viernes, 30 de agosto de 2013

Las dos caras de la mujer en el tren

En una mañana común, a bordo de cualquier tren de cercanías o metro del área metropolitana de Londres, se producen cientos, miles, puede que decenas de miles de metamorfosis. Tantas como mujeres sin maquillar tomen el tren.
El perfil, al menos de las que abundan en mi tren es muy parecido. Mujer de entre 20 y 40 años, con bolso caro y de asombrosa capacidad, iPhone y un café para llevar. Lógicamente si no han tenido tiempo de maquillarse en casa, mucho menos de desayunar. Si la mujer se encuentra próxima a la veintena aumentan las posibilidades de que también se haga las uñas a bordo. Si supera la cuarentena, el café para llevar viene hecho de casa y en un termo.
De esta forma, conforme el tren se aproxima a su destino y desafiando con destreza extrema al traqueteo, las legañas dan paso al rímel, las ojeras al colorete y la boca seria al pintalabios. La mujer que baja del tren ya no es la misma que entró hace tan solo unos minutos.
Esta entrada es para todas esas mujeres que inexplicablemente, en medio del vaivén del tren, no se han sacado todavía el ojo con el bastoncillo del rímel. También para las que me aturden a menudo con el olor del esmalte de uñas. Si tuviera la mitad de valor que ellas, me afeitaba de camino al trabajo.

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