sábado, 23 de noviembre de 2013

Parejas recíprocas

Puesto que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona, es necesario el respeto de esa ingeniería natural sobre la que se debe construir una ética cristiana. El hecho social de que muchas parejas casadas por la Iglesia experimenten la imposibilidad de cumplir su promesa de perpetuidad “hasta que la muerte nos separe” puede tener su explicación en no haber tenido en cuenta esa como ingeniería civil del sacramento matrimonial. Un hombre y una mujer que deciden unirse para siempre con libertad, con amor y con respeto mutuos, abiertos a transmitir la vida a los hijos, que expresan ante la Iglesia la promesa formal de su amor y de su voluntad de afrontar juntos la vida hasta la muerte, ¿Por qué ven frustrada esa decisión sagrada que ellos mismos eligieron?

Un error frecuente es optar por vivir independientes. No tiene mucho sentido casarse para ser independientes, pero se escoge esa actitud como un mal menor, para no pelear y evitar conflictos. Se mantiene una fachada social, un estatus, pero ya no existe esa física y química necesarias en una buena relación. Por este camino es fácil que alguien más se cruce y se acaba así descubriendo una nueva pareja en alguien más. Otro error, tal vez peor, es la dependencia. Uno de los dos opta por someterse al criterio del más fuerte, despersonalizándose, perdiendo la propia autoestima e identidad. Puede durar algún tiempo, pero ya no hay felicidad, sino miedo y sumisión. Hasta que se encuentra a quien te valore de verdad y sepa darte tu puesto, amarte de la manera que uno lo necesita. Estos dos modelos fracasan porque eluden la reciprocidad, no se puede ser pareja sin reciprocidad, sin igualdad de parte y parte.

Esta reciprocidad solo es posible en la interdependencia, un modelo para perseverar en la vida de pareja, para construir igualdad y para ser felices y además poder cumplir a cabalidad con la promesa pronunciada ante el altar. Pero la interdependencia se construye en base a cuatro reglas: 1. Metas comunes. 2. Repartirse las tareas. 3. Evaluar mensual o bimensualmente. 4. Capacidad de perdón y de esperanza. Este esquema implica saber conjugar bien dos viejos verbos, ceder y comunicarse. Hay que empezar, pues, por las metas. Son el motor de todo lo demás. No basta la de educar y cuidar a los niños, por importante que esta sea. Tampoco basta que cada uno tenga ya sus propias metas personales. Tienen que ser metas compartidas, dos o tres o cuatro, que tengan que ver con la felicidad de estar juntos, de construir un presupuesto y una cultura familiar, de alternar trabajo y ocio en sabia proporcionalidad. Después repartirse las tareas ya es más fácil, según las habilidades y la buena voluntad de cada cual. Es cuestión de sumar y no restar, evitando competir y valorando que juntos somos más. Lo de evaluar es importante, se remiten a la evaluación de fin de mes un montón de conflictos ocasionales, demasiado explosivos para resolverlos de manera inmediata. Las noches traen consejo. Y finalmente, tras la evaluación, saberse perdonar con esperanza.

Roberto Fernández

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