Las Cuatro Nobles Verdades
de las que nos habla el budismo se refieren a las enseñanzas que el
Buddha presentó en uno de sus primeros sermones tras su iluminación, y
que fueron recogidos en el sutra que lleva por título “Girar la
rueda del dharma”. Tales cuatro verdades son las siguientes: la
existencia del sufrimiento, la causa del sufrimiento, la cesación del
sufrimiento y el sendero que conduce a la cesación del sufrimiento.
“Lo que es transitorio es dolor; lo que es dolor es no-yo. Lo que es no-yo no es mío, yo no soy ello, ello no soy yo” (Samyutta Nikaya). Lo que es dolor es no-yo. Difícil, imposible estar de acuerdo con el budismo sobre este punto, capital sin embargo. El dolor es lo que más somos nosotros mismos, lo más yo. Extraña religión: ve dolor por todas partes y al mismo tiempo lo declara irreal.
Cioran, Ese maldito yo (TusQuets, 2008, p.120)
La primera verdad, la existencia del
sufrimiento, sería aquella que recogería el nacimiento, la vejez, la
enfermedad y la muerte, repletos de tristeza, ira, inquietud,
preocupación, miedo y desesperación. La segunda verdad es la causa del
sufrimiento, es decir, la ignorancia: no vemos la verdad de la vida,
estamos atrapados en las redes del deseo y la insatisfacción. La tercera
albergaría la comprensión de la verdad de la vida, que otorgaría el fin
de la tristeza y haría emerger la paz y la alegría. Por último, la
cuarta verdad, tendría como contenido la consciencia del propio
sufrimiento y su meta se situaría en la liberación de todo dolor. El
tránsito de la primera a la última de estas verdades constituye la
enseñanza principal de Buda.
Abro una antología de textos religiosos y caigo de entrada sobre esta frase de Buda: “Ningún objeto merece ser deseado”. Cierro inmediatamente el libro, pues tras eso, ¿qué leer?
Cioran, Ese maldito yo (cfr. ibid., p. 92)
El sufrimiento es algo real y no puede
ser evitado. Para el discípulo budista, el punto de partida se sitúa en
dirigir una mirada fría y firme a nuestra desvalida situación de manera
desapasionada: lo capital es romper nuestra costumbre de evadirnos y
hacernos ilusiones vanas. Debemos investigar nuestra propia experiencia,
descubriendo al yo como principal obstáculo para ello. Para el
budismo, ocho son las formas principales que adopta el sufrimiento:
nacimiento, vejez, enfermedad, muerte, pasar por lo que no es deseable,
no poder mantener lo que es deseable, no conseguir lo que se quiere y el
sufrimiento que todo lo impregna. En todo cuanto hacemos, incluso en el
nivel más excelso de placer, existe siempre una leve sensación de
dolor; por ello, éste supone la textura total de nuestra vida. Sin
embargo, la comprensión última del dolor es que uno no puede deshacerse
de él, y en cambio, puede tener una comprensión superior del dolor.
He observado que después de una conmoción interior, mis reflexiones, tras un breve despegue, tomaban un cariz lamentable e incluso grotesco. Ello me ha sucedido en todas mis crisis, lo mismo en las decisivas que en las otras. En cuanto se eleva uno ligeramente por encima de la vida, ella se venga devolviéndonos a su nivel.
Cioran, Ese maldito yo (cfr. ibid, p.93)
¿En qué consiste aquella comprensión
“superior”? El sufrimiento proviene de la estupidez y de la ignorancia,
como apuntábamos más arriba. No ser consciente del proceder de nuestra
existencia produce un sentimiento de pérdida y desgarro, lo que
ocasiona dolor. El budismo entiende que cuando se produce la verdadera
consciencia, el sufrimiento no existe: nos hacemos partícipes del
carácter vehemente del deseo y de lo efímero de la pasión. Las emociones
conflictivas presentes en nuestro yo se reducen a vaivenes,
irregularidades que tienen lugar en nuestra mente, a partir de seis
motores o emociones principales: ira, deseo, orgullo, ignorancia, duda y
opinión (en el budismo se conocen como kleshas o “lo que
perturba la tranquilidad”). El origen del conflicto reside en el
incombustible buscar algo para hacer, en nuestro ser inquietos. Por eso,
la ignorancia es el origen de nuestra guerra interna: la ignorancia
sólo provoca la acción volitiva, un siempre querer.
Conocer, ordinariamente, es estar de vuelta de algo; conocer, absolutamente, es estar de vuelta de todo. La iluminación representa un paso más: consiste en la certeza de que en adelante no se volverá a ser víctima del engaño, es una última mirada sobre la ilusión.
Cioran, Ese maldito yo (cfr. ibid, p.83)
La tercera verdad (cesación del
sufrimiento) supone un descubrimiento personal. Ahora bien, el más arduo
obstáculo para convertirse en buddha es lo que la tradición budista (e hinduista en general) denomina samsara:
un dar vueltas o continuo circular en el mundo de la ignorancia, en la
tierra del nacimiento, del dolor y de la ira, de la circulación sin fin.
Lo opuesto a samsara es nirvana o paz. El cometido de la
tercera verdad sería comunicarnos que el nirvana es posible; que la
cesación del sufrimiento queda abierta al hombre como posibilidad real.
La última de las verdades se refiere a la verdad del camino,
estructurado en tres etapas: Hinayana, o estadio del desarrollo
individual; Mahayana, o unión de la sabiduría y acción compasiva; y
Vajrayana, o compromiso decidido y audacia espiritual. Así, en
definitiva, las Cuatro Nobles Verdades del budismo nos explican que a
cada momento se nos abre una posibilidad: perpetuar nuestro sufrimiento,
o interrumpirlo en su origen logrando la liberación.
La nada, para el budismo (a decir verdad para Oriente en general), no implica la significación siniestra que nosotros le damos. Se confunde, por el contrario, con una experiencia extrema de la luz, o, si se prefiere, con un estado de eterna ausencia luminosa, de vacío radiante: es el ser que ha superado todas sus propiedades, o más bien un no-ser extremadamente positivo que dispensa una dicha sin materia, sin substrato, sin ninguna base en mundo alguno.
Cioran, Ese maldito yo (cfr. ibid, pp.12-13)
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