La ruptura, el
corte, la escisión, la grieta, la indiferencia absoluta (“Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé”), un agujero de
existencia por el que se cuela todo sin esperanza y donde el destino es un
opaco cristal.
No hay
esperanza en nuestro extranjero, ni salvación; su dolor no se eleva sino que
se queda en él, permanece en sus días, ni se proyecta hacia adelante ni hacia
atrás manteniéndose fijo en un momento que tampoco es presente.
Todo él supone
la extensión de unos actos de los que no se siente dueño, el ser sin
repercusión moral en la totalidad de los acontecimientos que no se piensan
sino que sólo se ejecutan.
Para el
extranjero nada importa porque nada posee, es como una suspensión vital de
pensamiento y acto, y no sólo en su problema o internalidad,
sino para la sociedad. Una sociedad en la que vive y no, lo que significa que
paralelo a él corre el mundo real – y con ello la crítica que Camus desliza
sobre dicha sociedad-, esas imágenes sórdidas, ridículas y esperpénticas (léase
la historia del vecino y el perro, la salvaje tristeza y abandono de la esperanza)
de las que en ningún momento se hace cargo porque nada tienen que ver con él,
o quizá mucho – desde nuestra perspectiva como lectores -, pero no para él,
no para esa porción de amarga existencia donde el personaje se halla.
Es la historia
de los hombres de su tiempo: con los que habla en el entierro de su madre,
ecos de entregada muerte, la vejez espectral y el deterioro del paisaje
alegre, esperanzador y lúcido; los que le juzgan, solemne cuadrilla de
aletargados, anacrónicos, corruptibles y redoblados espíritus a kilómetros de
la verdadera libertad, publicistas de la felicidad más adormecedora y la
moral más ridícula; e incluso los que le quieren, inocentes, paupérrimos de
fuga y pedigüeños de estabilidad que cubren y cubren con su belleza inocente
el lodo del “los extranjeros”. Todos. Cada uno. Revoloteando como moscardones
incómodos y escurridizos, retumbando contra la “realidad” de Mersault, la más auténtica (en el sentido de Heiddegeer), la más cruda, la más cabal, la más honesta,
o la más insignificante, la de cualquiera.
Porque eso es
lo que siente, una existencia cualquiera que quizá no merece la pena de ser
vivida, conclusión que en sus últimos minutos le servirá de consuelo: “Y bien, tendré que morir (.....) Pero
todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida”.
Pero, ¿por qué
no vale la pena de ser vivida? ¿Qué le lleva a pensar así?
El extranjero
observa todo por encima sobrevolando a lo que asiste; la vida a través de un
hueco, una rendija, y él desprendido del resto, indefinido en el conjunto de
la masa, sin pertenecer a ningún sitio, como fuera, y claro, eso produce el
dolor y la visión correspondientes.
En una
particular desolación siempre, desteñido de los colores que brinda la
existencia que está ahí fuera y que conoce, trágico e inmóvil, perpetuo y sin
esperanza..., el tiempo se posa
levemente sobre él hasta resbalar, patinar sobre el armazón atemporal que se
fabrica cada día. Mersault ni se forma ni se
destroza, es pura angustia y quietud, no hay devenir y tan sólo la triste
pero real influencia de factores climáticos y ambientales a los que responde
impulsivamente como una animal. (Dispara a aquel hombre porque la luz del día
le cegaba en ese instante)
Así que éste es el extranjero y así siente: una vida
inevitable, siempre extraño en su medio, abocado a la incomprensión, al
límite en todo de la moral y por supuesto alejado de su destino. Según Hegel
un “enajenado” , “una conciencia infeliz”, “el
alma enajenada o la conciencia de sí como naturaleza dividida o escindida”
(Fenomenología del espíritu). Es
decir, que la conciencia se experimenta como separada de la realidad a la
cual se pertenece de alguna manera. Nace entonces un sentimiento de desgarro,
desunión y lejanía, una realidad que se halla fuera de sí en contraposición
al ser en sí. Y esto designa el estado de libertad en un sentido positivo, no
como liberación de algo sino como liberación para sí mismo, esto es, como
autorrealización.
No narra ni
siquiera sus sentimientos como tal, sino la imposibilidad de la vida, del
fracaso ante el destino, de la estúpida supervivencia, del puente entre
nuestras decisiones y libertad, y nuestra historia real, en lo que
acabaremos. Nada que decir y mucho que arrastrar, por ejemplo un orden
social, unas normas, y sobre todo un final abyecto,
abierto plenamente, absolutamente real, lo más real: que sabe que va a morir.
Sintiéndose siempre fuera de lugar no puede
sentir el tiempo de la misma forma que el resto lo viven; en el filo de la
pesadilla real, el infierno particular y la visión dura de las cosas, se
desarrolla ante el lector como el tipo que nada espera, el hombre infeliz y
anónimo que ni desgasta su ilusión en amenizar su espacio con un plan futuro,
y que por contra, deja realizarse su propia
vida sin importarle demasiado porque su condena es esa existencia
donde ningún paliativo puede sanar el dolor.
Lo dice en dos
ocasiones: “no hay escapatoria”, y
lo afirma antes de entrar en la cárcel y honestamente, claro, después.
Libre como es,
para Mersault lo irremediable sucederá, no tiene en
sus manos el cambio, y sabe bien que a pesar del intento de huida, quiera él
o no, el destino se cumplirá.
Pienso que
Camus ha querido denostar el a veces horrible paso del tiempo en un ser
lanzado a la tragedia, enredado en sus días y su condena, una condena real,
un inviable horizonte.
Porque el
extranjero siente que todo se va escapando menos él, las oportunidades, el
sabor de los elementos, la melancolía de lo monótono, la insatisfacción de
saberse y conocerse, el mundo avanzando en el exterior sobre su corteza, y
él, fuera ya de toda verdad posible o imposible se despide de las certezas y
de la posibilidad de cambiar absolutamente nada.
Puedo afirmar
después de pensarlo mucho que en El
extranjero tiempo, yo e historia permanecen invariables en esencia y en
el sentido más interno posible. Antes de entrar en prisión y después Mersault es el
mismo y a pesar de todo, a pesar de saber que va a morir, nada transige
en su interior en lo que a indiferencia se refiere, porque con la misma
“cordura” que se le caracteriza desde las primeras páginas, se enfrenta y
acepta en los límites más insospechados de racionalidad su suerte y la mayor
de las verdades: la muerte.
“Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado el
mal vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de
estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo”
Sin duda hay un
proceso, pero la superación está clara y en su evolución el tiempo es en todo
momento el mismo, algo que ni se marca ni se define, ni es propio ni ajeno.
Quiero decir que esa indiferencia está en el extranjero siempre, aunque él no
lo sepa certeramente hasta el final, donde se deja caer sobre su sino. Y es
entonces Camus el encargado de enseñarnos precisamente eso, que dada
cualquier situación todo es siempre igual; la muerte siempre pesando, la vida
en su ilogicismo golpeando al hombre, el tiempo
limitando, definiendo, oprimiendo, las esperanzas en extinción, la vida
marchándose lenta o rápidamente pero siempre yéndose..., y el hombre sin
comprenderlo demasiado, en la aceptación o la abnegación, pero siempre
“condenado” a vivir y a esperar.
Dice Mersault: “....sentía deseos de estar en una playa
(....), después esperaba el paseo cotidiano que daba por el patio”
En aquella
libertad él esperaba los acontecimientos más o menos predecibles como
cualquier ser humano que disfruta de su tiempo, sin embargo, encarcelado,
vuelve a esperar con el mismo sentimiento y percepción a que sobrevenga otra
cosa, radicalmente distinta, pero para él del mismo efecto. El rayo que
entraba cada mañana por la ventana de su celda era en el fondo el mismo que
le pegaba de lleno junto al mar, aunque si muros, sin muerte segura, pero
idéntico al infinitamente pequeño halo de luz que se colaba por su vencida
esperanza.
Así, se haga lo
que se haga a todo nos acostumbramos hasta llegar a la más absoluta
pasividad. “...si me hubiesen hecho
vivir en el tronco de un árbol, sin otra ocupación que la de mirar la flor
del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco”
Siempre el
mismo tiempo. Independientemente del momento en que se viva, las sensaciones
son iguales, cualquiera que sea la somera aprehensión de algo, la toma de
posesión de cualquier verdad..., todo, se acaba abarcando por muy espinoso
que sea. La costumbre.
Para el
extranjero no hay diferencia apreciable entre esos dos espacios que
experimenta, se mantiene con las mismas preguntas, pensamientos y angustias
que antes de entrar en la cárcel.
¿Y los días?
“No había
comprendido hasta qué punto los días podían ser a la vez largos y cortos.
Largos para ser vividos sin duda, pero tan distendidos que concluían por
desbordar unos sobre los otros. Perdían el nombre”.
El tiempo es uno,
una mancha gigante que pesa sobre Mersault, y
el mismo abismo cada día sin determinación, ni génesis, ni función, una
percepción ininterrumpida del tiempo sin paradas,
sin una posible desconexión junto a “la
quietud en el movimiento del sol y la luna”
Sin duda, ya lo
cité antes, no existe la escapatoria; aunque no lo quiera, al extranjero le
acecha su destino y por mucho que duerma o se evada, su conciencia siempre
está ahí para recordarle lo que ocurre.
Camus nos
relata de este modo la vida sin descanso, en la misma mente y el mismo
cuerpo, sin posibilidad de interrumpir la conexión, abandonarnos o alejarnos
por un rato de nuestra vida para poder volver a entrar en ella descansados.
No hay tregua para Mersalut como para nadie.
Toda la vida en
la eterna sucesión pareja de minutos semejantes unos a otros, desmenuzándose
cada acto en ecos del anterior y las imágenes aunque aparentemente
diferentes, son la misma proyección infinita del material humano. “En ese momento vi
una fila de rostros delante de mí. Todos me miraban: comprendí que eran los
jurados. Pero no puedo decir en qué se diferenciaban unos de otros. Sólo tuve
una impresión: estaba delante de una banqueta de tranvía y todos los viajeros
anónimos espiaban al recién llegado para notar lo que tenía de ridículo. Sé
perfectamente que era una idea tonta, pues allí no buscaban el ridículo, sino
el crimen. Sin embargo la diferencia no es tan grande y, en cualquier caso,
es la idea que se me ocurrió”
Y así hasta tal
punto que cree que en un sólo recuerdo podemos recrearnos horas y horas, que
podemos embelesarnos con un instante de la vida rememorándola el resto del
tiempo que vivamos, quizá porque lo que se vive en un único día, se vive y se
repite de igual forma en todos los demás.
Ésta es su
particular forma de escapar de momentos terribles que vive en sentencia,
trayendo hasta la desgracia del presente, lo pasado. Y como en todo el libro,
el extranjero sigue narrándose y narrando aun en las peores situaciones. “Esperamos sentados cerca de una puerta
tras la cual se oían voces, llamamientos, ruidos de sillas y todo un bullicio
que me hizo pensar en esas fiestas de barrio en las que se arregla la sala
para poder bailar después del concierto. Los gendarmes me dijeron que era
necesario esperar al tribunal”. Éste
es su relato.
¿Y qué hay de la esperanza de un posible cambio en
el destino y de la libertad respecto a nuestra historia, a cualquier
historia, la de los hombres?
Bien, hay una
cuestión fundamental que Mersault se hace: su vida
se reduce a la cárcel y sabe que tras la sentencia de muerte no cabe
esperanza alguna, pero, “...en ese
momento me interesa escapar del engranaje, saber si lo inevitable tiene
salida”
En esta
situación, ¿puede uno escabullirse de lo que sabe con seguridad que le
espera?, ¿cómo evitar la vida viviendo en ella?, ¿cómo la evasión, la huida
si no hay remedio?, ¿cómo el destino?
Al extranjero
le espera la muerte y él lo sabe, conoce su doloroso futuro y ahí se halla,
envuelto en un mismo tiempo, atento a su trayectoria, consciente de su
historia pero separado de ella. Aúna dentro de su estatismo el balanceo real
de su cuerpo mientras su yo, su alma, su conciencia, lo que sea, observa ese tránsito en perplejidad
porque nada se puede hacer.
De repente
todos los tiempos se juntan en Mersault; todo se
une porque todo lo conoce. “Antes”, “ahora” y “después” se mezcla en un mismo
trazo y con la misma intensidad. El pasado, el presente y el futuro no
existen como tal y es que no pueden existir para alguien que conoce su
destino.
Ésa es la
ruptura, ésa la cuestión, que Mersault posee el
tiempo, alcanza todas las visiones y no sólo de la vida pasada sino de la
futura. Está condenado a muerte, sabe el día, la hora, el momento, y puede
recrearlo dolorosamente en su mente porque con absoluta seguridad va a
ocurrir. Es decir, nuestro extranjero abarca su vida desde que él la recuerda
y puede construir su futuro certeramente con visiones aterradoras pero
auténticamente verdaderas, de tal forma el “tiempo de su vida” es un círculo cerrado del que no puede salir
y que él mismo abraza con todo su ser, por eso posee el tiempo.
A los mortales,
exceptuando estos casos de condenados a muerte, sentimos quizá lo contrario,
que somos presas del tiempo y que él nos posee a nosotros aunque sólo sea por
el simple hecho de esperar; ¿qué?, lo que queremos que pase y que no sabemos
si pasará, por eso tenemos paciencia y esperamos, por eso nos atrapa el
tiempo, porque nos importa y nos preocupa qué será de nosotros.
A Mersault no; a él ha
dejado de importarle todo (y “todo” son las cosas que están en el
tiempo), aquello que importa cuando cabe una esperanza, todo lo que aún no
sabemos y que es la incertidumbre. La realidad cae entonces sobre el
extranjero de la forma más despiadada, y sin ser poseído por el tiempo, a él
le posee una única verdad: que va a morir.
Empieza
entonces su discurso con los planteamientos más lógicos y existencialistas
del condenado a muerte, e incluso hace un balance sobre la justicia, “Me
había dada cuenta de que lo esencial era dar una posibilidad al condenado.
Una sola entre mil bastaba para arreglar muchas cosas”
Colaborar,
participar activamente interactuando en el medio, -quizá desea Mersault- y por supuesto, dar más y más posibilidades al
que se equivoque para reinsertarle de nuevo, en la seguridad de una también
nueva actitud.
Sin embargo Mersault en
la lucidez más clara cae en la cuenta de lo peor del sistema, del
“engranaje”: nunca hay una segunda oportunidad.
Si se concediese
de manera pertinente una sola vez otra posibilidad de cambio, el destino
podría evitarse, no obstante la sociedad es tajante y no tolera ningún tipo
de coyuntura. Impone sus normas por convención y el sistema enrola a sus
miembros en la espiral histórica alejando al hombre de su propia posesión.
Piensa Mersault “...mataba
a uno discretamente, con un de poco de
vergüenza y mucho de precisión”. Y esto es, que no hay remedio y que con
esa clase de justicia no hay ni dignidad, y mucho menos posibilidad de cambio.
En esta situación a Mersault le queda vivir de sus recuerdos,
los que devora en su tristeza y soledad en los últimos momentos de su vida.
El relato.
El relato que
tanto dice –sea cierto o falso-, la importancia y trascendencia de contar al
otro o a uno mismo – como hace el extranjero- la vida vivida, el tiempo
pasado.
El relato,
sobre el que se sitúa gran parte del significado de la existencia, una de las
bases para sobrevivir al mundo, la narración con la que puede haber mejora,
la conversación y el tratamiento racional de las experiencias vividas.
Decirnos, contarnos, traer a la memoria los recuerdos y trasmitirlos, porque
en este ejercicio se elige al tiempo la misma vida.
La historia
personal de cada ser, -la de Mersault-, nuestro
argumento y disposición ante la vida, eso que decimos que somos y que es
posible que seamos, nuestro pasado que incluye todo lo que hemos hecho y
sentido, bien o mal, antes o después, lo significativo, lo coyuntural o lo anecdótico.
Toda nuestra persona, a nivel individual y social.
Y bien, la
historia que desarrolla Camus es la historia de lo imposible, de lo que no tiene
solución. El extranjero se encuentra atrapado en el sistema social al
principio, y por su condena al final.
La historia del
extranjero, su propia historia, que es por un lado el “sin-sentido
particular” ( nada de lo que Mersault haga podrá
cambiar el rumbo de su destino al que se dirige sin solución ) y por otro, el
“sin-sentido universal” (en nuestra absurda vida, de una manera o de otra
“somos escogidos” sin excepción por una suerte, a cada uno la suya, pero sin
que quepa otra posibilidad sino sólo “ése sino”, ése que se va experimentando
mientras se vive y al morir ). Así que creo, respecto a esto último, que la
visión de Camus respecto de la Historia – ya en términos generales, es algo
que no nos pertenece pero donde estamos atrapados. Además destaco otra idea,
y es que para el extranjero el destino no es el final de la vida sino que lo
es todo, en definitiva, el paso del tiempo. Y Mersault
acepta la vida (en este sentido hablando) al final; la extinción de los días,
el destino, la vida y la muerte.
“Desde que uno debe morir es evidente que no
importa cómo ni cuándo (....) ....morir a los treinta o a los sesenta importa
poco, pues naturalmente en ambos casos otros hombres y otras mujeres vivían y
así durante miles de años “
Y ésta es la
Historia, la Historia de la Humanidad.
Esa historia-destino en la que estamos inmersos pero que no nos pregunta
cuándo queremos morir o dónde o porqué, sino que ella se hace cumplir en
nosotros independientemente de nuestros deseos.
Éste es quizá
el “sin-sentido universal” al que antes me refería, un sentimiento de
desprendimiento, de injusticia, porque en el fondo uno no puede prever su
final, luego todo lo que acontece en torno nuestro nos pertenece y no,
posiblemente porque pertenece a algo más grande que es la Historia en
general, o a la Conciencia Humana en general, o al Designio del Hombre en
general, o a su Condición, y no a cada ser en particular, a cada microcosmos,
que como tal, importa mucho.
Aquí Camus observa bien explícita la crisis
existencial meramente humana, la naturaleza universal que subyace bajo la
aparente diferencia (de cultura, de lengua, de religión....)
El extranjero
se convierte en el dolor colectivo y el vacío que vive es el vacío de todas
las conciencias, es la condensación del sentido humano, la desaparición del
tiempo y la toma de importancia del ser como ser que desea y siente. Y Mersault nos lo cuenta. Nos narra su historia, la
Historia de la Humanidad, y no sólo porque desde su situación de condenado a
muerte repasa la de otros condenados del pasado, sino porque enseña la
finitud como único destino, como única verdad, y eso nos toca a todos.
Mersault con su descripción narra la Historia del hombre, la justicia
que le ha asistido, la libertad, la más lícita de las lejanías que uno puede
sentir respecto de la sociedad y el resto de hombres, la incomprensión, lo
esporádico, la insuficiencia del entorno, el estado interior.
El ser humano que
experimenta el tiempo y las huellas que éste deja, y a su lado lo que la vida
hace con nosotros, lo que hay y siempre ha habido: cada hombre y su destino. La Humanidad y su destino.
Ahora bien, Mersault conoce su destino, sabe que va a morir porque
cometió un error, se le ha juzgado por ello (sin entrar en matices en lo que
a moral o justicia se refiere), y finalmente se le ha condenado a muerte. El
conocimiento de su tragedia hacen en él, que
historia –su historia-, tiempo –su tiempo- y su “yo”, se derrumben sobre su
vida, sus recuerdos y su agotada esperanza. Además nuestro extranjero está
más allá de toda cuestión vital y es el final de cualquier propuesta
filosófica, porque en Mersault se actualiza el
devenir que se daría si el destino se conociese.
La gente habla
de futuro, los cronistas hacen la Historia del hombre, del proyecto de vida,
de la necesidad de contarnos y narrar nuestro yo, pero sin saber nunca el
verdadero final del camino. Todo son suposiciones, puestas en escena, pero la
realidad del extranjero sobrepasa cualquier atisbo de teoría y abre al hombre
auténticamente al tiempo y el mundo. Y de una vez y sin interrupción, Mersault abraza su vida punto a punto dejándose llevar
por su irremediable destino.
Él contiene una
sola verdad, pero de todas, la más nítida, rotunda y desesperanzada
“Pero estaba seguro de mí, seguro de todo (....), de
mi vida y de esta muerte que iba a llegar. Sí, no tenía más que esto. Pero,
por lo menos, poseía esta verdad tanto como ella me poseía a mí”
“Nada, nada tenía importancia y yo sabía bien
porqué “
Y poseer la
muerte así, es poseer el tiempo, mientras esa muerte se lleva a cabo siempre,
en el curso de la Historia.
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