Gastón Bachelard fue un filósofo ensoñador de
principios del siglo XX. Su mundo fue un mundo de guerras, de escisión y
enajenación. Un mundo en donde el tiempo continuo mantiene al mundo
dividido. Pero este mundo, un mundo en los límites de la muerte y la
destrucción, es un mundo que quiere renovarse y volver a nacer. Es un
mundo que pide ser escuchado, pero que pocos se detienen a prestarle
oído. Pero esos pocos hablan por el mundo, o el mundo habla a través de
ellos. Esos pocos son los poetas –y acaso los filósofos. “Cuando un
soñador habla, ¿quién habla, él o el mundo? El poeta escucha y repite.”
El poeta se detiene, por un instante, a
escuchar al mundo que le habla: para escuchar, el silencio es algo
indispensable. El poeta escucha al mundo y transmite eso que escucha por
medio de sus poesías.
En ese escuchar al mundo, el poeta es poseído por
el mundo, la sensación es embriagante. Y es que el mundo es ya una copa
embriagante, y “el poeta, para que la embriaguez sea verdadera, bebe en
la copa del mundo.”
Sólo un instante basta para quedar ebrio del mundo.
Para Bachelard, el tiempo del crear poético es el instante: “el tiempo
de los florecimientos” o “el tiempo silencioso”:
Entonces la poesía es verdaderamente el primer
fenómeno del silencio. Deja, vivo, bajo las imágenes, el silencio que
atiende. Construye el poema sobre el tiempo silencioso, sobre un tiempo
al que nada martillea, que nada urge, al que nada ordena, sobre un
tiempo dispuesto a todas las espiritualidades, el tiempo de nuestra
libertad.
El instante es el tiempo del reposo y la tranquilidad.
Movimiento, vibración y temblor:
El tiempo pasa, corre rápidamente ante nosotros.
El tiempo entendido como flujo ha estado ligado siempre con el
movimiento: lo que es temporal se mueve. Y es el mundo mismo el que se
mueve, el que cambia a través del tiempo. La noción de materia cobra
aquí una importancia relevante. Todo lo que existe en el tiempo cambia,
se mueve, vibra: así sucede con la materia. “La energía vibratoria es la
energía de la existencia […] La materia existe en un tiempo vibrante, y
sólo en un tiempo vibrante. Incluso en reposo tiene energía porque
reposa sobre un tiempo vibrante.”
La materia vibra, el mundo tiembla desde sus
entrañas. Pero en este su vibrar algo deja escapar, algo quiere
comunicar: su propia vida. “La tierra está viva” y respira –tiembla, se
estremece: “el mundo viene a respirar en mí, participo de la buena
respiración del mundo, estoy inmerso en un mundo respirante. Todo
respira en el mundo.”
En su temblor, el mundo pide un momento de
reposo y tranquilidad, un momento de ensoñación. El mundo pide ser
arrancado de este devenir del tiempo transitivo y sofocante, no quiere
envejecer y morir, antes bien, quiere renovarse. Y en este respirar,
algo al interior de la tierra sale y quiere manifestarse. Algo que vive
dentro del mundo fenoménico quiere ser comunicado: lo nouménico.
Con lo anterior tenemos que, como tal, no hay
realmente este pasar de un tiempo continuo: pensar al tiempo como
continuo es estar en la concepción vulgar del tiempo. Si, como se ha
dicho, el mundo respira, cada respiro del mundo es un instante: el
verdadero tiempo es el instante, no hay continuidad. Concebir la
continuidad del tiempo es unir estos instantes, superponer un instante a
otro y ligarlos. Pero este trabajo lo hace el hombre, y en este
sentido, el tiempo transitivo es un tiempo fenomenológico, es decir, es
sólo la manera en como el tiempo nos aparece a nosotros. “El tiempo
visual corre más rápidamente.”
Se trata de buscar la tranquilidad, el tiempo del reposo, el tiempo verdadero. “Soñar es separar los tiempos superpuestos.”
Noumenológicamente, el tiempo es sólo el instante.
Ligar esos instantes es ligar cada respiro del mundo, cada vibración.
Así pues, “el tiempo es una realidad ceñida al instante y suspendida
entre dos nadas. El tiempo podrá sin duda renacer, pero en principio
deberá morir. No podrá trasladar su ser de un instante al otro para
lograr una duración. El instante es ya la soledad.”
La continuidad del tiempo se da por la superposición
de tiempos independientes, pero esta superposición lo hace la misma
conciencia humana. El tiempo no es horizontal sino vertical: el tiempo
es profundidad.
Bachelard critica del bergsonismo el que sea un
estudio mecánico del movimiento, un estudio al que Bachelard llama
cinemático y este estudio se centra en un movimiento objetivo o visual.
Este movimiento objetivo tiene que ver con la concepción de un tiempo
sucesivo y diacrónico. A Bachelard lo que le interesa es hacer un
estudio dinámico del movimiento, esto es, un estudio que tenga que ver
con una concepción del tiempo sincrónico, del instante, el tiempo en el
cual se producen las imágenes: “No podría conocerse la vida mejor que en
la producción de sus imágenes.”
Siendo el instante el tiempo que brota y no que
corre, lo que brota en cada instante son imágenes: imágenes brotan en
cada respiro del mundo. El mundo mismo es el que se ensueña por medio
del hombre. El poeta es quien hará de esas ensoñaciones una creación
poética. Y ensueña el mundo porque éste quiere renovarse, rejuvenecer,
transformarse. La imaginación es, para Bachelard, un dinamismo
instantáneo, un dinamismo que conserva y que transforma.
Al ensoñarse el mundo, éste se expresa a sí mismo
por medio de las imágenes que hace brotar, expresa todo su ser en una
sola imagen ligándose profundidad y expansión:
La imagen es tan luminosa, tan bella, tan activa
cuando expresa el universo como cuando expresa el corazón. Expansión y
profundidad, en el momento en que el ser se descubre con exuberancia,
están dinámicamente enlazadas. Se inducen mutuamente. Vivida en la
sinceridad de sus imágenes, la exuberancia del ser revela su
profundidad.
En esta profundidad del tiempo instantáneo se juega el
todo, se juega la totalidad y ante eso temblamos: “Basta soñar […] para
temblar frente a esta profundidad.”
Basta sentir el temblor del mundo para temblar junto
con él. El poeta, soñador del mundo, contemplador activo, capta estas
imágenes brotadas del temblor del mundo, las respira y las expresa en su
poesía renovando así al mundo, devolviéndole su juventud, su infancia:
“Así los poemas vienen en nuestra ayuda para recuperar la respiración de
los grandes soplos, la respiración primera del niño que respira el
mundo.”
Vuelo y ligereza:
En su respiración, el aire que sale desde el interior
del mundo es el espíritu: imaginación y pensamiento. El mundo quiere ser
imaginado, pide ser pensado: esto es ya elevación, suspensión,
dimensión espiritual. Una imagen lo es de algo material. Los arquetipos,
según Bachelard, son las imágenes primordiales, imágenes de la
materialidad: agua, tierra, fuego y aire. Mediante estos arquetipos se
espiritualiza a la materia: “La ensoñación hablada de las sustancias
llama a la materia al nacimiento, a la vida y a la espiritualidad.”
No hay renovación sin elevación, no hay
transformación sin vuelo. Para este proceso de rejuvenecimiento y
transformación, el mundo debe elevarse. Se eleva cuando el poeta ensueña
y le brotan imágenes instantáneas. Y el poeta, al hacer poesía, debe
elevar el alma de sus lectores para renovar sus vidas, y renovar así la
vida del Cosmos: “mientras una imagen […] no inserta el ser imaginante
en un universo de belleza, no desempeña su oficio dinámico. Si no
levanta el psiquismo no se transforma.”
El ser del mundo debe desprenderse de su pura
materialidad y elevarse a la espiritualidad, pero no para negar su
materialidad, sino para renovarla. Arrancarse de la pura materialidad es
arrancarse del tiempo continuo y buscar el tiempo verdadero, el tiempo
espiritual y del reposo. “Así pues, por encima del tiempo vivido está el
tiempo pensado. Este tiempo pensado es más etéreo, más libre, más
fácilmente interrumpido y retomado.”
El tiempo espiritual es el tiempo de la ligereza, el
tiempo elevado. Se trata de buscar el reposo en el correr del tiempo. Se
trata más bien de buscar el tiempo noumenológico entre el tiempo
fenomenológico: éste es el instante, el tiempo suspendido, ligero.
Realmente el tiempo diacrónico está compuesto por superposiciones de
instantes.
Para Bachelard, hay una superioridad del tiempo
del pensamiento (tiempo sincrónico) respecto al tiempo vital (tiempo
diacrónico), y es que el tiempo del pensamiento puede incluso ordenar la
acción vital y el reposo vital. Por esto mismo “nos vemos confirmados
en nuestro deber de buscar los ritmos elevados, raros y puros de la vida
espiritual.”
Esto es una lección del pensamiento hegeliano para
Bachelard. Según Bachelard, Hegel intenta buscar el tiempo espiritual
puro, es decir, el tiempo mismo. La realidad espiritual del tiempo no es
la diacronía, no es el tiempo físico newtoniano. El tiempo puro del
espíritu es el tiempo de las contradicciones, es decir, el de las
sincronías y simultaneidades: el tiempo del enriquecimiento, de la vida y
de la victoria. “El honor de pensar” es el buscar el reposo espiritual,
el verdadero reposo y salir de las pobres continuidades de una vida
inferior.
El tiempo de la poesía es el instante: la poesía es
una “metafísica instantánea”, nos da toda una visión del mundo en tan
sólo un instante, un instante en el cual se conquista la unidad del ser.
“El poeta destruye la continuidad simple del tiempo encadenado para
construir un instante complejo, para unir sobre ese instante numerosas simultaneidades.”
El tiempo poético es el tiempo detenido, la
profundidad y verticalidad del tiempo y no la horizontalidad o
linealidad del tiempo histórico: la poesía no es una historia sino un
instante que nos trae una eternidad. De lo que se trata en la poesía es
que el tiempo no corra sino que brote, tal y como brota en un instante
la imagen en la ensoñación poética.
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