Después de pensar con otros, después de la noche
que se nos vino, después del vino que no tomamos, después de tomar lo
que no nos mutó: la violencia ha sentenciado su territorio desalojando y
desdibujando el rostro del enemigo.
Hoy la violencia es perversa porque
goza y se ensalza en el anonimato. La indolencia del otro puede matarte
cuando un ladrillo cae desbocado desde un balcón construyéndose,
cuando el pozo ciego aúlla su boca profunda -alguien se ha llevado la
tapa para fundir el hierro en tres panes-. La farsa genocida sigue en
pie, con máscaras reales del yo no soy, yo no sé, yo no puedo.
Yo-yo, un jueguito hipnótico de la
mismidad automática. La misma que constituye la base de la masa. Léase:
grupo numeroso de individuos que no lo son más porque se han amasado
en el pegamento del número que otorga la fuerza y la decapitación de
aquello que se considera lo principal, una cabeza, se supone que para
pensar y discernir. Sin cabeza y con líder la masa se mueve como ameba
(sin ojos ni oídos).
Yo-tu, otro jueguito de espejismos
cuando no de espejitos, ¿me hablás a mí? ¿Me mirás a mí?, ¿me decís a
mí? Me hacés a mí, mi amo.
Yo-tu-él un problema. De a tres la
cosa se pone difícil. Y somos más de tres, hermano latinoamericano. La
cosa en cuestión es que era fácil ser "europeo" en tiempos liberales,
ahora en tiempos desiguales: ¡todos somos Kollas postmodernos! o kurdos
o iraquíes, sé igual, miembros no distinguidos de los terceros o
cuartos mundos. Vió la violencia, y ahora hasta los chicos se balean y
pelean y babean.
¡Qué lindo el siglo "equis equis i"
(XXI)! que comenzó en Nueva York en el 2001 gracias a dos aviones y dos
rascacielos (hubo otros aviones, pero ésos no trascendieron tanto) y
con un gendarme mundial anticipado en la stars war y con las otras
yerbas, guerras de ocupación y tácticas de insurrección. ¡Si Discépolo
viviera cuantos tangos haría!
El miedo ¿da asco? Infunden miedo,
todo es de temer, el miedo ha ingresado al mercado, cotiza entre pobres
y ricos. Todos compran miedo, todos ganan intereses en la
desconfianza, el miedo es un instrumento de comunicación, de
información, de intercambio, de gobernación, un hábito de extraño
monje.
¿Quién no tiene miedo ha quedado fuera de la cultura?
Ponte el hábito que va
transcurriendo la noche; la luna chirriante en el cielo se ve como una
espiral inquieta ¿serán los soles de Van Gogh? ¿El big bang? ¿el chin
pun?
En la ferocidad de un mazacote, el
mundo se parece a nada, las mayorías son imposibles, hormigueros
pateados, desmoronados en la selva tras el paso de un animal cuyo
atributo es ignorar la finitud, esto es: al hormiguero lo patea nadie.
De las minorías quedan discursos
interrumpidos. De aquella usanza anterior a las rupturas idílicas, hoy
sólo avizoramos tras las ruinas del pensamiento esas reliquias
preciosas de lo que ya no tiene lugar de práctica legítima en el
mundo.
Todos en el hormiguero.
Esperando aterrados el paso del animal.
¿Es el animal un enemigo? No. El
enemigo tiene intenciones, propósito, su rostro devela una idea, apunta
al blanco de un ideal, y es el suyo, su ideal, aquello que motoriza su
acto y su estrategia.
¿Será acaso, la violencia actual, hija de esta carencia de rostro? ¿Quién anda por ahí? ¿Hay alguien?
No, no hay nadie.
No, no hay nadie.
Detengámonos en esto: la etología o sea el estudio de las conductas animales plantea que entre la vida animal "la agresión es un pretendido mal" (C.
Lorenz) ya que las conductas "agresivas" para nosotros (humanos -?-)
no son más que la puesta en acción de determinados mecanismos,
(deberíamos decir "animalismos" para ser más certeros con nuestras
palabras) que están insertos en una trama específica la de la vida
animal (defensa del territorio, cortejos, alimentación). En definitiva,
la agresión es un privilegio (¿?) de lo humano. Es en la intrincada
complejidad del devenir humano (sea esto lo que sea) que aparecen
nuestros desvíos de "lo natural" esto ya dicho por Hegel y continuado
por Marx. Nombres insignes para un intento también in-signe, en el
signo que nos ha dejado, a nosotros para proseguir aquello que no se
terminará de descifrar: NO Hay genoma del alma humana. Y sí, el alma
existe pero NO bajo la forma imaginada por cualquiera de nuestras
religiones (humanas). El alma existe bajo la forma del lenguaje y de
nuestras posibilidades de forjar soplos de espíritu que no son otra
cosa que palabras. Palabras dirigidas a uno, unos y otros, y allí donde
haya palabra que exprese no será necesaria la agresión, impotencia de
la voluntad, o grito de desazón y oprobio. La violencia es el resultado
de nuestras impotencias.
Por qué no recordarlo entonces: La pasión triste es propia de la impotencia (Spinoza).
Había un dicho, un refrán de alguna época, que parecía desdecir a otro más conocido. El conocido es este: “a panza llena corazón contento”. El dicho que lo desdice es este otro: “comió tanto que se quedó triste” Y acá “triste” toma la forma de “ha comido tanto que no puede ni moverse, ni pensar, ni hablar siquiera”, porque “está que explota” esto es: “ha llenado hasta el corazón”,
pues para que un corazón vaya contento por la vida tiene que haber una
esperanza de algo. Esperanza significaría lugar vacante, espacio, algo
que aún no hay. Pareciera que la violencia se desprende de este no ha
lugar. De un lugar que no se registra como espacio; una totalidad, un
relleno donde los gases de la basura apisonada o salen por un tubo o son
una bomba de tiempo. El tubo sería una suerte de ortopedia, la bomba
de tiempo es lo que explota a cada rato.
La violencia pareciera remitir a
cuerpos henchidos de cuerpo. La paradoja la armó Macedonio Fernández
con una de aquellas frases geniales: “tanto vacío que no se entiende cómo ha podido caber en el mundo” Fenómenos de mazacotes, éstos, los de la palabra sin tiempo ni espacio que la convoque.
Se necesita del silencio para
escuchar la palabra. La impotencia no es el silencio, la impotencia es
una palabra compacta, pura piedra. “Y entonces se apedrearon hasta matarse”.
No entendemos y continuamos. Hemos
aprendido a no abrir la boca cuando hay algo que nos excede y nos
convoca. Nos convoca sin la boca (abierta de la opinión arrojada sin
pensamiento y/o práctica que la funde), nos convoca a una reflexión
profunda y a un silencio más profundo o insistente aún; un silencio que
haga aparecer no razones sino tramas complejas que indiquen direcciones
a ser tomadas, a ser continuadas, direcciones que orienten y no sigan
trayendo el despiadado desapego de lo que sucede todos los días en todo
nuestro mundo. Un filósofo italiano (G. Agamben) ha dicho que el
modelo de nuestras ciudades es actualmente el de los campos de
concentración de la segunda guerra mundial, y creemos y pensamos y
sentimos que no es un buen lugar para vivir, ese modelo.
Cualquier palabra dicha sobre esta
sentencia será poca. Demos lugar al silencio para que algo (alguna vez)
surja.
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