"Hace dos o tres años, mantuve la siguiente conversación con un conocido.
EL: ¿Sabes que tengo una amiga que no se corre con la penetración?
YO: Tienes más de una. Es de lo más normal.
EL (asombrado): O sea, ¿que encima de que te la follas hay que darle con el dedito?
Se lo voy a decir sin rodeos: algunos de
ustedes no han visto a una chica correrse jamás. Les habrán dicho misa,
eso sí, pero les han dado fuegos artificiales en lugar de terremotos.
No es culpa suya, es la sociedad, que ha hecho complacientes a las
señoras e impacientes a sus maridos. De la sociedad, de la iglesia y de
Freud.
You, inside some girl you duped, jackhammering away, not noticing the bored look in her eyes.
Si las señoras fueran un poco más verbales a la hora de manifestar sus
apetencias carnales, la famosa teoría freudiana del orgasmo clitoriano y
el orgasmo vaginal habría durado los veinte minutos que tarda una
psicoanalizada rica en salir de la consulta y llegar a la manicura. La
manicura le habría explicado que no hay orgasmos inmaduros sino amantes
incapaces y habría enumerado con goloso detalle los usos secretos del
menaje del hogar para esposas desatendidas: la alcachofa de la ducha, el
ventilador, el aparato de masaje de los grandes almacenes, el escritor
sin blanca … porque señoras, los malos amantes son como los malos
zapatos; puedes volver a casa con ellos y sonreír como si no pasara nada
pero, a largo plazo, te joden la espalda, te estropean la figura y te
quitan las ganas de caminar. Lo mejor es deshacerse de ellos cuanto
antes, o pasárselos a alguien que se los merezca de verdad. Todo el
mundo tiene a su media naranja.
Desgraciadamente, nuestra millonaria
anorgásmica se sintió tan avergonzada de su condición que decidió no
contárselo a nadie y su sesión de esmalte y alicate transcurrió en el
más absoluto de los silencios. Freud, sin embargo, quedó tan satisfecho
con su conclusión que decidió contárselo a todo el mundo. Un siglo más
tarde aun hay hombres que se piensan que basta con meterla y mujeres que
fingen el orgasmo para no quedar mal. Antes de aparcar en el hueco más
estrecho debes comprobar que ni tú eres de los primeros ni ella es de
las últimas.
Conoce a tu enemigo. Lo crean o no,
tienen mucho con lo que lidiar. Principalmente, el cine. Especialmente,
el porno. Decididamente, Sexo en Nueva York. Todos estos elementos, tan
cotidianos como los chococrispis, tan ubicuos como el bífidus activo,
son la nieta de Freud y la madre de todos los males que nos arruinan el
cuerpo a cuerpo. Si quieren integrar un plato nuevo y exótico en el menú
diario, deben asegurarse de que la dama que galantean disfruta de las
recetas habituales y no lleva un año comiendo sin ganas o picoteando a
escondidas en otro establecimiento.
Con el porno sucede una cosa curiosa;
todos sabemos que las posibilidades de que tres rubias ninfómanas,
esculturales y gemelas vengan a buscarnos a la gasolinera en su
masserati descapotable y nos obliguen a limpiarles los bajos en el
cuartucho de mierda donde se guarda el aguarrás y el jabón especial para
lavar caniches oscilan entre cero y menos dos. Y sin embargo -y esto es
lo curioso- todo el mundo se piensa que, quitando ese pequeño detalle,
el resto es verdad. Que así es como folla la gente. La prueba es que
luego ves una serie de cuatro modernas de mediana edad con la boca más
sucia que los baños del Apolo y ahí están los gritos, las contorsiones,
los milagros marianos. ES culpa suya que tantos adolescentes acaben en
urgencias con huesos dislocados y espasmos musculares: se ponen a
trabajar haciendo sitio para la cámara. Y ellas gritan, patalean y se
aprietan los pechos como si quisieran verse los pulmones, todo para
dejar claro que están más calientes que la salsa boloñesa. Nadie quiere
ser un amante poco imaginativo o una novia a la que no le gusta follar.
No digo que sea el caso de ustedes. Es
más, estoy convencida de que ninguna de estas observaciones les pilla de
sorpresa; ustedes lo han pensado con anterioridad y hasta planean
hacerle una visita al que dijo lo del dedito y rompérselo en cuatro
trozos por hacerles quedar como imbéciles a los del colectivo
heterosexual. Pero sólo por si acaso, vamos a repasar lo que ocurre
cuando uno de los miembros de la pareja en cuestión piensa que el porno
es verdad.
*El orgasmo wagneriano. Ya lo saben, lo
de golpearte la cabeza y los puños contra la pared y chillar como la
niña del exorcista. Las menciones a la virgen, a los apóstoles y los
santos; las declaraciones de pasión inmortal y generosas metáforas de
submarinos, los brazos en alto mientras se grita OHDIOSMIOSISISI …
pamplinas. Paparruchas. Oscar a la mejor actriz de reparto para Sandra
-no-me-puedo-creer-lo-que-me-esta-pasando- Dee. Alguien necesita un
tratamiento de rehabilitación.
Para empezar -y eso ya deberían saberlo
porque a ustedes también les pasa- un orgasmo requiere paciencia y
concentración. La mayoría de las señoras perdemos el aliento, la
coherencia y hasta el habla durante el clímax. No podemos gritar. Hay
quien se concentra tanto bizquea y pone los ojos en blanco, como cuando
tratamos de ver el barco escondido en esas fotografías 3D. Pero – a lo
mejor ésto les sorprende un poco- no podemos jurar por el altísimo que
jamás nadie en toda nuestra vida nos ha llegado tan dentro de nuestras
entrañas mismas y es como si una ola de fuego nos atravesara de punta a
punta provocándonos espasmos de puro placer que jamás hubiéramos
imaginado que existieran antes de conocerles a ustedes. Porque estamos
ocupadas con otra cosa. No es nada personal.
*Lo de apretujarse los pechos y lamerse
los pezones. Prueben a lamerse un dedo a sí mismos. ¿Ningún cosquilleo
especial? Prueben a pasarse la lengua por el hombro derecho y morder un
poquito. ¿Todavía nada? Qué raro ¿no? Ahora intenten cogerse un pecho y
tirar hasta colocarlo a la altura de sus labios para poder tocarlo
lascivamente con la punta de la lengua. A nosotras nos vuelve LOCAS.
*Lo de mirar a la cámara -o a quien sea-
con lascivia y deseo. Será al principio, porque cuando una señorita
disfruta convenientemente, de su novio o de su cepillo de dientes, lo
normal es que concentre toda su atención en un lugar concreto de su
cuerpo y se olvide del resto. Por supuesto que al principio habrá
miradas de deseo, lenguas que recorren toda la cara y pasión de
telenovela pero, una vez se coge carrerilla, la tensión se acumula en la
pelvis, la espalda y la parte de atrás del cuello y sus ojos tienden
naturalmente a fijarse en un solo lugar, más que nada por ponerlos donde
no molesten. Las pupilas se dilatan, los labios se hinchan, los
músculos se rebelan y ya no vemos un pimiento. No nos pidan cosas
complicadas.
La cosa húmeda.Recuerdo que una vez,
hace muchos años, leí en una revista que una señal de que le gustas a
una chica es que se le humedecen los labios vaginales. Vaya truco -pensé
entonces-. Si ya has metido la mano en el tarro de la mermelada no te
hacen falta los consejos de la Cosmo. Hoy pienso que, probablemente,
aquello era un truco para saber si le gustas “de verdad” y que, en ese
caso, la humedad es un factor determinante. Observen atentamente la
sombra oscura en las sábanas. Cuando se haya convertido en un charco, ha
llegado el momento de darle la vuelta a la tortilla."
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