El interés de Nietzsche por la filosofía oriental
y, en especial, por el budismo, tiene su origen, como es sabido, en la
herencia dejada por su "maestro" Schoppenhauer, por su amigo Paul
Deussen (traductor al alemán de Los Sutras del Vedanta), y por la lectura de
varias obras especializadas, entre las cuales figura Buda, su vida y su obra,
su comunidad, de H. Oldemberg. En casi todas las obras de Nietzsche hay
referencias a los Vedas y al budismo, con una hondura y un poder de síntesis
sorprendente. Podemos citar a modo de ejemplo los parágrafos 20 a 23 del
Anticristo, donde expone "su" postura frente al budismo. Nietzsche
reconoce un síntoma de decadencia y de nihilismo, tanto en el cristianismo
como en el budismo, aunque seguidamente comienza haciendo una enumeración de
las virtudes de éste: el budismo se ha originado después de un gran
movimiento filosófico, por lo que llegó cuando el concepto de
"Dios" había sido eliminado. Nietzsche piensa que el budismo es una
religión "tardía, para el acabamiento y el cansancio de las
civilizaciones", y lo define al budismo como "...una religión para
hombres tardíos, para razas que se han vuelto bondadosas, mansas,
superespirituales, que con demasiada facilidad sienten dolor...".
Nietzsche veía un síntoma de salud en la
idiosincracia propia del budismo, un presupuesto de condiciones fisiológicas
que lo acercaría a su propio modo de vida: la vida al aire libre contra la
depresión, la moderación y la selección en las comidas, la no utilización del
alcohol (que para los budistas es un narcótico, dado que no les permite
obtener una recta meditación, dejándolos a medio camino de la meditación), el
clima suave donde ha nacido, la liberalidad de las costumbres, la ausencia
completa de militarismo (recordemos que el budismo nace como reacción contra
el anquilosamiento y el rigor de las ceremonias y los extenuantes rituales
hindúes), el hecho de haber nacido en los estamentos aristocráticos y doctos
de la India (el mismo Buda era un príncipe). Podríamos trazar un paralelo con
las causas que el mismo Nietzsche da en su autobiografía, en sus primeros
tres capítulos: Por qué soy tan sabio, Por qué soy tan inteligente y Por
qué escribo tan buenos libros, acerca de la "salud". Será en
este mismo texto donde encontramos una explicación en la cual Nietzsche
reconoce al budismo el abandonar y desechar el resentimiento y la venganza,
ambos ya síntomas de buena salud: "El resentimiento constituye lo
prohibido en sí para el enfermo -su mal, por desgracia, también su
tendencia más natural-. Esto lo comprendió aquel gran fisiólogo que fue Buda.
Su 'religión', a la que sería mejor calificar de higiene- ... hacía depender
su eficacia de la victoria sobre el resentimiento: liberar el alma de él -primer
paso para curarse. 'No se pone fin a la enemistad con la enemistad sino con
la amistad'. Esto se encuentra al comienzo de la enseñanza de Buda -así no
habla la moral, así habla la fisiología".
En este punto podemos advertir el profundo
conocimiento que Nietzsche tenía del budismo, ya que ha resumido en una sola
sentencia toda la doctrina moral que enseñó Buda: "no se pone fin a la
enemistad con la enemistad sino con la amistad". Aquí descansa el
fundamento moral del budismo, que proviene de la sentencia del Dhammapada:
"No obréis el mal, obrad el bien; mantened pura vuestra mente: he ahí la
enseñanza de Buda".
Cuando Nietzsche toma a Buda como un
"fisiólogo", lo hace partiendo del axioma del budismo "la
existencia es dolor". Esto le permite distinguir entre el "yo
pienso", meramente teórico, y el "yo sufro" budista, que
Nietzsche ve más veraz, más objetivo, más "decente" con uno mismo.
La grandeza que Nietzsche le reconoce a Buda, es
que su doctrina está exenta de coaaciones, de exigencias de lucha contra
quienes piensan de otro modo, devolviendo a la persona sus intereses más
espirituales: "En la doctrina de Buda el egoísmo se convierte en un
deber: el 'una sola cosa es necesaria', el 'cómo te liberas tú del
sufrimiento' regulan y limitan la dieta espiritual entera...".
Pareciera oírse al mismo Buda, cuando dice: "Solamente el mismo hombre
puede ser señor de sí mismo; ¿qué otra persona de afuera podría ser su
maestro? ... Uno mismo se hace el daño y es uno mismo quien lo sufre... lo
puro y lo impuro proceden de uno mismo: ningún hombre puede purificar a
otro".
Buda nos enseña que uno mismo es quien tiene que
cuidar de sí y trabajar para su propia salvación. Si yo no me salvo, no puedo
esperar que me salven los demás; el individuo es el único responsable de sus
acciones. Buda nunca invocó a otro salvador, ni siquiera él mismo se presentó
como tal. Este principio sirvió para desarrollar el autocontrol y el sentido
de la responsabilidad dentro del budismo. Paralelamente, oigamos lo que nos
dice Nietzsche: "En el ideal del budismo se percibe la aspiración a
librarse de toda coacción moral, que coincide con la esencia de toda
perfección, bajo el supuesto de que las mismas buenas acciones sólo son
necesarias provisionalmente, como meros medios, para llegar a renunciar a
toda acción".
El budismo ha puesto un énfasis decisivo en el
esfuerzo individual, lo que implica una reafirmación de la individualidad
como única fuente de nuestras acciones, de nuestra responsabilidad y de
nuestra perfección.
Buda no quiso ser tomado como
"salvador" ni como "santo". En su último sermón, llamado
"La Despedida", pronuncia estas palabras: "Sed vuestras
propias lámparas. Descansad sobre vosotros mismos, y sobre ningún auxilio
exterior. Mantenéos firmes en la verdad de vuestra lámpara. Buscad la
libertad únicamente en la verdad, y no pidáis auxilio a nadie más que a
vosotros". Estas palabras nos recuerdan aquellas de Zaratustra,
cuando nos dice: "Ahora yo me voy solo, discípulos míos! También
vosotros os vais ahora solos! Así lo quiero yo ... Se le recompensa mal a un
maestro si se permanece siempre discípulo ... No os habíais buscado aún a
vosotros: entonces me encontrastéis. Ahora os ordeno que me perdáis a mí y
que os encontréis a vosotros...".
Zaratustra es llamado "el distinto", al
igual que Buda es "el despierto". Ambos comparten los mismos
ideales, las mismas metas: despertar a los hombres de su angustioso sueño y
arrojarlos hacia la humana perfección, que no se encuentra sino dentro de
ellos mismos: "el budismo no es una religión en que meramente se aspire
a la perfección: lo perfecto es el caso normal".
Hasta aquí las coincidencias de pensamiento son
casi totales, salvo por una discrepancia que será insalvable: lo que no le
perdona Nietzsche al budismo es su concepción de la compasión.
La compasión y la sabiduría son inmanentes al
budismo. La compasión fluye de la sabiduría, y la sabiduría de la compasión.
En realidad, las dos cosas no son más que una para los budistas, aunque desde
un punto de vista dualista debamos hablar de ellas como dos. La compasión es
el sentimiento más elevado para un budista, pero con ello se quiere
significar no sólo el "sentir con", meramente pasivo, sino que
encierra también un carácter activo, ya que se trata de facilitar el acceso a
la iluminación de todas las personas (incluso a los animales). Esto se
refleja claramente en la figura paradigmática del bodhisattva. El bodhisattva
es aquella persona que ha llegado a la iluminación, quien estando a las
puertas del nirvana, pronto al cese de todo dolor, enuncia a este fin egoísta
y "regresa" para indicar el camino a todos los demás seres
vivientes. Ha preferido su tarea a su propia salvación, no aspira a la
felicidad, aspira a su obra. De forma similar, Zaratustra señala el camino al
superhombre, sin importarle su sufrimiento. Pero a él le está reservado
sortear la prueba más difícil: la compasión por el hombre superior. Este es
el último "pecado" que le ha sido reservado para el final, su
última prueba, la prueba. Y el encargado de tentarlo seráa su viejo
"maestro", Schoppenhauer, quien en la figura del "adivino del
gran cansancio", le anuncia que "todo está vacío, todo es idéntico,
todo fue! ... todos los pozos se nos han secado, también el mar se ha
retirado. Todos los suelos quieren abrirse, mas la profundidad no quiere
tragarnos! ... En verdad, estamos demasiado cansados incluso para morir...".
Será precisamente éste el punto de quiebre entre
el Zaratustra y Buda: la compasión los une y a la vez los separa. Para Buda,
es la parte fundamental de su doctrina; para Zaratustra, un abismo que exige
un gran salto, el peor de los pecados contra el hombre mismo.
Nietzsche ve la compasión como negadora de la
vida, sería un instinto depreviso y contagioso, contrario a la elevación de
los sentimientos vitales: la praxis del nihilismo.
Esta compasión es la que persuade a los budistas
a entregarse al nirvana, a un aniquilamiento, a un no-lugar, para no
caer definitivamente en la rueda eterna del samsara. En primer lugar,
Nietzsche no le encuentra sentido a este "perderse en la pura nihilidad:
ofrecido por el nirvana; en segundo lugar, tampoco a la reencarnación, cuyo
fin sería "limpiar" las malas acciones acumuladas en vidas
anteriores. Para él, este planteo es similar al "más allá"
cristiano, negador del "más acá" del mundo. este instinto
niohilista del budismo marca un síntoma de "decadencia": "la
compasión persuade a entregarse a la nada! ... no se dice 'nada': se
dice, en su lugar, 'más allá' o 'Dios', o 'la vida verdadera', o
nirvana, redención, bienaventuranza...".
Tanto Zaratustra como Buda respiran los aires
fuertes de montaña, ya que cada uno ha subido la suya. Ambos se rebelan
contra el orden establecido, se sublevan contra los antiguos dogmatismos.
Cada uno es en su propio ámbito, un creador. Zaratustra nos dice: "quien
tiene que ser un creador en el bien y en el mal, en verdad, ése tiene que ser
un aniquilador y quebrantar valores...".
¿Sería posible, desde aquí, pensar en una
encrucijada, al superhombre, creador de nuevos valores, en relación con el
iluminado budista?
La iluminación consiste "solamente" en
llegar a comprender que todo es transitorio, que todo está es un eterno
devenir, que las cosas son como se nos presentan, sin ninguna sustancia o
sujeto metafísico detrás de ella. De esta forma cortaríamos el vínculo que
nos mantiene atado a ellas, y así nos asumiríamos nosotros mismos como
"eterno devenir". Este es el camino que nos lleva directamente al
cese del dolor, y a trascender el mundo de los opuestos, construido con
distinciones intelectuales y contaminaciones emocionales. Comprender esto,
"hacerlo carne" en nosotros, ya es estar muy cerca de la
iluminación. En otras palabras, es haber podido trascenderse como hombre,
abandonando los límites de lo meramente humano, es un "ir más allá:, un
ultra del hombre, es llegar a ser ultrahombre.
Este "poder trascenderse a uno mismo",
esta liberación, es la misma que siente aquel pastor al morder la serpiente
que lo asfixiaba, y que al hacerlo, no fue el mismo, "ya no pastor, ya no
hombre, -un transfigurado, iluminado, que reía!", que reía,
quizás, con la misma sonrisa inocente y vital de los budistas.
Vivimos tiempos de cambios, y todo cambio implica
elección. Nos toca elegir y elegirnos, en medio de una velocidad que todo lo
devora. Habrán llegado esos tiempos "... en que el hombre dejara de
lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su
arco no sabrá ya vibrar".
Pienso que esta es una buena época para pensar,
una buena época para los equilibristas, para los que gustan caminar por los
bordes, para los amantes del vértigo, para los que no temen caer.
Vivimos entre extremos y se hace necesario cruzar
a la otra orilla, a paso firme, sin mirar hacia abajo. Se trata de
balancearnos sobre nosotros mismos, de ir más allá de nuestros límites, de
experimentar una sensación de caída contínua, de caída a lo más hondo de
nosotros mismos.
Caminamos sobre la cuerda tensa de un arco, el
arco de la vida, que ansía dispararnos a lo eterno que hay en nosotros.
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