Nuestras actividades espirituales procuran alcanzar
una meta útil o bien una ganancia inmediata de placer. En el primer
caso, ellas son decisiones intelectuales, preparativos para la acción o
comunicaciones a otras personas; en el segundo, las llamamos jugar y
fantasear. Por lo demás, sabemos que lo útil no es sino un rodeo para
alcanzar una satisfacción placentera. Ahora bien, el soñar es una
actividad del segundo tipo y, por cierto, la más originaria desde el
punto de vista de la historia del desarrollo. Es erróneo sostener que
el soñar se empeña en dar término a las tareas inminentes de la vida
despierta o en resolver problemas del trabajo diurno. De ello se
encarga el pensar preconciente. Ese propósito útil es tan ajeno al
soñar como el de intentar comunicarle algo a otra persona. Cuando el
sueño se ocupa de una tarea de la vida, la resuelve como cuadra a un
deseo irracional, y no como correspondería a una reflexión racional. Un
solo propósito útil, una sola función, es preciso atribuir al sueño:
está destinado a impedir la perturbación del dormir. El sueño puede
describirse como un fragmento de fantaseo al servicio de la conservación
del dormir.
De ello se sigue que al yo durmiente le
resulta por completo indiferente lo soñado durante la noche, siempre
que el sueño haya cumplido con su misión; y que los sueños de los
cuales uno no sabe decir nada tras despertar son los que mejor han
desempeñado su función. El caso contrario, tan frecuente, en que
recordamos sueños -y hasta por años y decenios-, significa siempre una
irrupción de lo inconciente reprimido en el yo normal. Es la
contraprestación que exigió lo reprimido para colaborar en la
cancelación de la amenaza que pendía sobre el dormir. Como sabemos, es
esa irrupción lo que confiere al sueño su significatividad para la
psicopatología. Cuando podemos descubrir su motivo pulsionante,
obtenemos insospechadas noticias acerca de las mociones reprimidas
dentro de lo inconciente; y por otra parte, cuando deshacemos sus
desfiguraciones espiamos al pensar preconciente en estados de
recogimiento íntimo que durante el día no habían arrastrado hacia sí a
la conciencia.
Nadie puede practicar la interpretación
de sueños como actividad aislada; ella es siempre una pieza del trabajo
analítico. En este último, según sean nuestras necesidades,
prestaremos interés, unas veces, al contenido onírico preconciente;
otras, a la contribución de lo inconciente en la formación del sueño; y
hasta solemos descuidar un elemento en favor del otro. Por lo demás,
de nada valdría que alguien se pusiese a interpretar sueños fuera del
análisis. No podría evitar las condiciones de la situación analítica.. y
aun si elaborase sus propios sueños estaría emprendiendo un
autoanálisis. Este señalamiento no vale para quien renuncie a la
colaboración del soñante y procure alcanzar la interpretación de los
sueños mediante aprehensión intuitiva. Pero semejante interpretación de
sueños sin miramiento por las asociaciones del soñante no pasa de ser,
aun en el caso más favorable, una muestra de virtuosismo acientífico
de muy dudoso valor.
Si se practica la interpretación de
sueños siguiendo el único procedimiento técnico que puede justificarse,
pronto se repara en que el resultado depende enteramente de la tensión
de resistencia entre el yo despierto y lo inconciente reprimido. En
efecto, como lo he expuesto en otro lugar, el trabajo que se realiza
bajo una «elevada presión de resistencia» exige del analista un
proceder diferente que el de presión escasa. En el análisis es preciso
enfrentar durante largos períodos resistencias intensas que no son
consabidas todavía, y que por cierto no podrán superarse mientras
permanezcan así, desconocidos, Por eso no es
asombroso que de las producciones oníricas del paciente sólo se pueda
traducir y valorizar una cierta parte, y aun de manera incompleta las
más de las veces. Aunque la práctica adquirida permita comprender
muchos sueños para cuya interpretación el soñante mismo ofreció pocas
contribuciones, uno debe estar advertido de que la seguridad de
semejante interpretación es discutible, y vacilará antes de imponer su
conjetura al paciente.
En este punto, unas objeciones críticas
nos dirían: Si uno no consigue la interpretación de todos los sueños
que elabora, tampoco debe aseverar más de lo que puede probar, y habrá
de contentarse con el enunciado de que a algunos sueños la
interpretación los discierne provistos de sentido, pero con respecto a
otros, no se sabe. Empero, justamente el hecho de que el resultado de la interpretación
dependa de la resistencia exime al analista de esa restricción. Puede
hacer la experiencia de que un sueño al comienzo incomprensible deviene
trasparente en la próxima sesión, después que se logró eliminar una
resistencia del soñante por medio de un señalamiento feliz. De pronto
se le ocurre una parte del sueño olvidada hasta entonces, que
proporciona la clave para la interpretación, o sobreviene una nueva
asociación con cuyo auxilio se ilumina la oscuridad. También suele
ocurrir que tras meses o años de empeño analítico vuelva a abordarse un
sueño que al comienzo del tratamiento pareció incomprensible y carente
de sentido, y que ahora experimenta aclaración plena por las
intelecciones obtenidas desde entonces. Y si a esto sumamos el
argumento, extraído de la teoría del sueño, de que las operaciones
oníricas paradigmáticas, las de los niños, poseen sentido pleno y son
fácilmente interpretables, estamos
justificados en aseverar que el sueño es, universalmente, un producto
psíquico interpretable, aunque la situación no siempre permita
interpretarlo.
Cuando se ha
hallado la interpretación de un sueño, no siempre es fácil decidir si
es «completa», vale decir, si por medio de ese mismo sueño no se habrán
procurado expresión también otros pensamientos preconcientes. (ver
nota) Debe considerarse demostrado aquel sentido que puede invocar en su
favor las ocurrencias del soñante y la apreciación de la situación,
mas no por ello es lícito rechazar siempre el otro sentido. Sigue
siendo posible, aunque indemostrado; no tenemos más remedio que
familiarizarnos con esta polisemia de los sueños. Por lo, demás, no siempre cabe imputarla a una deficiencia del trabajo de interpretación,
pues muy bien puede ser inherente a los pensamientos oníricos
latentes. También en la vida de vigilia, por cierto, y fuera de la
situación de interpretación de sueños, se da el caso de que vacilemos
acerca de si una proferencia escuchada o una noticia recibida admiten
esta o estotra explicitación, si además de su sentido manifiesto no
denotan también otra cosa.
Muy poco se han investigado los
interesantes casos en que un mismo contenido onírico manifiesto da
expresión, simultáneamente, a una serie de representaciones concretas y
a una secuencia de pensamientos abstractos apuntalada en aquella. Al
trabajo del sueño le resulta desde luego difícil hallar medios de
representar pensamientos abstractos.
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