Lugar común para la crítica del novelista, cuentista, ensayista,
dramaturgo y efímero poeta Juan Benet es la afirmación de su carácter
eminentemente intertextual, irracionalista y postmoderno, tres
categorías que se complementan entre sí. En el punto de convergencia de
esos tres vectores y de su superación, reacción y subversión frente a
los métodos deudores del positivismo que desembocaron en el realismo
social de posguerra se encuentra la figura del filósofo Friedrich
Nietzsche (1844–1900), muy mencionada pero escasamente investigada en
profundidad. Es muy curioso que se haya dado menor importancia a este
palimpsesto con respecto a otros, sobre todo teniendo en cuenta que el
mismo autor español reconoció en alguna entrevista que lo leyó durante
su juventud y que dicha lectura antecedió a la tan cacareada de William
Faulkner. Es de todo punto necesario insistir en que el pensamiento
parodiado de Nietzsche es de mucho mayor calado en su obra que los del
antropólogo Sir James George Frazer, del escritor e ingeniero brasileño
Euclides da Cunha, de los narradores Joseph Conrad, Herman Melville o
Henry James, de La Biblia o de los historiadores Jenofonte, Plutarco,
Tácito, Amiano Marcelino, George Sphrantzes y Carl von Clausewitz, entre
otros.
La cuestión es que, avant la lettre, Nietzsche es el gran autor de la
postmodernidad como han detectado grandes filósofos de este movimiento
como son Michel Foucault, Gilles Deleuze o Gianni Vattimo, por mencionar
unos pocos, sobre todo en cuanto a su cuestionamiento y deseo ferviente
de revisión o de destrucción de los valores cristianocéntricos
amparados bajo los sacrosantos nombres de la razón, de la fe y de la
moral, aceptados tan a ciegas como los de la sociedad capitalista. Su
presencia intertextual en la obra de Benet no es puramente anecdótica
sino que es vertebral. Se trata de toda una parodia o reversión de su
sentido desde la filosofía hasta la ficción, dominada esta por el tono
entre poético, especulativo e impostadamente científico que caracteriza
al narrador de Región. Esta influencia fue filtrada en buena parte a
través de su amistad con el gran novelista de la generación del 98, don
Pío Baroja, cuya amistad y tertulia frecuentó desde mediados de los años
40. Baroja ya había dado debida muestra de su conocimiento del
pensamiento del filósofo teutón en su novela de 1910 César o nada en las
tensiones internas de su protagonista César Moncada.
Dichas influencias del alemán en la obra de Juan Benet se pueden
resumir de manera bastante somera en los siguientes puntos, si dejamos
antes claro que no todas ellas vienen impulsadas siempre, necesaria y
exclusivamente por la genialidad de este intelectual decimonónico, sino
por el espíritu de una época que a ambos les influye: la de la ilusión
de la modernidad que procede de la revolución industrial decimonónica y
que posteriormente se convertirá en una postmodernidad que cuestiona los
errores y abusos de la primera y de toda la historia de las ideas.
1.- La necesidad de una expansión epistemológica que se oponga al
«falogocentrismo» derridiano o discurso masculino imperante. Este
procede de los discursos cientifistas y realistas posteriores a la
revolución industrial y al cristianismo, si entendemos a este último
como una moral dañina que se basa en el sufrimiento de los débiles
frente al vigor del superhombre nietzscheano, el cual, entre lo animal y
lo divino, ha de superar los rigores de la historia con fortaleza,
vitalismo y genio. Se cuestiona así a la ciencia como vía única hacia el
conocimiento, ya que hay más realidad más allá de la percepción de
nuestros limitados sentidos. El paso intertextual de La genealogía de la
moral (1887), de El crepúsculo de los ídolos (1889) y de El anticristo
(1895) es más que obvio en la narrativa benetiana.
2.- La defensa de lo irracional como nueva vía gnoseológica o de
conocimiento y de una expansión de los límites del racionalismo para un
más amplio análisis de las causas y efectos de lo vivido y de lo
pensado. En este punto se incardinan las denominadas «zonas de sombras»
que explora Benet frente a la razón, al tiempo y a la memoria como
convencionalismos pactados socialmente. Recordemos que curiosamente este
novelista fue un científico en su vida laboral —ingeniero de obras
públicas—, con lo que asombra su acerba crítica a la razón científica en
su obra. Recordemos también la extraña, casi fantasmagórica y
oximorónica fiesta en La Gándara que se celebra y no se celebra en su
novela Un viaje de invierno (1972), así como el carácter mítico y
mitológico de sus dos protagonistas, Demetria y Coré. Toda esta obra, y
muchas más del ciclo de Región, parece imponer una nueva razón paralela o
ulterior a la impuesta socialmente. Recordemos finalmente también la
presencia de esas fuerzas inmemoriales que residen en el bosque de
Mantua y que controlan los destinos de los personajes benetianos.
3.- Otro tema que les une son las nociones de nihilismo y de la
muerte de Dios y de la razón aceptada inmemorialmente desde que nacemos.
El ciclo novelístico del cronotopo de Región, que alude a una ficticia
comarca española que pudiera localizarse entre la de El Bierzo leonés,
el Canudos de da Cunha y el Yoknapatawpha country de Faulkner, entre
otros referentes subtextuales, es una expresión de la negación de los
valores racionales y del apogeo del fatalismo, de lo decadente y de la
ruina con ciertos místicos deseos, más que esperanzas, de salvación
humana mediante una vuelta al origen que recomience la historia en otra
ideal y de redención.
4.- La presencia de lo trágico como fenómeno estético paralelo a la
vida. Es decir, toda una afirmación de autorreferencialidad frente a los
dictados omnímodos del realismo, del naturalismo y del costumbrismo,
entendidos estos como arrogantes, parciales y sesgados modos de análisis
de la realidad que pretenden erigirse en métodos científicos en
literatura sin tener la sistematicidad ni la precisión de la lógica
formal. En la obra de Benet tanto como en la de Nietzsche no hay
proyecto o imperativo ético o moral. Todo queda echado a la suerte de
una fatídica partida de cartas, de un legendario y más que centenario
guardián del bosque de Mantua llamado Numa que impide la salida por
segunda vez de los habitantes de la zona o de una barquera–Caronte en
Volverás a Región (1967), de un reloj que se activa espontáneamente para
marcar el arrasamiento telúrico de la región en Una meditación (1970) o
de una abuela sibila o pitonisa en Saúl ante Samuel (1980).
5.- La dialéctica entre personajes apolíneos y dionisíacos,
espirituales y sensuales, de pasión y de acción regeneradora, procedente
de El nacimiento de la tragedia (1872) de Nietzsche. En Benet la
tensión entre ambas actitudes acaba claudicando frente a la fatalidad,
como sucede con la apasionada, aunque derrotada Marré Gamallo, y con el
amargado y vitalmente semiparalizado doctor Daniel Sebastián en esa
incivil guerra civil española del 1936 al 39 en Volverás a Región y en
todo el ciclo de Región.
6.- El nietzscheano eterno retorno y el tiempo cíclico del que se
sacan nuevas esencias para una renovación en el futuro queda desvirtuado
en el agónico atrezo regionato que, sin fluidez temporal, queda
suspendido en un éter de condenación eterna para los personajes
procedentes de las misteriosas entrañas y energías que circulan
inmemorialmente por esa comarca, como se ve en todas las obras del
mencionado ciclo. El referente o hipotexto, si seguimos a Gérard
Genette, es por supuesto Así habló Zaratustra (1883–85).
7.- Hay también una reversión paródica de la figura del superhombre
en toda la obra regionata de Benet. De nuevo la fuente es Así habló
Zaratustra. Ello se puede detectar con claridad en la novelística y
cuentística del madrileño, sobre todo en su construcción de ese mediocre
personaje frustrado y con suerte llamado General Gamallo, líder de las
tropas nacionales en Volverás a Región, o del republicano Eugenio Mazón,
que desde el azar lleva a sus tropas al fracaso en su obsesivo avance
hacia Macerta en las tres memorables partes de Herrumbrosas Lanzas de
1983, 1985 y 1986.
8.- El sujeto como apariencia, descentrado, atomizado en su
inmanencia, definido más por relación de poder con otros sujetos que por
situación ontológica. Como botón de muestra sirva esa Marré Gamallo de
Volverás a Región que, ya sin fuerzas ni motivación alguna, lucha en
balde por consumar su pasión individual frente a los dictados de un
destino y de una fatalidad inapelables, ambos controlados por la razón
social custodiada por el Numa. O también sirva lo que acontece entre la
lúbrica Leo Titelácer y el mujeriego Carlos Bonaval, que en Una
meditación verán frenada la consumación de su pasión amorosa en las
montañas regionatas con el comienzo de la destrucción de la zona.
9.- La voluntad de poder, expresada en las luchas por el mando de
Región, y la de estilo, expresada en la escritura que importa más que lo
argumental. Ambas voluntades unifican las obras de ese poeta frustrado
que fue Nietzsche y del que también fue Benet, más afecto a un lenguaje
especulativo y casi filosófico y técnico, teñidos todos ellos de
extrañísima poesía. Para entender este tema, léase La inspiración y el
estilo, el ensayo fundacional de Benet de 1966, o Sobre la
incertidumbre, de 1982, entre tantos otros.