lunes, 30 de septiembre de 2013

Maestros y profesores

No es posible pensar la historia de la filosofía, ni a la misma filosofía, sin la presencia de un maestro. Desde sus mismos orígenes, Sócrates es el emblema de un guía para sus discípulos, para los jóvenes atenienses, un ejemplo de vida y de sabiduría.
La figura del maestro de sabiduría es parte indisociable de toda tradición civilizatoria, ya sea occidental u oriental. En nuestros días algo de aquella vieja idea subyace en los gurúes, maestros de yoga, monjes zen, maestros chinos, al tiempo que se ha desdibujado en su antiguo representante filosófico tradicional.


Desde el siglo XIX, con la constitución de las universidades nacionales, nació la figura del profesor de filosofía. Un profesor no es un maestro, no transmite un saber del que su vida es una expresión. No posee aquella integridad antigua. No se dirige “personalmente” a sus discípulos. Estos se han convertido en alumnos, y él, el maestro de sabiduría, ahora es un vehículo de un saber universal, cuyo alcance y ordenamiento está encargado de explicitar. Lo que importa es saber. La filosofía ha dejado de ser una disciplina practicada por una secta que tiene por objetivo la conversión personal. Desaparece de su ámbito la voluntad de transfiguración subjetiva. La exhaustividad erudita es necesaria para una disciplina que desde los tiempos de Descartes ha modificado su misión en el mundo. Se trata desde el siglo XVII de conocer el mundo para transformarlo en fuente de bienestar. Nada hay que contemplar, el estudio y las ciencias son una labor activa y necesaria de un universo cifrado en lengua matemática y plausible de modificar mediante el saber de la técnica.
La subjetividad, el trabajo ético sobre sí mismo, deja de ser una preocupación filosófica. El filósofo tiene ya tarea suficiente con fundar las ciencias. La filosofía se separa de su portador y se instituye como madre de las ciencias. Recién unos años después del advenimiento de la crisis kantiana, en el siglo XIX, el mismo siglo que ve emerger la figura del “profesor”, también verá resurgir la antigua efigie del maestro, pero es un maestro tullido: Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, los filósofos de la meditación existencial, esta vez sin Dios, sin Bien, sin Uno.
Una religión tuerta y un arte monstruoso, la fe sin Padre y un arte metamorfoseado en voluntad de poder, son el legado del retorno del maestro ya agotado.
Hoy el maestro tiene la humildad del sin querer. No se consagra a sí mismo. No existe la figura del Sabio. Es imposible evitar la presencia profesoral. Pero hay profesores que son algo más que transmisores de información e inteligencia. No por eso nos trazan una conducta de vida. El discípulo ya no puede delegar en otro la penuria de su desorientación.
Profesores que nos hablan entre líneas. Hombres de enorme erudición, formados en la academia, con todos los galardones consabidos de las instituciones educativas tradicionales, pero con una visión del mundo y de su propio quehacer, que a pesar de no ser dicha con altisonancia, una vez que se escucha, hay algo que se ilumina.

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