domingo, 30 de junio de 2013

Razón y emoción

A veces pensamos que para vivir en el mundo real adecuadamente, sólo es necesaria la razón, la capacidad de observar el mundo, analizarlo y obtener explicaciones lógicas y elaboradas de las cosas, que las emociones no nos ayudan a vivir fácilmente en este mundo, que nos complican las cosas, que nos entorpecen.
Otras tantas veces sentimos que las emociones son lo único que importa, que debemos tenerlas en cuenta por encima de todo, y no prestar atención a lo que nos indica nuestra razón, como cuando nos enamoramos.
Quizás estamos llevados a pensar y sentir así por la educación que hemos recibido, o por las estructuras y mecanismos sociales en los que estamos inmersos ya desde que nacemos. En todo caso parece cierto que tendemos a ensalzar nuestra capacidad de raciocinio y a rechazar las emociones las más de las veces. Su expresión está muchas veces mal vista, su verbalización nos incomoda, y no acertamos a analizarlas de forma cotidiana y con soltura, incluso muchas veces nos afanamos en negarlas u ocultarlas, otras veces ni siquiera las podemos reconocer como propias.
Nacemos en una realidad en la que no podemos vivir si no la dotamos de sentido, para vivir en este mundo necesitamos representárnoslo, para poder analizarlo y entenderlo; y sentimos que esto lo hacemos sólo gracias a nuestra razón, a nuestra capacidad de entendimiento. Si esto fuese así, ¿para qué sentir? Por otro lado, si atendemos a la mayor parte de nuestras verbalizaciones, podemos ver que se repiten con asombrosa frecuencia términos tales como “pienso que...”, “creo que...” que de forma lógica y a simple vista, parecen apelar a actos de nuestra razón, pero que esconden, las más de las veces, lo que en realidad sentimos, y no lo que pensamos. ¿qué está pasando aquí?
Pues bien, Kant decía que “el entendimiento no puede intuir nada, y los sentidos no pueden pensar nada. Sólo de su unión puede originarse conocimiento”. Debemos aprender a escuchar lo que sentimos, pues es un indicativo claro de lo que nos está pasando, y también a vigilar lo que pensamos.
En este mundo, utilizando el pensamiento y la emoción, comenzamos a formarnos creencias diversas sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la realidad en la que vivimos. Estas creencias no son más que representaciones que nos construimos para explicar nuestra realidad. Según mostraba Epicteto, estas representaciones pueden ser juicios correctos, lógicos, racionales y operativos (como “el sol sale por el este y se pone por el oeste”, o “dos más dos son cuatro”), o bien juicios incorrectos, errados, puras opiniones irracionales y sin justificación lógica (como “mis amigos no me quieren” o “me lo ha hecho a posta”) Dichos juicios, correctos o no, nos llevan mediante impulsos a actuar, a hacer, decir, movernos, cambiar, huir, acercarnos, decidir...
Muy al contrario de lo que pudiera pensarse, nuestras emociones y sentimientos no llegan después de todo este proceso de representación ni como resultado de nuestras acciones o de las de los demás, sino que ya estaban ahí casi desde el comienzo. Cualquier representación que nos hagamos del mundo trae consigo una emoción, seamos o no conscientes de ella. Y es ésta emoción, junto con nuestros juicios, la que nos permite actuar de una manera o de otra.
Las creencias o representaciones que nos formamos del mundo son ya unas “gafas” que elegimos ponernos. Sí, elegimos (somos libres de hacerlo), porque podríamos haber elegido otras: quizás las de color gris, porque es más fácil cargarle las responsabilidades a otros; o las rosas, porque es más fácil pensar que siempre se da lo mejor; o las que tienen un cristal con aumento, porque deseo ver hasta los más mínimos detalles. Esta elección cambia la visión de nuestro mundo entero. Estas gafas o representaciones, traen consigo una emoción siempre ligada, emoción que también elijo (porque soy libre), sea consciente de ello o no.
Esto es, la razón y la emoción, como decía Kant, vienen juntas, y esta unión es la que nos permite interpretar el mundo para vivir en él, y no sólo la razón. No podemos cambiar el mundo, pero sí que podemos cambiar nuestra interpretación sobre el mundo, como explicaba Epicteto en su Manual.
De esta manera, es fácil concluir que no debemos desechar la razón y de la misma manera, que tampoco debemos desechar las emociones sino, más bien, atenderlas. Puesto que ambas parecen ser herramientas humanas imprescindibles, deberíamos aprender a utilizarlas mejor en conjunción. Es importante saber que cuando mis emociones son negativas, las más de las veces pueden ser un claro indicio de que algo falla en dicha unión, una alerta, un semáforo en ámbar que nos indica precaución, que intenta mostrarnos que hay por algún lado un juicio a revisar, un razonamiento al que hay que prestarle atención también.
Atender a nuestras emociones nos permite ajustarnos a la realidad una y otra vez, corrigiendo nuestras representaciones para que se ajusten más convenientemente y sin tanto esfuerzo a la realidad. Sólo si escogemos ser valientes en el acto de búsqueda de nuevas interpretaciones más ajustadas, estaremos haciendo un uso más responsable de nuestra libertad.
Por ejemplo, somos libres para levantarnos de la cama cada día pensando que los demás son nuestros enemigos o que la vida no merece la pena de ser vivida; pero también somos libres, además de responsables con nuestra vida, si elegimos levantarnos de la cama cada día pensando y sintiendo que los demás tienen tantos problemas de ajuste entre razón y emoción a resolver como nosotros.
Muchas veces pensamos, cuando algo en el mundo exterior no nos gusta o nos incomoda, que debemos actuar directamente sobre ello, que debemos intervenir y cambiarlo, sin embargo una manera fructífera, directa y divertida de cambiar el entorno, pasa por cambiarse primero uno. Cuando cambiamos aquello que no nos gusta de nosotros mismos, creamos en nuestra realidad nuevas formas, nuevas relaciones, nuevas actitudes, nuevas ideas... y todo esto hace que vaya cambiando nuestro entorno de forma natural.
“No son las cosas las que nos disturban, sino nuestro juicio sobre las cosas” nos decía Epicteto, y añadía: “Somos libres para intervenir en el ámbito de nuestras representaciones”. Como se puede ver, la responsabilidad y la libertad están presentes constantemente, también en lo relativo a nuestros juicios y emociones.

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