martes, 13 de agosto de 2013

Cómo funciona la música

Dice David Byrne en su nuevo libro que todo empezó con un ruido, con un sonido: la palabra. Al parecer la ciencia contradice nuevamente a la fe: todo empezó en silencio. El Big Bang fue, en realidad, un Brief Shhh. Ni un rechinido se habrá escuchado en el origen del tiempo y el espacio porque no había sitio para que el ruido se propagara. En el principio fue el silencio. Después, las reverberaciones del polvo los soles y los  planetas habrán sonado, pero el primer instante fue mudo. La consecuencia de que el sonido naciera tras del espacio, se acomodaría mejor a las ideas que Byrne desarrolla en su libro: la música depende del contexto en el que se compone, se interpreta, se reproduce, se escucha. La música depende de su empaque tecnológico y arquitectónico. La iglesia en que compuso Bach sus oratorios fue también instrumento y partitura del genio.
Cómo funciona la música es el título del libro publicado este año por la editora McSweeney’s, de San Francisco. Es, en buena medida, el libro de memorias de un músico pero, lejos de ser una colección de infidencias, es la muy legible aventura por el planeta de los sonidos. Combinando experiencias, reflexiones y lecturas explora los orígenes de la música, la mecánica de la creación, el impacto de la técnica, los efectos neuronales de la armonía, el nuevo negocio de la música. Exuberante, condimentado con ilustraciones y anécdotas, gratamente desordenado, el libro de Byrne se propone bajar al compositor romántico del pedestal. Para él la composición no es la expresión de un sentimiento incubado en el alma del genio para quedar inmortalizado en una sinfonía.
El contexto es el mensaje, dice, parafraseando a McLuhan. El cuento tradicional de la creatividad comienza con la mirada extraviada del compositor a punto de parir la Obra. Los ángeles y los demonios combaten en su interior para encontrar la melodía que calca los tormentos de su espíritu. De pronto, la emoción se vierte en el papel. La creatividad funciona exactamente al revés dice, Byrne. Si podemos expresar musicalmente nuestras emociones es porque las insertamos en las formas que nos ofrece el contexto. Como los pájaros, instintivamente adaptamos el canto para ser oídos en la selva, en el bosque, en la ciudad. La creatividad no es producto de la generación espontánea sino de la adaptación.
Se asume un vínculo directo entre la vida y la canción, como si la canción fuera el recipiente de la experiencia emocional. La gente piensa que, cuando compongo una canción, cuenta Byrne es porque siento una urgencia por expresar algo que me pasa, algo que siento. Que si alguien elige interpretar una canción es porque esa melodía se conecta con una experiencia personal: ¡Absurdo!, dice. La composición no expresa la emoción, la provoca. “Hacer música es como construir una máquina cuya función es sacar a la luz emociones en el intérprete y en quien escucha.” Por eso el argumento central del libro es que no hacemos música, la música nos hace.
No era muy distinto lo que decía Ortega y Gasset en sus apuntes musicales: cuando oímos la música de Beethoven, gozamos concentrados hacia adentro. “No nos interesa la música por sí misma, sino su repercusión mecánica en nosotros, la irisada polvareda sentimental que el son pasajero levanta en nuestro interior con su talón fugitivo. En cierto modo, pues, gozamos, no de la música sino de nosotros mismos.” La música se vuelve resorte que pone en movimiento nuestras emociones. “Oímos la romanza en fa, pero escuchamos el íntimo canto nuestro.”

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