sábado, 28 de septiembre de 2013

Y… ¿si todos fuéramos Don Quijote?

Mucho, demasiado, se ha hablado de la obra de Cervantes y yo no iba a ser una excepción. Lo que pretendo en estas líneas es expresar lo que entiendo cuando pienso en la historia del hidalgo caballero.
En una clase de Psicología General de segundo curso de carrera, el profesor Rafael Alvira dijo una frase que hizo que reflexionara sobre el Quijote pero sobre un aspecto de él que no es el convencional. La frase decía así: “El amor es como Don Quijote, sólo al final de su vida se vuelve cuerdo”. A partir de estas palabras pensé que en el fondo de la historia de Cervantes debía haber algo más de lo que en el fondo parece. Y aún sigo pensando sobre ello. Por esto, en estos días, estoy releyendo Don Quijote de la Mancha descubriendo en cada línea cosas nuevas.
quijote
Unos piensan que la obra de Cervantes es una obra sin más, también está la idea (que parece ser la más oficial) de que Don Quijote de la Mancha es una crítica de Cervantes a las novelas de caballería tan de moda en su época. Pero yo creo que Cervantes tiene algo de antropólogo, algo de filósofo y algo de sociólogo, además de su faceta de escritor que es por la que más se le conoce. Don Quijote de la Mancha es la historia de la vida de cualquiera. Y es curioso cómo, a pesar de haber transcurrido tantos años desde su publicación, su trasfondo antropológico sigue vigente.
Toda la obra de Cervantes es la metáfora de una vida: desde que uno nace hasta que muere. El caballero andante comienza su aventura después de haber leído todos esos libros de caballería que le llevaron a pensar que salvaría el mundo porque este le necesitaba para hacerlo un poquito mejor. Y esto podría ser el principio de nuestra vida, a saber, uno recibe una educación (los libros de Don Quijote) y empieza a vivir como eso que ha aprendido, poniendo en práctica todo el legado que ha recibido. Y ya se sabe, en la juventud uno es idealista, piensa que el mundo está muy mal y comienza a vivir la vida creyendo que podrá aportar algo para cambiarlo. Y sale al exterior con toda su ilusión (aún en estado puro), con todas las ganas de vivir lo que le espera. Y así se inician sus aventuras, como el Hidalgo Caballero.
Cambiemos de tercio y apliquemos esto a la vida de un filósofo. Cuando uno empieza a estudiar filosofía tiene la sensación de haber elegido una carrera especial. Cuando uno dice que estudia filosofía todos preguntan: ¿y por qué filosofía? Y al contestar, se dé la respuesta que se dé, a uno le ocurre como cuando a Don Quijote le arman caballero, a saber, él llega a la posada y confunde al ordinario posadero con un príncipe y la posada con un castillo. Don Quijote cuenta por qué quiere ser caballero, qué le mueve a querer luchar por la justicia y por el bien y todos allí se ríen sutilmente de él y accede el posadero, convertido en príncipe por la enajenada mente de Don Quijote, a armar a éste caballero. Es decir, ya hemos empezado la carrera de filosofía y el mundo tiene otro color: el color que nuestros ilusionados ojos de filósofo le dan.
Y continuamos el camino viviendo las más diversas aventuras: recibimos afrentas que nos dejan malheridos, que nos roban un poquito más de ilusión y nos hacen regresar al hogar del que salimos como tuvo que hacer Don Quijote la primera vez que ejerció de caballero andante a quien inexperto, loco y ciego de pasión le dieron una buena paliza, recordándole que no todo en el mundo es tan dulce como su querida e imaginada Dulcinea del Toboso. Como la “Dulcinea del Toboso” de nuestra vida que en ella representa el ideal por el que queremos luchar, el ideal que soñamos poder alcanzar, el ideal que, con el paso del tiempo, se irá desvaneciendo hasta llegar a ser aquello por lo que uno quería comerse el mundo y, al final, el mundo acabó merendándoselo.
También nosotros mismos nos encontramos con molinos de viento y creemos, como nuestro caballero, que son grandes gigantes que hay que derribar para llegar hasta donde uno quiere. En ocasiones, los vencemos y, otras veces, el golpe es aún más fuerte que el que Don Quijote se dio cuando fue a vencer al primer molino-gigante.
Muchos, a los que la vida de caballero quitó la ilusión, acabaron y acabarán bajándose de un hermoso Rocinante y se convirtieron y se convertirán en el cabal escudero Sancho Panza que, a pesar de que su mente conservaba la cordura que le es propia al ser humano, de vez en cuando, dejaba volar excesivamente su imaginación sobre su razón y se imaginaba gobernando alguna ínsula Don Quijote le regalaría después de haberla conquistado en alguna batalla. Y es que todos los escuderos de este mundo, tanto los que cambiaron de caballo a asno como los que siempre fueron en asno, alguna vez, que llegarán a ser lo que el otro les proporcione sin moverse de su lado y sin lucha alguna.
Pero, como todas las novelas, la nuestra también tiene un final, nuestra vida llega cuerda a su término como el amor, después de haber vivido la gran locura de la existencia. Unos llegan habiendo vencido todos los molinos y habiendo conquistado ínsulas pero otros llegan heridos, con su biblioteca quemada por el cura y el barbero. Pero, todos llegan cuerdos porque, cada vez, ven más cerca la luz que al final iluminará su mente y les llevará al tan deseado descanso del caballero (aunque toda su vida hayan sido escuderos). Y es que a todo Don Quijote y a todo Sancho Panza, inexorablemente su final les llega pero una aventura de su alma siempre permanece.

Izaskun Martínez

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