sábado, 4 de octubre de 2014

Amar es dar lo que no se tiene

H.W.: `Estar completo solo´: sólo un hombre puede creer eso…
J-A.M.: ¡Bien dicho! Amar, decía Lacan es dar lo que no se tiene. Lo que quiere decir: amar es reconocer su falta y darla al otro, ubicarla en el otro. No es dar lo que se posee, bienes, regalos. Es dar algo que no se posee, que va más allá de sí mismo. Para eso, hay que asumir su falta, su `castración´, como decía Freud. Y esto, es esencialmente femenino. Sólo se ama verdaderamente a partir de una posición femenina. Amar feminiza. Por eso el amor es siempre un poco cómico en un hombre. Pero si se deja intimidar por el ridículo, es que en realidad, no está muy seguro de su virilidad.
H.W.: ¿Sería más difícil amar para los hombres?
J-A.M.: ¡Oh sí! Incluso un hombre enamorado tiene retornos de orgullo, lo asalta la agresividad contra el objeto de su amor, porque este amor lo pone en una posición de incompletud, de dependencia. Por ello puede desear a mujeres que no ama, para reencontrar la posición viril que él pone en suspenso cuando ama. Freud llama a este principio la `degradación de la vida amorosa´ en el hombre: la escisión del amor y del deseo.
H.W.: ¿Y en las mujeres?
J-A.M.: Es menos habitual. En el caso más frecuente, hay desdoblamiento del partenaire masculino. De un lado, está el amante que las hace gozar y que desean, pero está también el hombre del amor, que está feminizado, profundamente castrado. Sólo que no es la anatomía la que comanda: hay mujeres que adoptan una posición masculina, incluso las hay cada vez más. Un hombre para el amor, en la casa, y hombres para el goce, que se encuentran en Internet, en la calle, o en el tren…
H.W.: ¿Por qué cada vez más?
J-A.M.: Los estereotipos socioculturales de la feminidad y de la virilidad están en plena mutación. Los hombres son invitados a alojar sus emociones, a amar, a feminizarse. Las mujeres conocen, por el contrario, un cierto `empuje al hombre´: en nombre de la igualdad jurídica, se ven conducidas a repetir `yo también´.
Al mismo tiempo, los homosexuales reivindican los derechos y los símbolos de los héteros, como el matrimonio y la filiación. De allí que hay una gran inestabilidad de los roles, una fluidez generalizada del teatro del amor, que contrasta con la fijeza de antaño.
El amor se vuelve `líquido´, constata el sociólogo Zygmunt Bauman.
Cada uno es conducido a inventar su propio `estilo de vida´, y a asumir su modo de gozar y de amar. Los escenarios tradicionales caen en lento desuso. La presión social para adecuarse a ello no ha desaparecido, pero es baja.
H.W.: `El amor siempre es recíproco´, decía Lacan. ¿Aún es verdadero en el contexto actual? ¿Qué significa eso?
J-A.M.: Se repite esta frase sin comprenderla, o se la comprende de través. No quiere decir que basta con amar a alguien para que él lo ame. Eso sería absurdo.
Quiere decir: `Si yo te amo, es que tú eres amable. Soy yo quien ama, pero tú, tú también estas implicado, puesto que hay en ti algo que hace que te ame. Es recíproco porque hay un ir y venir: el amor que tengo por ti es el efecto de retorno de la causa de amor que tú eres para mí. Por lo tanto, algo tú tienes que ver. Mi amor por ti no es sólo asunto mío, sino también tuyo. Mi amor dice algo de ti que quizá tú mismo no conozcas.´
Esto no asegura en absoluto que al amor de uno responderá el amor del otro: cuando eso se produce siempre es del orden del milagro, no se puede calcular por anticipado.
H.W.: No se encuentra a su cada uno o a su cada una por azar. ¿Por qué él? ¿Por qué ella?
J-A.M.: Existe lo que Freud llama Liebsbedingung, la condición de amor, la causa del deseo. Es un rasgo particular o un conjunto de rasgos- que tiene en cada uno una función determinante en la elección amorosa. Esto escapa totalmente a las neurociencias, porque es propio de cada uno, tiene que ver con la historia singular e íntima. Rasgos a veces ínfimos están en juego. Freud, por ejemplo, había señalado como causa del deseo en uno de sus pacientes ¡un brillo de luz en la nariz de una mujer!
H.W.: Nos es difícil creer en un amor fundado sobre esas naderías.
J-A.M.: La realidad del inconsciente supera a la ficción. Usted no tiene idea de todo lo que se funda, en la vida humana, y especialmente en el amor, en bagatelas, cabezas de alfiler, `divinos detalles´.
Es verdad que es sobretodo en el macho que encontramos tales causas del deseo, que son como fetiches cuya presencia es indispensable para desencadenar el proceso amoroso.
Particularidades nimias, que recuerdan al padre, la madre, el hermano, la hermana, tal personaje de la infancia, juegan también su papel en la elección amorosa de las mujeres.
Pero la forma femenina del amor es más erotómana que fetichista: quieren ser amadas, y el interés, el amor que se les manifiesta, o que suponen en el otro, es a menudo una condición sine qua non para desencadenar su amor, o al menos su consentimiento. El fenómeno está en la base de la conquista masculina.
H.W.: ¿Usted no le adjudica ningún papel a los fantasmas?
J-A.M.: En las mujeres, sean concientes o inconscientes, son determinantes para la posición de goce, más que para la elección amorosa. Y es a la inversa para los hombres.
Por ejemplo, ocurre que una mujer no pueda obtener el goce, digamos el orgasmo, sino a condición de imaginarse a sí misma durante el acto, siendo golpeada, o siendo otra mujer, o incluso estando en otra parte, ausente.
H.W.: ¿Y el fantasma masculino?
J-A.M.: Está muy en evidencia en el enamoramiento. El ejemplo clásico, comentado por Lacan, está en la novela de Goethe, la súbita pasión del joven Werther por Charlotte, en el momento en que la ve por primera vez, alimentando a un grupo de niños que la rodea.
Aquí es la cualidad maternal de la mujer lo que desencadena el amor.
Otro ejemplo, tomado de mi práctica, es este: un jefe en la cincuentena recibe candidatas para un puesto de secretaria. Una joven mujer de 20 años se presenta y le desencadena inmediatamente su fuego.
Se pregunta lo que le pasó, entra en análisis. Allí descubre el desencadenante: encontró en ella rasgos que le evocaban lo que él mismo era a los 20 años, cuando se presentó a su primera solicitud de trabajo. De algún modo se enamoró de sí mismo.
H.W.: ¡Se tiene la impresión de que somos marionetas!
J-A.M.: No, entre tal hombre y tal mujer, nada está escrito por anticipado, no hay brújula, no hay relación preestablecida. Su encuentro no está programado como el del espermatozoide y el del óvulo; nada que ver tampoco con los genes.
Los hombres y las mujeres hablan, viven en un mundo de discurso, es eso lo que es determinante. Las modalidades del amor son ultrasensibles a la cultura ambiente. Cada civilización se distingue por el modo en que estructura su relación entre los sexos.
Ahora, ocurre que en Occidente, en nuestras sociedades, a la vez liberales, mercantiles y jurídicas, lo `múltiple´ está en camino de destronar el `Uno´. El modelo ideal de `gran amor para toda la vida´ cede poco a poco el terreno ante el speed dating, el speed living y toda una profusión de escenarios amorosos alternativos, sucesivos, incluso simultáneos.
H.W.: ¿Y el amor en su duración?, ¿en la eternidad?
J-A.M.: Balzac decía: `Toda pasión que no se crea eterna es repugnante´.
¿Pero el vínculo puede mantenerse toda la vida en el registro de la pasión?
Cuanto más un hombre se consagra a una sola mujer, más ella tiende a tomar para él una significación maternal: tanto más sublime e intocable cuanto más amada.
Son los homosexuales casados lo que desarrollan mejor este culto de la mujer: Aragon canta su amor por Elsa cuando muere, ¡buen día a los muchachos! Y cuando una mujer se apega a un solo hombre, lo castra. Por lo tanto, el camino es estrecho. El mejor destino del amor conyugal es la amistad, decía en esencia Aristóteles.
H.W.: El problema, es que los hombres dicen no comprender lo que quieren las mujeres, y las mujeres, lo que los hombres esperan de ellas…
J-A.M.: Sí. Lo que es una objeción a la solución aristotélica es que el diálogo de un sexo con el otro es imposible, suspiraba Lacan. Los enamorados están de hecho condenados a aprender indefinidamente la lengua del otro, a tientas, buscando las claves, siempre revocables. El amor, es un laberinto de malentendidos cuya salida no existe.
Traducción: Silvia Baudini
Entrevista realizada a Jacques- Alain Miller por Hanna Waar para la Psychologies Magazine, octubre 2008, n° 278.

CONTRA LA AUTOESTIMA, CONTRA LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

" El término autoestima no me gusta. Autoestima quiere decir quererse. ¿Quién se quiere y quién no se quiere? Es difícil de decir, a veces la autocompasión es una forma de quererse... En todo caso podría significar querer la imagen propia con lo cual nos remite al peligroso mundo del narcisismo. Sociólogos brillantes como Richard Sennett ya nos han advertido de su naturaleza destructiva.
Al margen de que si consideramos la autoestima como un valor nos equivocamos: tan nefasto puede ser el defecto como el exceso, que llevaría a la arrogancia, la soberbia y la vanidad. Prefiero hablar de reconocimiento, que es una posición ética con respecto a uno mismo y con respecto al otro.
Si pasamos a la inteligencia emocional continúo manteniéndome crítico. Veamos su procedencia... Martin Gardner planteó hace años la noción de las inteligencias múltiples. La idea no estaba mal porque cuestionaba un concepto monolítico y cuantitativo de la inteligencia. Pero luego se convirtió en un nuevo dogma y una nueva escolástica. Hablaba de la inteligencia intrapersonal y la interpersonal, es decir de la capacidad de entenderse a sí mismo y a los otros. Aquí entraba también la empatía. Sobre esta base elaboró Daniel Goleman su noción de inteligencia emocional. Pero Goleman planteó que la falta de inteligencia emocional era lo que conducía a personas brillantes intelectualmente al fracaso personal. La inteligencia emocional significa entender las propias emociones, la de los otros, ser empático, controlar las propias emociones y tomar las decisiones correctas. El Ideal es el del control. ¿no nos advirtió ya Foucault que estamos pasando de la sociedad disciplinaria a a la sociedad del control? Uno se evalúa a sí mismo marcándose un plan y unos objetivos. Es una cuestión también de cálculo. Lo que se nos plantea es la adecuación con un Ideal, que ya no es religioso, que ya es terapéutico. Y como dice la psicología humanista ya no somos pacientes, somos clientes. Todo se mercantiliza. Hasta la filosofía, que se vende como asesoría personal. La terapia cognitivo-conductual, como han denunciado psicólogos críticos como Ian Parker, venden un modelo a imitar.
Me parece que se están confundiendo muchas cosas. Se está trivializando y degradando lo que tradicionalmente se llamaba el trabajo sobre uno mismo. Son los ejercicios espirituales de la Antigüedad que recuperan filósofos contemporáneos como Michel Foucault o Pierre Hadot. Recuperar para aprender, no para repetir ni para imitar. El psicoanális lacaniano también lo ha entendido bien cuando habla de que es el Yo el que debe ceder al Ello. El Yo son siempre modelos, identificaciones, modelos imaginarios o simbólicos, imagen o normas. Pero el Ello es algo más singular, más propio, es nuestra singularidad que hay que desarrollar. Que hay que construir con los materiales que surgen de nuestra propia experiencia, no del Ideal del Otro. Este Ideal del Otro es el de la sociedad liberal avanzada. Los últimos seminarios de Michel Foucault, como decía antes. Empezaron a tratar el tema. Psicólogos y sociólogos críticos británicos, el más importante de los cuales es Nicolás Rose, lo han desarrollado. Se trata de pasar de lo público a lo privado. Entiende la propia vida como una empresa, como una gestión de recursos intelectuales y emocionales. Este es el modelo de la inteligencia emocional: ser un buen empresario de sí mismo, gestionar bien las emociones, calcular bien las inversiones emocionales, rentabilizarlas bien. Tener autoestima, es decir desarrollar una imagen de nosotros mismos acorde con este Ideal. Sé competente socialmente, emocionalmente, lingüísticamente. Adaptarse, esta es la palabra clave. Y quien no lo hace que acuda a la psicología o de la farmacología. Todos somos clientes y consumidores potenciales este gran mercado, que empezó a desarrollarse en Gran Bretaña y en USA paralelamente a los gobiernos de Tatcher y de Reagan: abajo el Estado paternalista, que cada cual se responsabilice de sí mismo.
Observemos como este lenguaje se va introduciendo en las empresas y en las instituciones. Como es el lenguaje en el que se están adiestrando todos los gestores de esta sociedad liberal avanzada."