Hace unos días estuve hablando con un amigo mío tortuga y me dijo que en
su próxima vida quiere ser mamífero, concretamente humano, porque cree
que como tortuga se está perdiendo muchas cosas. ¡Al menos él es una
tortuga auténtica! Pero bueno, entiendo que quiera conocer lo que como
tal le resulta inaccesible. Esto de las reencarnaciones es un filón. A
ver si me entienden, da gusto creerse estas cosas, las conversaciones
sobre futuras nadas eternas dan muchísimo menos juego...
* * * * *
“Todo va, todo vuelve, eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere,
todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser. Todo se rompe,
todo se recompone de nuevo, eternamente se construye a sí misma la casa
del ser. Todo se separa, todo se encuentra de nuevo, eternamente
permanece fiel a sí mismo el anillo del ser. En cada instante comienza
el ser, en torno a todo “aquí” gira la esfera “allí”. El centro está en
todas partes. El sendero de la eternidad es curvo.”
Así habló Zaratustra
Yo soy mucho más cobarde que mi amigo y, además, me pilló en un día
nostálgico (que cuándo no es Pascua, pensarán ustedes), así que le
respondí que últimamente estoy muy nietzscheana y que me gustaría volver
a vivir mi vida. Pero nunca, hasta entonces, tuve a Nietzsche
por un tipo cobarde... Igual es que la valiente era yo. ¿A qué venía
este arranque de voluntad de poder? ¿No sería extraño que una falsa
tortuga fuera el übermensch que viniera a salvarnos del nihilismo? Es curioso lo que una insignificante frase puede hacernos cuestionar...
Todos recordamos a Nietzsche; el filósofo del bigote, el que filosofando
a martillazos acabó con las esencias, aquél al que algunos hacen
responsable de su propia afición a quemar contenedores... El caso es que
Nietzsche nos anunció una época de nihilismo pasivo en la que no pudo
más que incluirse, y el nihilismo pasivo es, por definición, cobarde.
Así que, si bien su discurso sugiere arrebatos de coraje, no es más que
un manual para nosotros, los nihilistas pasivos de doscientos años más
tarde, que a lo mejor ya nos va tocando empezar a actuar. Él señaló al
nihilismo con el dedo, dijo "mira, el coco", cerró la puerta y siguió
escribiendo.
“Lo que narro es la historia de los próximos doscientos años. Describo
lo que viene, lo que no puede venir de otra manera: la llegada del
nihilismo.”
Genealogía de la moral
Es más, lo de que Dios había muerto tuvo que venir a anunciárnoslo un
loco, a pesar de que lo hubiéramos matado entre todos. A lo mejor es que
era el único capaz de asumirlo sin correr a esconderse en su cuarto.
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El loco, inspirado en Diógenes, que también bajó
al pueblo a buscar hombres con un farol en pleno día |
“El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada:
“¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo
hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo
hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos
ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar
esta tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus
movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente?
¿Hacia adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un
arriba y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada
infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío?
¿No veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No tenemos que encender
faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que
entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción
divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo
hemos matado!”
La Gaya ciencia
De repente se quedaban las cosas como son, sin trasmundos de sentido,
sin la oposición apariencia-idea tan manida ya. No le vamos a quitar el
mérito, yo le agradezco cargarse de un plumazo el dogma metafísico.
Reconozcámoslo, la metafísica es preciosa, a mí me encanta, pero es como
las metáforas: su exceso hace la realidad vivida muy empalagosa.
Nietzsche hizo muchas cosas bien, no les voy a engañar, yo soy muy fan.
La frase que da título a esta reflexión es sugerente y tiene cierto
fundamento pero es obvio que responde más a una estrategia de marketing,
o al germen de una duda difusa que espero ir resolviendo, que a mi
creencia ferviente en que le faltasen arrestos. La transvaloración de
los valores, la duda acerca de la validez de los principios éticos, la
actitud afirmativa y el vitalismo ante la patente falta de sentido son
rasgos evidentemente valientes. No dibujan un personaje apocado y
temblequeante que mira al mundo escondido detrás de una puerta a través
del ojo de la cerradura, pero estarán conmigo en que, en este marco de
pensamiento, el eterno retorno de lo mismo chirría un poco, y eso es lo
que me ha hecho replantear el coraje del amigo Friedrich.
¿Qué es el eterno retorno sino una cataplasma contra el síndrome de Peter Pan?
El eterno retorno de mi vida es un bálsamo, hasta hoy sé que he podido
con todo lo que se me ha puesto delante. Puede que me arrepienta de
cosas, claro, como todos, y hay detalles que querría cambiar, ¿quién no?
Pero lo que ha pasado ya lo conozco y lo tengo asumido. Desear el
eterno retorno de lo mismo es debilidad, miedo a lo desconocido.
Canguelo corriente y moliente.
El eterno retorno nos niega el futuro incierto que no sabemos si
podremos soportar, nos niega futuros éxitos, claro, pero también futuros
fracasos. Elegir el eterno retorno es apostar sobre seguro. Además
¿quién de entre nosotros no querría revivir los momentos de alegría, la
despreocupación y curiosidad infantiles, la compañía de gente a la que
ya no podemos ver? Los fracasos pasados no han sido tan malos, aquí
estamos, ¿no? Pero esos momentos cuyo recuerdo nos enseña qué es eso que
buscamos cuando queremos ser felices, esos, deberíamos poder revivirlos
cuando quisiéramos. Debería ser un derecho. Lo que no sé si termina de
convencerme es que vuelvan si es a costa de negarme nuevos
acontecimientos.
Quizá haya que ver qué es esto del eterno retorno un poco más en serio,
entender qué decimos cuando hablamos de esto, para ver por qué vida
futura nos decantamos. A lo mejor terminamos deseando ser un bicho
brillante subacuático afincado en la Fosa de las Marianas.
Podríamos pensar que el eterno retorno es una eterna oportunidad de vivir nuestras circunstancias, como en la película El día de la marmota,
un bucle en el que entramos y procuramos actuar cada vez mejor hasta
que salgan las cosas como queremos y se rompa el círculo. En esta
película, como en tantas otras de igual temática, el protagonista se
despierta y todos los días son el mismo. Él sabe de antemano cómo van a
ser las cosas y va actuando con esa ventaja. Pasa por varios estados,
pero los más relevantes son la sorpresa, la demencia y la moraleja. La
sorpresa dura pocos días, él actúa sin terminar de creer que revive el
mismo día, actúa como si no tuviera ventaja, incrédulo vive esperando
despertar de esa pesadilla y su actitud va pasando de la normalidad a la
ira que produce el hartazgo.
La demencia es más llamativa, toma consciencia de que el bucle es real
y, no sólo no aprovecha su ventaja para vivir mejor, sino que se embarca
en la peligrosa negación de la importancia de sus actos. Total, mañana
será el mismo día, cualquier atrocidad, locura o barbaridad que cometa
no tendrá importancia alguna, se borrará como rostros en la arena... El
centro de la reflexión del protagonista no es la repetición como algo
aprovechable en su racionalidad práctica, sino como pérdida de sentido
de todo acto, desaparece la importancia de lo que hace. De esto habla Milan Kundera en La insoportable levedad del ser y luego profundizaré un poco sobre esta banalidad de la vida y las acciones a la que sucumbe Bill Murray.
Por último, nuestro protagonista toma las riendas de su vida y acepta
que conocer la circunstancia con anterioridad es una ventaja que puede
utilizar en beneficio propio. La moralina estadounidense lleva a los
espectadores a creer que ese beneficio vendrá con los actos
desinteresados. Muy apoyado en la idea de las bienaventuranzas, el
protagonista que ceda y no se deje llevar por sus intereses, será el
recompensado, conseguirá a la chica y saldrá del bucle porque habrá
aprendido una importante lección vital. Pero desde la idea que estamos
manejando la moraleja no tendría cabida, el eterno retorno es eso,
eterno, nada de lo conseguido perduraría, cada noche nuestros actos
serían borrados, la chica desaparecería de la habitación, los favores no
serían devueltos ni agradecidos, lo bueno y lo malo perderían sentido.
El bucle infinito, si lo es, sólo puede desembocar en el conocimiento de
esta existencia inútil y los actos demenciales de la segunda fase.
Este tipo de bucle parece apetecible, la oportunidad de probar tantas
estrategias como podamos pensar para obtener el mejor resultado en
nuestra vida. Todo aquello que querríamos cambiar de nuestro pasado
volvería a nosotros dándonos otra oportunidad. Suena bien, pero
recuerden, no se puede salir del bucle, la estrategia correcta se
tendría que repetir una y otra e infinitas veces. Quizá el resultado
feliz de las primeras veces pierda su valor pasados varios cientos,
¿querríamos vivir innumerables fallos hasta encontrar la sucesión
correcta de acontecimientos? ¿Y, una vez hecho el esfuerzo, repetirlo
eternamente sin que quepa preguntarse en qué desembocará lo conseguido?
Porque, como en La Cenicienta, nuestra vida hace reset y se vuelve de nuevo calabaza en cuanto llega la noche. Visto así, ya no seduce tanto, ¿verdad?
“El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que
una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como
una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido
horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada
significan.”
La insoportable levedad del ser
“La carga más pesada.
¿Qué ocurriría si, un día o una noche, un demonio se deslizara
furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: “Esta
vida, tal como ahora la vives y la has vivido, deberás vivirla una vez
más e innumerables veces más, y no habrá en ella nunca nada nuevo, sino
que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento y cada suspiro, y cada
cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y
todas en la misma secuencia y sucesión -y así también esta araña y esta
luz de luna entre las ramas y así también este instante y yo mismo. ¡La
eterna clepsidra de la existencia se invierte siempre de nuevo y tú con
ella, partícula de polvo entre el polvo!” ¿No te arrojarías al suelo,
rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que te ha hablado de
esta forma? ¿O quizás has vivido una vez un instante infinito, en que tu
respuesta habría sido la siguiente: “Tu eres un dios y jamás oí nada
más divino”?”
La Gaya ciencia
El retorno de Bill Murray no es retorno de lo mismo, sus acciones
cambian, para él cada día es un nuevo día en un mismo marco, con la
particularidad de que sus actos no tienen consecuencia. De esto habla
Kundera. Nuestra vida pasa sólo una vez y la relevancia de nuestros
actos se la llevará el tiempo. La levedad de nuestros actos no nos es
patente, es nuestro presente, sus consecuencias nos acompañan siempre,
son nosotros mismos. Sin embargo, cuando desaparecemos, a nuestra
muerte, ¿qué son sino sombras, como las esencias para Nietzsche, “el último humo de la realidad que se evapora”? Bill Murray se daba cuenta de que no había carga de sentido en sus actos cuando en el despertador volvía a sonar I got you, babe de Sonny & Cher.
Ayer no había sido. Pero nosotros no vamos a tener una banda sonora que
nos avise, nuestra vida se irá desdibujando hasta llegar a no ser
cuando no quede constancia de que hemos sido. Y créanme, pasará.
“La idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual
las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen
sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia
atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es
posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña
todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.”
La insoportable levedad del ser
Éste es el miedo al que nos lleva la nostalgia; la consciencia de
muerte, nuestra finitud no sólo vital sino histórica, el miedo a
desaparecer nos invita a desear el eterno retorno. La levedad, la
fugacidad no nos son suficientes. Pero ¿deseamos la carga más pesada, el
eterno retorno de lo mismo?
“Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas
veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La
imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada
gesto el peso de una insoportable responsabilidad.”
La insoportable levedad del ser
Aquí parece que hemos pinchado en hueso, ha salido la palabra maldita:
responsabilidad. Que nuestros actos no importen nos da una libertad
encantadora, esa en la que no tienes que hacerte cargo de lo que haces,
pero la libertad va siempre acompañada de ser responsable, el precio a
pagar en caso contrario ya hemos visto que es ser como si no fuéramos,
ustedes verán si les compensa.
Podemos dar la espalda a Friedrich y negar el nihilismo, abrazar
cualquier fe, actuar de acuerdo a sus pautas (que, por cierto, son
ajenas a nuestra racionalidad práctica) y esperar nuestra recompensa
postmortem en algún mundo de esencias y sentidos vitales. Podemos,
incluso, hacer otra cosa, para renunciar a la responsabilidad
renunciaremos a la libertad, eterno retorno como absoluto determinismo.
Eso tampoco nos gusta mucho, ¿no?
Sólo queda entonces apelar a la diferencia expuesta por Mircea Eliade
entre “tiempo originario o mítico” y el tiempo que vivimos. Los
pobladores de tribus primitivas viven en un tiempo donde sus actos no
tienen sentido porque no pasa nada, se da la negación del
acontecimiento. Todo lo que ocurre ya ha pasado antes, in illo tempore,
a los dioses, los héroes o los ancestros. Todo lo que se vive es sólo
una repetición de lo que ellos vivieron, una hierofanía. Los actos
humanos son insignificantes, su único sentido es ser reflejo de aquello
que ya ha pasado a otros, a esos a los que rendimos pleitesía. Lo único
similar a una acción significativa se reduce a los rituales y, aún así,
el hombre no es más que el instrumento para repetir lo mítico y traerlo
ante nosotros.
Damos así con un eterno retorno en el que nos desembarazamos de la
responsabilidad y tenemos cierto margen de libertad, pero volvemos a ese
contexto atroz en el que nuestra vida no importa nada. Somos meros
actores, personajes secundarios de nuestra propia vida.
Visto lo visto, parece que ninguna de estas propuestas es la que
barajaba Nietzsche, él hablaba de eterno retorno de lo mismo; no se
puede salir del bucle, no se pueden cambiar los actos, no se puede vivir
la vida de otros, no se puede escapar de la libertad y la
responsabilidad que va asociada a ella... Si habla de ello como la carga
más pesada es por algo. Y es porque, a diferencia de todos los
presentados, el de Nietzsche se elige.
“Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la
historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero
dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos
se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven
más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita
entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un
Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los
franceses.”
La insoportable levedad del ser
“Si esa idea se afianzase en ti, te haría experimentar, tal como eres
ahora, una transformación y tal vez te aniquilaría; ¡la pregunta sobre
cualquier cosa: "¿Quieres eso?; ¿lo vuelves a querer?; ¿una vez?,
¿siempre?, ¿hasta el infinito?" pesaría sobre tu obrar como la carga más
pesada! O también, ¿cuánto deberías amarte a ti mismo y a la vida para
no desear ya otra cosa que esta última, eterna sanción, este sello?”
La Gaya ciencia
Esta elección se apoya en la libertad de uno, en abrazar la
responsabilidad que viene con ella. Una vez Dios ha muerto, desvanecido
por completo el mundo de las ideas, sólo nos tenemos a nosotros mismos
y, al parecer de Nietzsche, elegir la repetición de nuestros actos es la
manera más patente de afirmar nuestra vida y abrazar el mundo en lo que
es. Ahora bien, ¿cuándo se da esta elección? Podemos, en nuestro lecho
de muerte, estar tan contentos con cómo nos ha ido, o simplemente estar
cómodos sabiendo que podemos con ello, que queramos revivirlo una y mil
veces. A esto me refería hablando con mi amigo. Este deseo no lo mueven
lo que Nietzsche llamaría fuerzas activas, no es una aceptación de la
realidad, es un cobijo. Esta elección es cobarde y sólo la mueven la
nostalgia y el miedo. Elegir el eterno retorno a toro pasado es un modo
algo indigno de seguir a Nietzsche, aunque lícito.
Pero ¿cómo elegirlo antes? Parece que esto es lo que nuestro querido
Friedrich pretendía, que al tomar una decisión nos movieran fuerzas tan
potentes que eligiéramos lo decidido como si fuera a repetirse
eternamente, que la consciencia de que dependíamos sólo de nosotros nos
impulsara a decidir todo en nuestra vida desde estas coordenadas. Sólo
así la decisión sería activa, sólo así abrazaríamos la realidad en lo
que es y lo haríamos a bocajarro.
Aunque bien pensado, cabe la opción de andarse siempre con medias
tintas, no arriesgar en lo elegido porque desconocer las consecuencias
nos lleva a temer su repetición eterna, no jugársela. Esto deja como
resultado el eterno retorno de una vida mediocre, donde nada ha costado
mucho pero tampoco se ha ganado gran cosa. El übermensch no
debería conformarse con migajas, no quiero pensar que el manual para el
nihilista del siglo XXI se quedara en esta calma chicha. ¡Qué
aburrimiento de eterno retorno! ¡Qué deseo tan templado! ¡Qué vida más
gris! Me niego a quedarme esta impresión de Nietszche...
Supongamos el eterno retorno como la elección de todo acto de nuestra
vida al modo de una fuerza arrebatadora, actuar como si quisiéramos que
cada momento que vivimos volviera a nosotros eternamente. ¡Eso sí que es
una vida intensa! Ya no puedo tener a Friedrich como un cobarde, está
claro, pero tampoco me parece que lo mueva el valor, parece más osadía,
cierta adicción a la adrenalina quizá. ¿Dónde queda el análisis, el
sopesar pros y contras, la razón práctica? ¿Dónde queda entonces la
mesura? Por mucho que nos apetezcan los momentos en que sólo nos mueve
la pasión, por mucho que deseemos una vida vehemente, estos no pueden
ser los únicos acontecimientos de nuestra vida. Por mucho que nos pese
hay otros tantos que requieren templanza y reflexión para querer que se
repitan o para evitar que sean algunas de esas decisiones impetuosas las
que vuelvan. No se puede decidir desde el absoluto desconocimiento del
futuro que lo que decidamos y todo lo que esto desencadene vuelva a
nosotros eternamente, sería tanto como responsabilizarnos de la
totalidad de los acontecimientos del mundo.
Amigos, estaba equivocada. Nietzsche no era un cobarde, Nietzsche era un insensato.