viernes, 30 de agosto de 2013

El turista zombie

El año pasado el número de turistas internacionales en el mundo ascendió hasta los 940 millones. El turismo representa ya el 9% del PIB mundial. Ni la crisis, ni la gripe aviar, ni la madre que lo parió. Nada puede evitar hoy en día que las crecientes masas de la clase media planetaria se sientan como los ricos durante una o dos semanas al año. Cámara en mano se desplazan a los lugares más remotos, exóticos e inaccesibles del último catálogo de viajes del Corte Inglés y exhiben esa foto sujetando la Torre de Pisa o metiéndose el Machu Picchu por el ojete en su preciado muro de Facebook.
El turista actual pasa más tiempo en Internet que un adolescente en celo. Durante meses antes del viaje, peina sistemáticamente la red en busca de ofertas y chollos, a la vez que frecuenta foros especializados en los que intenta resolver grandes inquietudes como… “a cuánto va la barra de pan en Nepal?” o “rasca el papel de culo en el Easyhotel de Bayswater?”.
Uno de los viajes de moda, si el presupuesto no da para más excentricidades, es la visita a Londres. El otrora glamuroso trayecto a la capital británica hoy es comparable al transporte de ganado. Preséntese con 3 horas de antelación en el aeropuerto internacional de Quintanilla de Onésimo, donde una tartana con alas provista de azafatas feas irlandesas le llevará hasta una localidad tan cerca de Londres como Toledo de Madrid.
Este degradante proceso llamado viaje low cost, convierte automáticamente a los viajeros en turistas zombies. Se desplazan lentamente y en grandes grupos por el mercado de Portobello los sábados, el de Camden los domingos y el Soho al anochecer y en lugar de “cerebrooooos” dicen “fotoooooos”. Visten prendas que solo un muerto viviente en el extranjero llevaría: esa chaquetilla que regalaban con el Marca, las bermudas que ya estaban pasadas de moda hace 6 temporadas o cualquier cosa que estuviese en oferta en Decathlon la semana antes del viaje. No interactúan con el entorno salvo para comer y beber o hacer cualquier cosa que le ordene su guía de viaje. Su única misión es volver a casa con una foto en una cabina roja, otra junto a un Guardia Real, una en la entrada del barrio chino y, si no sale muy caro, la atrevida foto engullendo un “fisanchís” o “fulinglisbrekfas”.
Si te has sentido identificado con la definición del “turistazo”, no te sientas culpable, es imposible escapar del turismo zombie. Todos pasamos antes o después por el aro, aunque los más osados tratan de resistirse en vano. Se alojan con sus mochilas, sus rastas y sus albarcas en un albergue cutre y visitan los lugares “menos turísticos” recomendados en su Lonely Planet, la biblia para todo viajero independiente que acaba con la independencia de todo viajero.
De hecho, solo hay dos formas dignas de escapar de esta maldición: una es teniendo un amigo local que te lleve a su bar favorito o a ese rincón desconocido que le llevó años descubrir. Pero claro, no se puede tener amigos en todas partes, eso sólo es en Facebook. La otra forma, como no, es visitando Guirilandia…

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