viernes, 2 de agosto de 2013

La filosofía de Gabriel Marcel

En mi propio caso, si yo he tenido alguna experiencia de existir, ha sido en cuanto he tenido la suerte o de crear en el preciso, sentido de la palabra, o de participar en un orden que es en realidad el del amor y la admiración, dentro del cual se pue de describir el acto creador. Esto último es esencial, porque de ningún modo se podría negar la experiencia de existir a innumerables seres humanos que nunca han escrito una línea ni intentado expresarse a sí mismos en música o en pintura. Esta experiencia existe desde el momento en que una persona alcanza una cierta plenitud, con tal de que no degenere en una autosuficiencia ilusoria”


Lo decisivo es despertar en las gentes el ansia de ser creativas en alguna vertiente de su vida, pues el ejercicio de la creatividad es fuente de luz y nos abre posibilidades insospechadas de comprensión de nuestra realidad actual, de apertura de horizontes prometedores y, consiguientemente, de interpretación lúcida de los pensadores empeñados en descifrar el enigma del ser humano.


La participación genera presencia. Esa presencia la vivimos en los acontecimientos de encuentro, cuando una persona se nos revela en la mirada, en la palabra, en la expresividad del rostro. Te digo una broma que te agrada y me sonríes. En tu sonrisa se me hace presente tu persona complacida. La sonrisa se ve en bloque. Si, para “explicarla”, la descomponemos en los elementos fisiológicos que la integran, la perdemos de vista. Debemos verla sinópticamente, a través de unos medios expresivos que se hacen transparentes. Una obra musical se le hace presente al pianista cuando cobra vida bajo sus dedos. “[...] El misterio musical es el misterio mismo de la presencia. Y aquí debemos referirnos a lo que hay de más íntimo en el comercio entre los seres. En el sentido espiritual de la palabra, la presencia no se reduce al hecho de estar ahí. La presencia no es algo dado; yo diría, más bien, que es algo revelado [...]. Un ser nos es presente cuando se abre a nosotros; y esto no implica en modo alguno que esté situado en el espacio junto a nosotros”.

Al entrar en presencia de algo valioso, del que participamos con amor y admiración, ganamos conciencia de existir de verdad, de estar afirmados en el ser . El “ser” al que aquí aludimos no se reduce a una mera idea universal; se halla cargado de densidad, de potencia operativa, de virtualidades creativas. Al asumir éstas, nuestra “exigencia ontológica” se aquieta y da lugar a una plenitud vital. Es el sentimiento de plenitud propio de la felicidad. 
 

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