Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel se enciende y arde.
Guy Montag es un bombero y el trabajo de un bombero es quemar libros, que están prohibidos porque son causa de discordia y sufrimiento. El Sabueso Mecánico del Departamento de Incendios, armado con una letal inyección hipodérmica, escoltado por helicópteros, está preparado para rastrear a los disidentes que aún conservan y leen libros.
Como "1984" de George Orwell, como "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, "Fahrenheit 451" describe una civilización occidental esclavizada por los medios, los tranquilizantes y el conformismo. La visión de Bradbury es asombrosamente profética: pantallas de televisión que ocupan paredes y exhiben folletines interactivos; avenidas donde los coches corren a 150 kilómetros por hora persiguiendo a peatones; una población que no escucha otra cosa que una insípida corriente de música y noticias transmitidas por unos diminutos auriculares insertados en las orejas.
Guy Montag es un bombero y el trabajo de un bombero es quemar libros, que están prohibidos porque son causa de discordia y sufrimiento. El Sabueso Mecánico del Departamento de Incendios, armado con una letal inyección hipodérmica, escoltado por helicópteros, está preparado para rastrear a los disidentes que aún conservan y leen libros.
Como "1984" de George Orwell, como "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, "Fahrenheit 451" describe una civilización occidental esclavizada por los medios, los tranquilizantes y el conformismo. La visión de Bradbury es asombrosamente profética: pantallas de televisión que ocupan paredes y exhiben folletines interactivos; avenidas donde los coches corren a 150 kilómetros por hora persiguiendo a peatones; una población que no escucha otra cosa que una insípida corriente de música y noticias transmitidas por unos diminutos auriculares insertados en las orejas.
Nos encontramos ante un modelo de sociedad perfecto, ¿o, no? Todo
parece estar previsto, hasta la felicidad de quienes la componen. El
dilema se establece entonces con el papel del individuo y cuál es su
grado de libertad. Esta cuestión ocupa y preocupa a muchos intelectuales
en la actualidad. Debemos renunciar a una parte de nuestras libertades
por ganar en seguridad o hay un límite en el que cabe asumir un cierto
grado de incertidumbre (uno de los aspectos que definen la vida), donde
no todo quede regulado.
Cuidado, estamos avisados contra la trivialidad como forma de vida.
El ser humano, por evolución, se ha ganado la capacidad de ser algo más
que un simple televidente, un ser que vive sin encontrar un sentido, una
persona que ocupa su tiempo en conversaciones vacías, alguien que
desatiende la cultura como si de agua hirviendo se tratara…
El autor dibuja un mundo que surge como consecuencia de no atender a
las advertencias expuestas. Así, ahora a la realidad se le ha dado la
vuelta y nos encontramos bomberos con lanzallamas, barras por las que se
deslizan hacia arriba, rechazo a la palabra escrita como reflejo de la
cultura… Nuevamente cuidado, pues podemos hacer algún paralelismo con
nuestro mundo que no resultaría demasiado forzado.
El autor, al comienzo del libro, cita a Juan Ramón Jiménez: “Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”.
La frase es una advertencia y, a la vez, encierra un contrasentido.
Tiene la forma de una frase imperativa y sin embargo recomienda lo
contrario.
“La palabra intelectual se convirtió en el insulto que debía ser”.
Desde luego los modelos de éxito que inundan los medios de comunicación
tienen más que ver con la farándula y el deporte como objetos de
entretenimiento que el mundo científico e intelectual. Quizás sea
exagerado, pero esta frase nos pone sobre aviso de cuáles son los
riesgos que corremos.
“No todos nacimos iguales y libres como dice la Constitución, sino todos hechos iguales”. Esta
es una de las consecuencias en las que puede devenir una mala gestión
de la democracia. Cuando se trata de igualar, puesto que no todos somos
igual de altos, solo cabe hacerlo cortando las extremidades inferiores,
así se logra que todos estén a la altura de los más bajos.
“Cada hombre, la imagen de otro. Entonces todos felices”. Es
inevitable que nos preguntemos dónde queda la genialidad. Qué habría de
pasar con los gigantes que han impulsado a la humanidad; hombres de la
talla de Buda, Sócrates, Newton, Da Vinci…
“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado,
no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión para preocuparle;
enséñale solo uno. O, mejor aún, no le des ninguno”. Esta teoría
podría suscribirla cualquier tirano actual o pasado. Someter gracias a
la ignorancia de la masa es una tentación demasiado grande para quienes
ostentan el poder.
“Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares…”. De
qué mundo estamos hablando, del que ha recreado Bradbury o quizás nos
sugiere algo de este que consideramos real. Estemos atentos, no vayamos a
descubrir demasiado tarde que los bomberos no portan mangueras sino
lanzallamas.
“Atibórralos con datos que no combustibles, lánzales encima
tantos hechos que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto
a la información”. En la edad media se mantenía sometida a la
gente, entre otros motivos, a causa de una limitación extrema en la
transmisión de conocimientos. En la actualidad se ha conseguido
prácticamente lo mismo con una estrategia distinta. El volumen de
información que recibimos es tan exorbitante que impide poder atender
cualquier noticia. En el espacio de un telediario podemos asistir a
tantas guerras, atentados, epidemias y hambrunas que al finalizar
tendríamos dificultades si quisiéramos recordarlas todas.
Una vez más, nos encontramos ante uno de los mitos más recurrentes
del pensamiento y la literatura. Nos referimos al “mito de la caverna”
expuesto por Platón en su obra La República. Unos pocos mueve los hilos y
todos los demás asistimos a la representación convencidos de la
autenticidad de lo allí contado. Afortunadamente, siempre nos queda la
esperanza de que alguien, con las condiciones adecuadas, pueda romper
las cadenas, descubrir la realidad de las cosas y tener la generosidad
necesaria para transmitírnoslo a los demás.
Cuando se ha llegado a un punto como el dibujado por el autor en su
libro, la regeneración es posible si el cambio es lo suficientemente
drástico para conseguirlo. Los intelectuales de este mundo confían en
los efectos de la guerra para volver a un punto de partida donde el
mundo pueda volver a inventarse, esta vez mejor y más justo.
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