fruto del sentido común, de la razón incluso, o como una conquista del progreso espiritual. En definitiva, una moral que muchos, incluso, adjetivaban de laica. Contra ellos, en especial, va dirigida la bomba que es El Anticristo.
En sus páginas, se pone en quiebra la constitución espiritual de Europa, la misma que había sido importada a tierras lejanas y había echado allí fuertes raíces. Un poner en quiebra al que no muchos estaban dispuestos y que pronto levantaron sus lanzas intelectuales contra Nietzsche. Pero esta reacción, era algo que él sabía, nada, o muy poco, se escapaba a su fino olfato, y de esta manera, en el Prólogo encontramos que nos recibe una sentencia que suena a profecía: “Este libro es para muy pocos; quizá todavía para nadie. A lo sumo, podrán leerme los que comprenden mi Zaratustra. ¿Cómo me podría confundir con a los que hoy se les hace caso? Me pertenece el pasado mañana. Hay quien nace póstumo”, y un final despiadado: “¿Qué importan los demás? Los demás no son más que humanidad. Hay que ser superior a la humanidad en fuerza, en grandeza de ánimo… y en desprecio”.
“Oídos nuevos para música nueva”, Nietzsche siempre presumió de la belleza de sus orejas y en él las imágenes relacionas con la música abundan por todas partes. La música que El Anticristo ejecuta, en lugar de acordes tiene aforismos, y en ella un mensaje vibra de manera especial, nos referimos a la apuesta nietzscheana por liberar al hombre de la idea del pecado original. Porque si Nietzsche maldice al cristianismo, lo hace porque éste lo hizo primero con todos nosotros. El hombre está marcado por una falta que nunca podrá purgar por sí mismo, que ostenta el poder y la desgracia de pasar de generación en generación. En mitad de nosotros, ellos han instalado una terrible culpa cuya expiación es imposible. Así, cuando el hombre se asoma a su interior ve una terrible mancha negra, una culpa que le señala con el dedo y que supura autodesprecio. Pero aún así, ese “charlatán de Judea” que fue Jesucristo, sin ningún pudor ordena: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Cómo hacerlo si a lo que nos han enseñado es a odiarnos, a desconfiar de nosotros mismos, a vernos sucios y expulsados del Paraíso? Porque para poder amar al prójimo, primero debemos amarnos a nosotros mismos, y no es sólo que el cristianismo a eso no nos enseña, sino más bien que recomienda lo contrario: “desconfía de ti, estás sucio, eres culpable”. ¡Menuda religión del amor!¡Magnífica broma de mal gusto! Y de esa terrible visión de nosotros mismos, ellos derivan toda su pringosa moral, una moral que “quiere dominar a animales de presa” a través de la culpa, a través de “ponerlos enfermos”.
Que Nietzsche ponga en el centro de su ataque la idea de pecado original, no es baladí, porque ella está profundamente enraizada en nosotros, en nuestra visión del hombre, y ha sido capaz de sobrevivir a la muerte de Dios y sería incluso capaz de sobrevivir a la muerte del cristianismo. Como prueba, basta ver a autores ateos que creen en lo que el mito de la caída enseña. Nietzsche lo supo ver, y por eso destina gran parte de su fuerza en liberarnos de semejante veneno, porque del pecado original nace una moral del odio: odio a nosotros mismos, odio al prójimo y odio al mundo. Frente a ella, él propone esa gaya ciencia que basa su fuerza en decir sí a la vida, un sí que no es otra cosa que una auténtica declaración de amor hacia el mundo. Y desde ese sí, trazar una moral que lejos de debilitarnos nos haga más fuertes, más ligeros y más luminosos. Frente a la virtud cristiana, la virtú renacentista.
Dicho lo dicho, nadie debería sorprenderse de la maldición que al final de su Anticristo ejecuta:
Guerra a muerte contra el vicio: el vicio es el cristianismo
ARTÍCULO PRIMERO: Viciosa es toda especie de contranaturaleza. La especie más viciosa de hombre es el sacerdote: él enseña la contranaturaleza. Contra el sacerdote no se tienen razones, se tiene la cárcel.
ARTÍCULO SEGUNDO: Toda participación en un servicio divino es un atentado contra las buenas costumbres. Se será más duro contra los protestantes que contra los católicos, más duro contra los protestantes liberales que contra los protestantes ortodoxos. Lo que hay de criminal en el ser cristiano crece en la medida en que uno se aproxima a la ciencia. El criminal de los criminales es, por consiguiente, el filósofo.
ARTÍCULO TERCERO: El lugar maldito donde el cristianismo ha encobado sus huevos de basilisco será arrasado, y, como lugar infame de la tierra, constituirá el terror de toda la posteridad. En él se criarán serpientes venenosas.
ARTÍCULO CUARTO: La predicación de la castidad es una incitación pública a la contranaturaleza. Todo desprecio de la vida sexual, toda ensuciamiento de la misma con el concepto de “impuro” es el auténtico pecado contra el espíritu santo de la vida.
ARTÍCULO QUINTO: Comer en la misma mesa con un sacerdote le hace quedar a uno expulsado: con ello uno se excomulga así mismo de la sociedad honesta. El sacerdote es nuestro chandala, – se le proscribirá, se lo hará morir de hambre, se lo echará a toda especie de desierto.
ARTÍCULO SEXTO: A la historia “sagrada” se la llamará con el nombre que merece, historia maldita; las palabras “Dios”, “redentor”, “santo”, se las empleará como insultos como marcas para los criminales.
ARTÍCULO SÉPTIMO: El resto se sigue de aquí.

sábado, 8 de marzo de 2014

Yo también soy feminista

El feminismo no tiene simétrico de género porque es un movimiento humano, NO femenino, a favor de la igualdad de derechos de la mujer, basado en la idea de que cualquier forma de agravio real o simbólico a las mujeres es un agravio a la humanidad y que, a la recíproca, la liberación de las mujeres de las condiciones AÚN persistentes de desigualdad y vulnerabilidad significará para TODOS un mundo más inclusivo, justo y libre.
Tales agravios incluyen: exclusión educativa: más de dos tercios del total mundial de analfabetos son mujeres; menos del diez por ciento de la renta total mundial, menos de un sexto de la propiedad de la tierra, botín de guerra durante y después de los conflictos, más del 95 por ciento de casos fatales en situaciones de violencia familiar, acoso laboral de distinto grado en todos los países sin excepción, altísima victimización en ataques sexuales luego de desastres naturales como terremotos o tsunamis, la más alta proporción de víctimas fatales en esos mismos desastres, por estar relegadas de las destrezas de supervivencia (ej. mujeres de Indonesia que no saben nadar), señaladas como fuentes de mal y pecado por todos los fundamentalismos religiosos de oriente y occidente, menor salario por igual trabajo y un sinnúmero de vergonzosos etécteras.

Las asociaciones veloces y triviales entre el término feminismo y la militancia “antivarón” son producto de insuficiente información, estupidez o cinismo, tanto de varones como de mujeres.

La actualidad y vigencia del feminismo derivan del hecho incontrastable de que las distintas formas de misoginia – brutales o sutiles – están vigentes:

La “putificación” de las mujeres es un leit motiv de alto rating en la televisión. La mujer idiota, la mujer fetiche, la mujer ama de casa, son el target central de los mensajes publicitarios. Incluso en grupos y organizaciones de alto nivel intelectual, como asociaciones profesionales, las mujeres tienen que “elegir” entre ser bellas o inteligentes, porque la noción masculina del poder no concibe – más bien no tolera – la presencia simultánea de ambas virtudes.

El lenguaje político y organizacional, público y grupal, sigue preñado por el eje machista. Un hombre en el poder será llamado por sus opositores cabrón, hijueputa, maldito, ladrón o lo que fuere. Una mujer en el poder será llamada, por sus opositores, yegua, puta, ovárica, histérica; da igual que hablemos de un país, una empresa o un organismo internacional.

No hay oposición ni exclusión recíproca, sino total convergencia, entre el feminismo y la lucha por la inclusión, la justicia, la dignidad, la promoción y defensa de los derechos humanos, el cuidado ambiental, contra el hambre, la miseria y la humillación, contra la violencia de Estado y todas las variables de racismo, contra la trata y la prostitución infantil.

El que confunde feminismo con el antiguo daguerrotipo de una ceñuda sufragista perpetra dos imbecilidades juntas: La primera es que atrasa en su concepto y pretende que los que atrasan son los otros. La segunda es que no entiende el respeto y la admiración que merece esa valiente sufragista de hace un siglo.

Esto es cosa de hombres. Y mujeres. Machos, abstenerse.

viernes, 7 de marzo de 2014

Metafísica para comer

«B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia
B. Metafísico estáis. R. Es que no como.»
(Miguel de Cervantes, Diálogo entre Babieca y Rocinante).
—¡Y cuando nazca tu hijo, qué! ¿le vas a dar de comer metafísica?
El agudo e hiriente reproche ronda mi recuerdo, No es extraño, hace pocos minutos que terminaste la discusión, Lo sé, pero lo que intento decir es que son palabras que han sonado con mucho ímpetu en ese rincón olvidado del cuerpo donde ahora retumba su eco perenne, Nunca había tenido tanta fuerza la palabra metafísica para ti, Efectivamente, incluso si mi mujer hubiera generalizado su punzante sarcasmo y en vez de haber soltado metafísica hubiera dicho filosofía no habría tenido el efecto nocivo que se ha creado en mi espíritu, La denuncia hacia tu ignominiosa situación no sólo debería haberte hundido en absoluto mutismo, sino que incluso debería haberte apagado el pensamiento, Pero mírame charlando en silenciosa reflexión con mi persona, Lo peor es que empiezas a trabajar en tu cabecita la idea de poder vivir de metafísica, O de filosofía si nosotros sí nos atrevemos a generalizar, No es una insensatez, finalmente ya muchas veces con anterioridad te has alimentado de conceptos, aunque es cierto que nunca quedaste satisfecho, Te imaginas un banquete en el que comieras como aperitivo el «cogito ergo sum» de Descartes, para pasar a un segundo plato que incluiría la «sustancia individual» de Leibniz aderezado con la escéptica «cuestión de hecho» de Hume, y de plato fuerte, para dar gusto hasta al comensal más refinado, podrían servirse las «categorías» de Kant. Se colocarían en el centro para que todos pudieran probar un pedacito de cada una, Sería toda una cena de gala, pero ahora imagina que se trata de una comida informal que tienes que preparar con prisa para volver al trabajo diario, Pues en ese caso se podría descongelar en el microondas al primer Wittgenstein, pero como es muy picoso y hasta duro de roer, no hay que abusar de este platillo porque puede causar indigestión, Supongo que en ocasiones muy especiales como en Navidades se sacarían cosas exclusivas como la «physys» de Aristóteles o un mito de Platón, Efectivamente y así uno a uno los conceptos, tratados y filósofos irían satisfaciendo el apetito; aunque habría personas que nunca se llenarían por completo. La gula sería inevitable.
En vez de salir a los supermercados, la gente tendría que ir de compras a las bibliotecas para abastecerse, Claro, pero no se podrían comprar esta serie de alimentos por kilos, sería injusto; su precio debe valorarse de forma diferente, No entiendo, Es que hay libros filosóficos que tienen cientos de páginas de muy mal sabor, mientras que existen unos pequeños que son todo un manjar, ¡Ah! ya veo: no puede compararse la phrónesis aristotélica expuesta en breves páginas del libro sexto de Ética para Nicómaco cuyo sabor siempre es excelente, con todas las argumentaciones del utilitarismo de Bentham y Stuart Mill juntos, que sólo son agradables al paladar cuando se condimentan con los ingredientes adecuados, Lo que nunca faltaría en el hogar y se compraría mucho por sus precios asequibles, sería toda la literatura secundaria que ayudaría a salir del paso descongelándola en pocos minutos cuando se tiene que comer con prisa, Sí, pero siempre serían mejor los platillos con sus autores originales, que aunque fueran más costosos y llevase más tiempo su preparación, de hacerlo con destreza culinaria, el buen sabor de boca perduraría deleitablemente, Los precios dependerían mucho también de las temporadas, pues en invierno que es una época un tanto melancólica se pondrían de oferta los existencialistas, mientras que en temporadas de lluvia y abundancia bajarían de precio los analíticos, Desde esa perspectiva en San Valentín estaría de rebaja el diálogo sobre Eros de Platón, o El Arte de amar de Fromm y se podrían ofrecer en cenas románticas bajo la luz de las velas, Finalmente se desprendería todo un mercado competidor de productos gastronosóficos que giraría en torno a las editoriales. Así los que fueran a las bibliotecas a hacer la compra de la semana en plan ahorro máximo, comprarían, por ejemplo, las meditaciones de Descartes de Austral en vez de la de Adam y Tanery, que aunque son de calidades distintas, en cuanto a su consistencia, no se notaría diferencia, Sin olvidar que los productos importados sólo podrían entrar al mercado cuando pasasen la aprobación de calidad y traducción para evitar epidemias de desorientación o indigestiones conceptuales por parte de las personas menos preparadas.
No vendrían en paquetes o en latas, sino que sus envases serían las sólidas tapas de los libros. Y el diseño de este recipiente tampoco tendría mucho que ver con la calidad de los alimentos, aunque ciertamente los harían más o menos llamativos, Tendríamos un libro en la alacena para tomarnos un tazón del materialismo dialéctico por las mañanas, junto a otro que contendría el anarquismo de Bakunin (alimento que generalmente revolvería el estómago por haberlo embalado rápido y sin finalizar completamente su cocción), Las enciclopedias filosóficas serían una especie de cestas de navidad que incluyen muchos y preciados alimentos. A éstas siempre se podría acudir si se tiene ganas de algún buen aperitivo, O incluso de una comida ya en forma, como en la cesta de Ferrater Mora que es un regalo preciado y que contiene alimentos abundantes y de buena calidad.
Afortunadamente, como su nombre indica, la metafísica está hecha de un material que perdura; al no ser físico, palpable, no puede gastarse; es inextinguible, Tal vez ese sea el único alimento que termine con el hambre en el mundo, Sólo hay que encontrar la manera en que esos conceptos se materialicen de tal forma que la gente pueda alcanzarlos y usarlos, Y entonces sí ¡A vivir de filosofía…!
…Pero mientras que tu pensamiento se cristaliza en su burbuja de imaginación, rueda, se resbala y cae, el cristal se rompe en el duro suelo de la realidad. Lo mejor será que trabajes duro, Aunque lejano, Pero consciente de hacer lo mejor, Ganar dinero, No queda de otra, Sólo así podrás alimentar a ese niño con más manzanas, Pero no por eso, de menos metafísica, O de filosofía si nosotros sí nos atrevemos a generalizar.
 

Conciencia y libertad según Engels

CONCIENCIA Y LIBERTAD SEGÚN ENGELS
Engels (1820-1895) concibe un ser humano que es resultado o producto de la naturaleza y cuya conciencia no será más que producto de su cerebro. Desde ese punto de vista, la conciencia humana está totalmente determinada por realidades como la naturaleza y el entorno. ¿Qué espacio queda entonces a la libertad, si es que existe alguno? La libertad de comprender, viene a responder Engels. En uno de sus textos más importantes y originales, "Anti-Dühring", señala: “La libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines (...). La libertad de la voluntad no significa, pues, más que la capacidad de poder decidir con conocimiento de causa.”  Y concluye: “La libertad consiste, pues, en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de las necesidades naturales; por eso es necesariamente un producto de la evolución histórica”.Engels (1820-1895) concibe un ser humano que es resultado o producto de la naturaleza y cuya conciencia no será más que producto de su cerebro. Desde ese punto de vista, la conciencia humana está totalmente determinada por realidades como la naturaleza y el entorno. ¿Qué espacio queda entonces a la libertad, si es que existe alguno? La libertad de comprender, viene a responder Engels. En uno de sus textos más importantes y originales, "Anti-Dühring", señala: “La libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines (...). La libertad de la voluntad no significa, pues, más que la capacidad de poder decidir con conocimiento de causa.” Y concluye: “La libertad consiste, pues, en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de las necesidades naturales; por eso es necesariamente un producto de la evolución histórica”.

jueves, 6 de marzo de 2014

Memorias de Africa

“Las despedidas producen una extraña sensación, hay en ellas algo de envidia, los hombres se van para poner a prueba su valor y si algo se pone a prueba es nuestra paciencia al prescindir de ellos o tal vez por lo bien que soportamos la soledad. Pero eso lo he sabido siempre, no hacía falta una guerra. "

 https://www.youtube.com/watch?v=Rjzf_cWzlp8#t=76

Pilares fundamentales de la Sabiduría


sábado, 1 de marzo de 2014

La relación entre la ansiedad y la creatividad según Kierkegaard

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Para Kierkegaard, la ansiedad es una fuerza dual que puede ser tanto destructiva como generativa, dependiendo de cómo lidiemos con ella. En su tratado El concepto de la ansiedad, el filósofo danés explica la ansiedad como el efecto mareador de la libertad y la inmensidad de la existencia humana: una posibilidad que o te paraliza o te invita a actuar. Escribe:
La ansiedad es completamente diferente al miedo y a conceptos similares que se refieren a algo definitivo; la ansiedad es la realidad de la libertad como la posibilidad de la posibilidad.
[…]
La ansiedad puede compararse al mareo. Aquél que por casualidad se encuentre mirando hacia el ancho abismo se mareará. Pero, ¿cuál es la razón para esto? Está tanto en su propio ojo como en el abismo, porque supón que no hubiera mirado hacia abajo. Es así como la ansiedad es el mareo de la libertad, que emerge cuando el espíritu quiere proponer la síntesis y la libertad se asoma al abismo hacía su propia posibilidad, echando mano de la finitud para soportarse a sí misma. La libertad se rinde ante el mareo. En ese preciso momento todo ha cambiado, y la libertad, cuando vuelve a surgir, se encuentra con culpa. Entre estos dos momentos está el salto, que ninguna ciencia ha explicado y que ninguna ciencia puede explicar. Aquél que se vuelve culposo en la ansiedad se vuelve tan ambiguamente culposo como es posible volverse.
Quizá sin tantos conceptos figurativos podamos entender que la ansiedad de la que habla Kierkegaard es esa parálisis ante lo indefinido. Estamos educados a actuar y tomar decisiones basados en lo limitado, lo finito, lo mesurable. O al menos eso creemos. Pero cuando estamos parados frente al acaso, entonces surge el mareo. Y el mareo es la ansiedad. Pero el filósofo lleva ese concepto un paso más allá diciendo que una vez que hemos sentido ese mareo y esa parálisis ante la libertad, cuando volvemos a sentirlo ya va cargado de culpa. Y la combinación de la culpa y la ansiedad, apunta, “es el peligro de caer; en otras palabras, el suicidio”.
Sin embargo, para Kierkegaard la ansiedad también es una gran educación para los hombres, y argumenta que el fracaso o la fecundidad dependen de cómo nos orientemos en la ansiedad. “Quien esté educado [en la posibilidad] se queda con ansiedad; no se permite a sí mismo ser engañado por su falsificación incontable y recuerda claramente el pasado. Así los ataques de ansiedad, incluso si son aterradores, no lo serán tanto como para que corra de ellos. Para él, la ansiedad se vuelve un espíritu de servicio que contra su voluntad lo lleva a donde realmente desea ir”.
Así, para Kierkegaard la relación entre la creatividad y la ansiedad es muy estrecha. Es precisamente porque es posible crear (crearnos a nosotros mismos, crear nuestras innumerables actividades diarias, escoger un camino y seguirlo) que uno siente ansiedad. Nadie sentiría ansiedad si no hubiera posibilidades. Y naturalmente crear significa destruir algo previo. La culpa de la que habla Kierkegaard tiene mucho que ver con defraudarnos a nosotros mismos al paralizarnos ante las posibilidades y no atrevernos a destruir y crear.