La mujer. Misterio inescrutable muchas veces. Montaña de curvas.
Ciclo sempiterno que se repite una y otra vez, pero nunca de la misma
manera. Sensibilidad casi extrema. Suavidad y calor, a veces
contención, ternura, otras erotismo, lo salvaje. Conjunto de
opuestos, radicalidad de cambio, posibilidad, creación,
flexibilidad... Lo rojo, lo prohibido, la tentación, lo sagrado...
Lunática, cambiante, bruja, hechicera, loba, puta, frágil,
voluptuosa, lesbiana, narcisista, enamorada, madre o mística,
luchadora... y, en todo caso, fundamentalmente cambiante.
En todos estos términos y en muchísimos más se ha hablado del
conjunto de valores, características y comportamientos propios de la
mujer, de lo femenino, utilizándolos, interpretándolos e
interpelándolos positiva o negativamente según las situaciones.
Sin embargo, no sólo nos hemos dedicado hasta el momento a calificar
e interpretar lo femenino, sino que además, siguiendo a Simone de
Beauvoir en su libro “El segundo sexo”, la mujer se ha definido a
lo largo de la historia siempre respecto de algo: como hija de
alguien, hermana de alguien, esposa de alguien, madre de alguien...
Pienso, como lo hace esta filósofa, que la tarea principal de la
mujer, podría ser recuperar su propia identidad específica y
hacerlo desde sus propios criterios. Desde los criterios de cada una
de nosotras. ¿Cómo lograr algo tan complicado a primera vista?
La filosofía, puede ayudarnos una vez más. A muchos filósofos les
parece esencial, para ayudarnos a pensar correctamente, comenzar
definiendo términos para hacernos conscientes del significado real
que les otorgamos. Sin embargo, ya hemos visto que lo femenino es un
concepto complejo cargado de significados, algunos positivos y otros
negativos, pero en todo caso bajo la influencia de los mismos. Por
ello creo que es necesaria, previa a la definición, una
resignificación del término. Resignificar filosóficamente un
término es una tarea que consiste en volver a dotar de sentido a
aquello que lo ha perdido o que requiere de uno nuevo, desde una
perspectiva filosófica y práctica, con el fin de hacerlo nuestro
nuevamente.
Resignificar lo femenino es pensarlo desde otro lugar, abriendo bien
los ojos para poder verlo tal cual es, mirándolo con las gafas de la
ternura y la paciencia, pues son las únicas que nos permitirán
aceptar lo que veamos, para posteriormente, y una vez que hayamos
ajustado nuestra mirada, decidir qué queremos hacer con ello, con
qué nos quedamos, qué desechamos, qué procesamos, qué nos
falta...
Quizás podamos entenderlo mejor con uno o dos ejemplos, partiendo de
algunas de las diferencias físicas que nos caracterizan. La mujer es
cíclica, pasa todos los meses por un ciclo menstrual que se
manifiesta con la regla o con un embarazo. Esta característica tan
nuestra ha sido interpretada de muy diversas maneras. Se ha podido
ver como algo positivo (sobre todo si se manifiesta en la forma de
embarazo, o si se interpreta como la llegada a la edad adulta) y como
algo negativo (duele, molesta, no sirve para nada, me hace pasar
vergüenza, es roja y no azul como en la televisión, no me puedo
bañar o ir a la piscina, la revolución hormonal me hace llorosa y
sensible). Resignificar esta característica sería acopiar todos los
aspectos positivos y los negativos también y repensarla dotándola
de un nuevo significado que abarque ambos aspectos y los transforme
en otra cosa... Por ejemplo, podríamos pensar que el ciclo menstrual
que no culmina en embarazo es una oportunidad de dar a luz un nuevo
yo, es la representación de (hoy por hoy y para muchas mujeres) una
elección consciente de darse a luz a sí misma una vez más. Muchas
mujeres cada mes elegimos darnos a luz a nosotras mismas, crear una
nueva vida nuestra, responsabilizarnos una vez más de nosotras
mismas y no de otro ser. Esta es una interpretación que sugieren
algunas mujeres como la poetisa Penélope Shuttle.
Otro ejemplo de resignificación de lo femenino podríamos extraerlo
de la característica fuerza física femenina, con un cuerpo
preparado para toda la fuerza y la resistencia del dolor para parir,
pero no tanto quizás para la fuerza bruta de los hombres. Esta
característica se ha interpretado a veces como debilidad o
fragilidad, otras como sensibilidad. Resignificar esta característica
sería aceptar nuestro cuerpo tal cual es, con lo que puede y lo que
no puede hacer e interpretarla como la posibilidad que ofrecemos al
mundo de conocer lo suave, lo blando, lo tierno... Nuestros brazos no
nacen preparados quizás para transportar grandes pesos, pero sí
para acunar, sujetar en abrazo a otros, mecer...
Resignificar lo femenino es una tarea ardua y constante que requiere
replantearse una y otra vez lo que siento, pienso, digo, y hago.
Requiere como todo proceso, un cambio interno para poder ver el
cambio externo que tanto deseamos.
Simone de Beauvoir describía a la mujer como la heredera de un
difícil pasado que se esfuerza en forjar un porvenir nuevo. Para
poder mirar y ver fuera lo que quiero, he de trabajar lo que tengo
dentro. Nuestro pasado, y en muchas ocasiones también nuestro
presente, pueden reflejarnos una imagen de lo femenino que no encaje
con nosotras, algo laxo, débil, vergonzoso incluso. Lejos de
intentar cambiar primero lo de afuera, he de resignificar lo que
llevo dentro, no minusvalorando aquello que me hace diferente, no
sintiendo la diferencia como un handicap, sino aceptándola,
valorándola. No somos iguales ¿por qué pedir la igualdad? Somos
diferentes. De estas diferencias se nutre el mundo. Y necesitamos ver
en el mundo estas diferencias para que el mundo funcione. No
deberíamos buscar ser tratadas iguales, sino encontrar la equidad,
es decir, un trato acorde a nuestras características.
Yo elijo ver hoy a la mujer como eterna hereditaria de la creación,
luchadora laboriosa y constante, guerrera de la ternura, tentadora
manifestación erótica, sabia hechicera y sobre todo cíclica y
cambiante.
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