Simone Weil es una de esas figuras que impactan por su capacidad de sensibilidad ante el dolor de los otros.
De ella se ha dicho que es uno de los espíritus más radicales de
principio de siglo. Esta judía francesa, desarrolla en su breve vida
(muere en 1943, a los 34 años) una de las más violentas introspecciones
religiosas que se han producido en el ámbito occidental. La han descrito
como delicada, enfermiza y un punto histérica. «Al hombre contemporáneo
le es necesario pensar la religión –dice Eugenio Trías– porque de lo
contrario corre el peligro de que ésta le piense a él, con resultados
integristas y sectarios». Pues bien, Simone Weil pensó la religión y
puso sus cinco sentidos en ella. Militante de izquierda, estuvo en la
columna de Durruti en la Guerra Civil española, trabajó manualmente en
una fábrica hasta caer enferma de agotamiento, trabajó en la Liga de
Derechos Humanos, dio clases en organizaciones obreras. Y como su
compromiso no era sólo intelectual, murió de debilidad, o de tozudez,
por empeñarse en vivir con el mismo presupuesto que la gente que tenía
un mínimo en Francia en plena Guerra Mundial.
Es interesante cómo narra Simone de Beauvoir su encuentro con ella:
«Al saber la gran hambre que había estallado en China, Simone Weil se
había puesto a llorar; sus lágrimas me inspiraron más respeto que sus
dotes filosóficas. Sentí envidia de un corazón capaz de latir al unísono
con el mundo». La primera vez que las dos se encontraron, Simone Weil
le dijo que la tarea histórica del momento era la revolución que daría de comer a todo el mundo.
La de Beauvoir objetó perentoria que el problema no era dar de comer a
los hombres, sino darles un sentido para su existencia. Y sigue
contando: «Ella me hizo callar diciendo: 'Bien se ve que tú nunca has
pasado hambre'. Nuestras relaciones se detuvieron aquí. Comprendí que
había sido catalogada como una pequeña burguesa espiritualista y
me irrité, porque me creía ya liberada de mi clase y no quería ser más
que yo misma. En el fondo sentía envidia de no poder conectar así con el
sufrimiento de los demás».
Dice Simone Weil: «El dolor extendido sobre la superficie del planeta
me obsesiona y me aplasta hasta el punto de anular mis facultades. Y
sólo puedo recuperarlas y librarme de esta obsesión si puedo compartir
una parte importante de riesgo y sufrimiento».
No se trata de una anorexia a lo divino sino de una sensibilidad invadida. No llegó a bautizarse, pero vivió sumergida en una compasión solidaria extrema que la condujo hasta una identificación extrema con los sufrientes. Y esa fue su experiencia de bautismo.
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