Gilles Deleuze dice que el amigo no designa sólo a un
personaje externo, sino “una presencia intrínseca al pensamiento, una
condición de posibilidad del pensamiento mismo” (Qué es la filosofía).
La amistad es correlativa del diálogo, de la escucha, de la pregunta,
pero también del deseo. Por eso, estaría bueno interrogar algunos mitos.
Por ejemplo: “amigo es el que te banca”. Es cierto, pero tan sólo en
parte.
La amistad suele abordarse separada de lo erótico, como si el amor
que arrebata al enamorado estuviera escindido de la ternura que
distingue al amigo. Eros y Filía son los dos nombres que separaron, a
través de los siglos, a estos dos afectos, emociones o experiencias, sin
cuya comunión la vida se empobrece y el espíritu se amilana. No sólo el
amor sexuado requiere chispa y atención; también la amistad necesita
del componente erótico que supone un interés compartido.
Lo cierto es que cualquier amor digno de perdurar en el tiempo
abreva en ambos manantiales. No hay pasión que se sostenga sin esa cuota
de compañerismo y lealtad que distingue a la amistad. Y, por el otro
lado, ¿no se enamora uno de los amigos? Basta leer el Banquete de Platón
para verificar que el Eros nació de una reunión entre amigos.
“Aspiraciones sexuales de meta inhibida” llama Freud a estas mociones
amorosas que no requieren del acto sexual para instalarse en el alma.
“Decir amigo, es decir juego,/ escuela, calle y niñez,/ gorriones
presos de un mismo viento/ tras un olor de mujer”, canta Joan Manuel
Serrat, que en estas pocas palabras ubica la clave de ese sentimiento
indispensable para conformar cualquier colectivo humano. Su mención de
la niñez no es caprichosa. Es en la infancia donde nace esa empatía por
el otro que nos arranca de la autocomplacencia y la soledad. La matriz
del juego, de cualquier juego, es la alternancia entre la presencia y la
ausencia. Sea con la pelota, a la escondida, a la escoba de quince o al
truco, el juego conforma un enigma que, entre amigos, nos alivia de
nosotros mismos.
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