Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía.
Volviste al mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en
los suburbios (habías escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla
de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo había
visto a lo largo del día. Esperaste hasta las tres de la mañana para
regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos descubriste otro
dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo alto y a
la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al
mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde
parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a
puñetazos. Ya sé, ya sé ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte?
¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que
decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras. Algo tenía que dejarte
antes de volverme a mi refugio donde ya no había ningún espejo,
solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más completa
oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado
tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche
para hacer otros dibujos.
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