Hoy
mi deber, aunque me discutas y me pelees, aunque me quieras y/o me
odies, aunque no existan ni el deber ni la culpa y las palabras que
busco no pueden explicar ni la mitad de lo quisiera, ni la cuarta parte y
mitad de lo que sabemos y alguna vez hablamos y siempre sentimos
premeditada y anticipadamente, hoy, repito, te digo que sé que nada de
lo que te diga será creíble porque no estoy más que soñando tu abrazo.
Es tan
estúpido, tan inútil negar lo que sé, decir que no a lo que se siente
que dan ganas de inventar un dios, de tener fe, de saber que tarde o
temprano podremos volver a mordernos antes del primer café de la mañana.
Volamos
abrazos, mandamos besos “volaos”, nos encontramos en continentes
distintos pero con contenidos casi iguales hasta que por fin llegamos a
coincidir en el mismo espacio y por todo tiempo. Entonces ¿por qué será
que esta noche las libélulas azules parecen distraídas o distantes? Otra
vez se nos cruzó el mar de por medio, pero ya estoy seguro, y quisiera
tanto pluralizar, de que es muy distinto a la primera y que nada será
comparable con la próxima, que no será la última porque siempre habrá un
motivo, aunque nunca tan especial como el de hoy, o casi.
Experto
en ciencias casi exactas como sabes que soy, cosas así como la
patafísica cardiopática, ginecopatías varias y locuras mínimas me pongo a
sumar dos más dos y el resultado me sigue pareciendo inexacto. Pero
tampoco me extraña porque pocas cosas nos hacían sospechar, excepto que
lo deseábamos ansiosamente, que nuestros cuerpos fueran a encajar como
la pieza perdida de ese rompecabezas arreglacorazones que habíamos
arrinconado en el sótano de los recuerdos.
Si tú
puedes aprender a tomar una copa yo debo empecinarme en ser feliz, en
aprender a querer aprender a decir las cosas de la manera más simple,
con menos palabras y más besos, más cerca, más nosotros. Será cuestión
de seguir practicando en todas las reencarnaciones venideras y a diario,
de día y de noche, incluso por las tardes.
Pero
quizás porque no nos gustan los adverbios que implican momentos
precisos, lugares exactos, vidas marcadas, por todas esas cosas que me
enseñaste y todo lo que quisiste aprender sé que todo llegará, como sé
que siempre ha estado ahí, que nunca se irá, que nada volverá a ser como
era.
Soy mi
propio enemigo y planeo ataques mortales para no dejar heridos, con
estrategias estudiadas hasta el más mínimo detalle para evitar el fuego
amigo, los consejos familiares, las estupideces cotidianas. Mientras
gano esta guerra te planteo una tregua: el pacto podemos firmarlo sobre
la cama y bajo las cobijas. Tú eliges las armas; me apadrina el amor y
todo lo que no puedo decir por incapacidad bocal. Te apadrinan tus
besos. Será un duelo sin funeral pero con velas y la única muerte será
chiquita, une petitte morte.
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