viernes, 18 de octubre de 2013

Prosa lúcida y negra de Emil Cioran

Creador de valores, el hombre es el ser delirante por excelencia; presa de la creencia de que algo existe, mientras que le basta retener su aliento: todo se detiene; suspender sus emociones: nada se estremece ya; suprimir sus caprichos: todo se hace opaco. La realidad es una creación de nuestros excesos, de nuestras desmesuras y de nuestros desarreglos. Un freno en nuestras palpitaciones: el curso
del mundo se hace más lento; sin nuestros ardores, el espacio es de hielo. El tiempo mismo no transcurre más que porque nuestros deseos engendran este universo ornamental que desnudaría un ápice de lucidez. Una pizca de clarividencia nos reduce a nuestra condición primordial: la desnudez; un punto de ironía nos desviste de ese disfraz de esperanzas que nos permiten engañarnos e imaginar la ilusión: todo camino contrario lleva fuera de la vida. El hastío no es más que el comienzo de este itinerario... Nos hace sentir el tiempo demasiado largo, inapto a revelarnos un fin. Separados de todo objeto, no teniendo nada que asimilar del exterior, nos destruimos a cámara lenta, puesto que el futuro ha dejado de ofrecernos una razón de ser.
El hastío nos revela una eternidad que no es la superación del tiempo, sino su ruina;
es el infinito de las almas podridas por la falta de supersticiones: un absoluto chato donde nada impide a las cosas girar en redondo en busca de su propia caída.
La vida se crea en el delirio y se deshace en el hastío.

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