Mucho, demasiado, se ha hablado de la
obra de Cervantes y yo no iba a ser una excepción. Lo que pretendo en
estas líneas es expresar lo que entiendo cuando pienso en la historia
del hidalgo caballero.
En una clase de Psicología General de
segundo curso de carrera, el profesor Rafael Alvira dijo una frase que
hizo que reflexionara sobre el Quijote pero sobre un aspecto de él que
no es el convencional. La frase decía así: “El amor es como Don Quijote,
sólo al final de su vida se vuelve cuerdo”. A partir de estas palabras
pensé que en el fondo de la historia de Cervantes debía haber algo más
de lo que en el fondo parece. Y aún sigo pensando sobre ello. Por esto,
en estos días, estoy releyendo Don Quijote de la Mancha descubriendo en cada línea cosas nuevas.
Unos piensan que la obra de Cervantes es una obra sin más, también está la idea (que parece ser la más oficial) de que Don Quijote de la Mancha
es una crítica de Cervantes a las novelas de caballería tan de moda en
su época. Pero yo creo que Cervantes tiene algo de antropólogo, algo de
filósofo y algo de sociólogo, además de su faceta de escritor que es por
la que más se le conoce. Don Quijote de la Mancha es la historia
de la vida de cualquiera. Y es curioso cómo, a pesar de haber
transcurrido tantos años desde su publicación, su trasfondo
antropológico sigue vigente.
Toda la obra de Cervantes es la metáfora
de una vida: desde que uno nace hasta que muere. El caballero andante
comienza su aventura después de haber leído todos esos libros de
caballería que le llevaron a pensar que salvaría el mundo porque este le
necesitaba para hacerlo un poquito mejor. Y esto podría ser el
principio de nuestra vida, a saber, uno recibe una educación (los libros
de Don Quijote) y empieza a vivir como eso que ha aprendido, poniendo
en práctica todo el legado que ha recibido. Y ya se sabe, en la juventud
uno es idealista, piensa que el mundo está muy mal y comienza a vivir
la vida creyendo que podrá aportar algo para cambiarlo. Y sale al
exterior con toda su ilusión (aún en estado puro), con todas las ganas
de vivir lo que le espera. Y así se inician sus aventuras, como el
Hidalgo Caballero.
Cambiemos de tercio y apliquemos esto a
la vida de un filósofo. Cuando uno empieza a estudiar filosofía tiene la
sensación de haber elegido una carrera especial. Cuando uno dice que
estudia filosofía todos preguntan: ¿y por qué filosofía? Y al contestar,
se dé la respuesta que se dé, a uno le ocurre como cuando a Don Quijote
le arman caballero, a saber, él llega a la posada y confunde al
ordinario posadero con un príncipe y la posada con un castillo. Don
Quijote cuenta por qué quiere ser caballero, qué le mueve a querer
luchar por la justicia y por el bien y todos allí se ríen sutilmente de
él y accede el posadero, convertido en príncipe por la enajenada mente
de Don Quijote, a armar a éste caballero. Es decir, ya hemos empezado la
carrera de filosofía y el mundo tiene otro color: el color que nuestros
ilusionados ojos de filósofo le dan.
Y continuamos el camino viviendo las más
diversas aventuras: recibimos afrentas que nos dejan malheridos, que nos
roban un poquito más de ilusión y nos hacen regresar al hogar del que
salimos como tuvo que hacer Don Quijote la primera vez que ejerció de
caballero andante a quien inexperto, loco y ciego de pasión le dieron
una buena paliza, recordándole que no todo en el mundo es tan dulce como
su querida e imaginada Dulcinea del Toboso. Como la “Dulcinea del
Toboso” de nuestra vida que en ella representa el ideal por el que
queremos luchar, el ideal que soñamos poder alcanzar, el ideal que, con
el paso del tiempo, se irá desvaneciendo hasta llegar a ser aquello por
lo que uno quería comerse el mundo y, al final, el mundo acabó
merendándoselo.
También nosotros mismos nos encontramos
con molinos de viento y creemos, como nuestro caballero, que son grandes
gigantes que hay que derribar para llegar hasta donde uno quiere. En
ocasiones, los vencemos y, otras veces, el golpe es aún más fuerte que
el que Don Quijote se dio cuando fue a vencer al primer molino-gigante.
Muchos, a los que la vida de caballero
quitó la ilusión, acabaron y acabarán bajándose de un hermoso Rocinante y
se convirtieron y se convertirán en el cabal escudero Sancho Panza que,
a pesar de que su mente conservaba la cordura que le es propia al ser
humano, de vez en cuando, dejaba volar excesivamente su imaginación
sobre su razón y se imaginaba gobernando alguna ínsula Don Quijote le
regalaría después de haberla conquistado en alguna batalla. Y es que
todos los escuderos de este mundo, tanto los que cambiaron de caballo a
asno como los que siempre fueron en asno, alguna vez, que llegarán a ser
lo que el otro les proporcione sin moverse de su lado y sin lucha
alguna.
Pero, como todas las novelas, la nuestra
también tiene un final, nuestra vida llega cuerda a su término como el
amor, después de haber vivido la gran locura de la existencia. Unos
llegan habiendo vencido todos los molinos y habiendo conquistado ínsulas
pero otros llegan heridos, con su biblioteca quemada por el cura y el
barbero. Pero, todos llegan cuerdos porque, cada vez, ven más cerca la
luz que al final iluminará su mente y les llevará al tan deseado
descanso del caballero (aunque toda su vida hayan sido escuderos). Y es
que a todo Don Quijote y a todo Sancho Panza, inexorablemente su final
les llega pero una aventura de su alma siempre permanece.
Izaskun Martínez
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