Recuerdo que desde mis primeros años,
creo que como a todos, me enseñaron a decir la verdad y las bondades que
eso traía consigo. Bondades que cada vez fueron menores, pues tras las
travesuras y el reconocimiento de ellas, tras decir la verdad, los
castigos, desde mi perspectiva, carecían de cualquier bien. Y si eso no
era bueno, sí recuerdo lo tentador que era eludirlos con “mentirillas
piadosas”, como algunos las llaman, o cometiendo el tan repudiado por mi
catequista, pecado de la omisión.
Era y continua siendo genial fantasear y
agregar datos inventados a las historias que narraba (y aún narro),
datos sacados de otras historias que había escuchado o de sueños que
había tenido; y si no agregar, simplemente, acomodar un poco la
situación a mi favor, “poniéndole de mi cosecha”, como se dice
vulgarmente (al menos en el sur, que es de donde vengo) para sazonar un
poco la narración; sin dañar a nadie o por lo menos sin querer hacerlo,
pues el afán era sólo contar una buena historia donde yo fuera la
protagonista, un afán literario y estético, por denominarlo de alguna
forma, sin intención de traición o encubrimiento. Esas no eran mentiras,
eran mis verdades, únicas y personales, y se transformaban en mentiras
solamente cuando alguien las descubría, las sindicaba como tal.
Espero que por esta declaración no se me
acuse de esquizofrénica, mitómana o se empiece a dudar seriamente de mi
palabra, gran riesgo que corro, pero creo que la mentira es algo
completamente envolvente, mágico, que nos traslada de la cotidianidad y
que es primero que la verdad, tal como dijo aquel conocido trovador
español: “Es mentira que más de cien mentiras no digan la verdad”.
¡Confieso, señores, que he mentido en más de alguna ocasión, y quizás lo
más grave de todo, es que he disfrutado ver en la cara de mi
interlocutor maravilla o tranquilidad! ¡Pero quién esté libre de pecado
que lance la primera piedra… eso sí, que no la lance para acertar!
Las cosas de las que más disfrutamos, o
de las que más disfruto, son ficciones o, llamémoslas directa y
morbosamente, para efectos del texto, mentiras: la pintura, las
canciones, la literatura, el cine, los sueños. En ello se muestra de
forma clara y evidente cómo el hombre intenta corregir la realidad y
goza en ello. Pues se escribe, se pinta, se canta de lo que no fue, de
lo que fue y no me gustó y deseo recordarlo de otra manera, de lo que
nunca será, de lo que veo, pero estoy seguro que nadie más ve, porque es
sólo cuestión de percepción, cuestión de mi propia y única forma de ver
el mundo. Nos atraen las mentiras y las metáforas porque en ellas somos
protagonistas y no vivimos nada en forma ordinaria o mediocre: si se
sufre se hace como nadie más lo podría hacer, de la forma más
desgarradora, como si el desamor, la muerte, la soledad sólo existiera
para el yo particular, como si nadie más la pudiera vivir. Pensamos en
base a metáforas y al usar el lenguaje las transmitimos en forma de
mentiras.
En
este punto me veo en la necesidad imperiosa de quitar esa carga
peyorativa que arrastra consigo la palabra “mentira”. Una palabra que
solemos repudiar cuando nos alejamos del contexto artístico y pasamos
al plano cotidiano y a la relación entre personas, cuando vivimos en
sociedad y nuestro actuar esta regulado por una moral que aboga por la
verdad. Es normal que al vivir en comunidad deseemos escuchar la verdad
de la cosas que suceden y que no podemos ver, de las cosas que los otros
sienten, de la situación en la que se encuentra mi ciudad o mi país
-por lo mismo el rechazo a los políticos y a sus promesas: se sabe de
ante mano que no son artistas y que su intención no es exponer el mundo
que se desearía que fuera, sino que manejan la mentira para encubrir la
verdad, para dar a pensar que todo esta en calma y que su labor se
cumple de la mejor forma posible-.
Para quitar este estigma me apoyo en
Nietzsche, con quien afirmo que la mentira y la verdad tienen su
comienzo fuera de la moral y fuera de toda carga valorativa (véase Sobre verdad y mentira en sentido extramoral).
El hombre conoce y se relaciona con el mundo de forma particular y
única, según su prisma de visión de mundo, que nunca lo abarca por
completo y está cargado de subjetividad y ficción.
“ No basta abrir la
ventana/ para ver los campos y el río/No es bastante no ser ciego/para
ver los árboles y las flores./También es necesario no tener
filosofía./Con filosofía no hay árboles: hay sólo ideas / Hay sólo una
ventana cerrada, /y todo el mundo afuera;/y un sueño de lo que se podría
ver /si la ventana se abriera,/que nunca es lo que se ve /cuando se
abre la ventana.”
El hombre conoce el mundo como su propia
ficción y lo interpreta a su manera, y aunque condicionado ciertamente
por el factor cultural, lo cierto es que cada perspectiva no nos muestra
el mundo real o La Verdad universal que tanto buscamos y que al parecer
estamos impedidos de encontrar por las limitaciones de ese don llamado
intelecto. Un don que está unido a un cuerpo que siente, sueña y espera
(el ser dual del cual hablaba Kant, escindido entre razón y sensación).
Puede ser que cada una de estas “visiones angulares” sean una micro
verdad en un universo lleno de ellas y dado a la interpretación, o bien,
las podemos llamar a todas ellas mentiras. Entonces todos seríamos
mentirosos por naturaleza, pues al parecer nuestro intelecto está hecho
para inventar, para crear metáforas, para saltase los “en sí” y volcarse
hacia los “para mí”, para que el hombre sea un artista natural. ¡Si
hasta el mismo lenguaje, elemento básico en el pensar y en la relación
entre humanos, es una metáfora del objeto al que se refiere! Es
angustiante pensar que no existe una verdad única y universal, y darse
cuenta que la filosofía, por mucho que se esfuerce por llegar a ella y
por conocer el mundo tal como es, sólo sea una perspectiva más -una
perspectiva menos sentimental, que se trata de acercar mucho más a las
bases, más revisada, racional, crítica de la misma crítica del mundo y
de la forma de conocerlo- pero perspectiva al fin y al cabo (quizás
muchos no compartan esta postura acerca de la filosofía y sientan
completamente “sacrílegas” mis palabras, pero el tema queda abierto a la
discusión y al debate).
Entonces
¿de donde viene la verdad que tanto se protege en la sociedad, si cada
uno posee una mentira distinta que protege como tesoro propio y verdad
absoluta? Existe en el hombre un afán de comprensión, de unificación y
sobretodo de cuidado frente a las distintas visiones de mundo, existe
temor a ser engañado, a perder el poder de crear frente a la creación
del otro, pero no existe pudor en engañar. La Verdad viene como un deseo
que nace del hombre en sociedad y por lo tanto, cuenta Nietzsche, se
basa en la convención. Hay un conjunto de palabras y conceptos que se
crean, que poseen un significado arbitrario, pero que pasan a ser
comunes a una sociedad y una cultura. Es en este momento cuando la
verdad convencional se yergue como La Verdad que todos esperan y a la
que todos aspiran, adquiere un valor positivo y se posiciona en el “Lado
A” de la moral. Sólo bajo la convención nos es posible transmitir y
entender las distintas visiones de mundo. Si bien se puede diferir de
muchas y poner la nuestra por sobre las otras, también se puede dar la
comunicación al interior de una sociedad, que deja de ser atomizada y
adquiere perspectivas que denomina como reales, pues son los conceptos
convencionales los que nos permiten unir lo diferente. Cuando nos
transformamos en seres gregarios se vuelve necesario y obligatorio, para
sobrevivir, seguir las reglas impuestas y que todos siguen, aunque sean
sólo ilusiones generalizadas.
Ahora ¿en que momento la mentira se
transforma en algo negativo y reprochable y qué tipo de mentira es ésta?
Porque estamos claros que el arte, siendo ficción pura, se disfruta más
que se reprocha. Cuando, estando dentro de la convención, escapamos a
las reglas y límites que se han planteado y usamos conceptos conocidos
por todos de forma equívoca, cuando por ejemplo nos definimos como
alegres y nuestra personalidad no cabe dentro del concepto aceptado como
alegre, sino como melancólico, es cuando estamos mintiendo: allí la
mentira se transforma en algo negativo, ésa es la mentira condenada. Tal
como explica Nietzsche, el uso antojadizo de lo conceptos no se permite
al interior de un conjunto social, es una falta a la moral, es un
engaño: a partir del sentimiento de estar obligado a designar una cosa
como roja, otra como fría, una tercera como muda, se despierta un
movimiento moral hacia la verdad, a partir del contraste del mentiroso,
en quien nadie confía y a quien todos excluyen.
Es así que me atrevo a presentar a la
verdad como una mentira generalizada, a la que todos están obligados a
creer para poder mantenerse al interior de un grupo. Culturalmente
ciertas cosas nos parecen agradables, aberrantes, hermosas; así pasan a
formar parte del conjunto humano al que queremos pertenecer y, en pos de
la tranquilidad, olvidamos el poder creador artístico que poseemos
naturalmente como seres humanos. Cambio mi creación por una creencia que
con el tiempo se vuelve certeza, por temor a la posibilidad de creación
del otro, por subsistencia; pero eso no erradica de nosotros el goce
del fantasear y crear nuestros propios mundos: seguimos gozando de hacer
nuestra propia mentira, que no es más que nuestra más íntima verdad.
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