domingo, 7 de julio de 2013

Sospechas

Escrito por una chica de otro blog pero que me parecio interesante por compartir.
"Hace dos o tres años, mantuve la siguiente conversación con un conocido.
EL: ¿Sabes que tengo una amiga que no se corre con la penetración?
YO: Tienes más de una. Es de lo más normal.
EL (asombrado): O sea, ¿que encima de que te la follas hay que darle con el dedito?

Se lo voy a decir sin rodeos: algunos de ustedes no han visto a una chica correrse jamás. Les habrán dicho misa, eso sí, pero les han dado fuegos artificiales en lugar de terremotos. No es culpa suya, es la sociedad, que ha hecho complacientes a las señoras e impacientes a sus maridos. De la sociedad, de la iglesia y de Freud.

You, inside some girl you duped, jackhammering away, not noticing the bored look in her eyes. Si las señoras fueran un poco más verbales a la hora de manifestar sus apetencias carnales, la famosa teoría freudiana del orgasmo clitoriano y el orgasmo vaginal habría durado los veinte minutos que tarda una psicoanalizada rica en salir de la consulta y llegar a la manicura. La manicura le habría explicado que no hay orgasmos inmaduros sino amantes incapaces y habría enumerado con goloso detalle los usos secretos del menaje del hogar para esposas desatendidas: la alcachofa de la ducha, el ventilador, el aparato de masaje de los grandes almacenes, el escritor sin blanca … porque señoras, los malos amantes son como los malos zapatos; puedes volver a casa con ellos y sonreír como si no pasara nada pero, a largo plazo, te joden la espalda, te estropean la figura y te quitan las ganas de caminar. Lo mejor es deshacerse de ellos cuanto antes, o pasárselos a alguien que se los merezca de verdad. Todo el mundo tiene a su media naranja.
Desgraciadamente, nuestra millonaria anorgásmica se sintió tan avergonzada de su condición que decidió no contárselo a nadie y su sesión de esmalte y alicate transcurrió en el más absoluto de los silencios. Freud, sin embargo, quedó tan satisfecho con su conclusión que decidió contárselo a todo el mundo. Un siglo más tarde aun hay hombres que se piensan que basta con meterla y mujeres que fingen el orgasmo para no quedar mal. Antes de aparcar en el hueco más estrecho debes comprobar que ni tú eres de los primeros ni ella es de las últimas.
Conoce a tu enemigo. Lo crean o no, tienen mucho con lo que lidiar. Principalmente, el cine. Especialmente, el porno. Decididamente, Sexo en Nueva York. Todos estos elementos, tan cotidianos como los chococrispis, tan ubicuos como el bífidus activo, son la nieta de Freud y la madre de todos los males que nos arruinan el cuerpo a cuerpo. Si quieren integrar un plato nuevo y exótico en el menú diario, deben asegurarse de que la dama que galantean disfruta de las recetas habituales y no lleva un año comiendo sin ganas o picoteando a escondidas en otro establecimiento.
Con el porno sucede una cosa curiosa; todos sabemos que las posibilidades de que tres rubias ninfómanas, esculturales y gemelas vengan a buscarnos a la gasolinera en su masserati descapotable y nos obliguen a limpiarles los bajos en el cuartucho de mierda donde se guarda el aguarrás y el jabón especial para lavar caniches oscilan entre cero y menos dos. Y sin embargo -y esto es lo curioso- todo el mundo se piensa que, quitando ese pequeño detalle, el resto es verdad. Que así es como folla la gente. La prueba es que luego ves una serie de cuatro modernas de mediana edad con la boca más sucia que los baños del Apolo y ahí están los gritos, las contorsiones, los milagros marianos. ES culpa suya que tantos adolescentes acaben en urgencias con huesos dislocados y espasmos musculares: se ponen a trabajar haciendo sitio para la cámara. Y ellas gritan, patalean y se aprietan los pechos como si quisieran verse los pulmones, todo para dejar claro que están más calientes que la salsa boloñesa. Nadie quiere ser un amante poco imaginativo o una novia a la que no le gusta follar.
No digo que sea el caso de ustedes. Es más, estoy convencida de que ninguna de estas observaciones les pilla de sorpresa; ustedes lo han pensado con anterioridad y hasta planean hacerle una visita al que dijo lo del dedito y rompérselo en cuatro trozos por hacerles quedar como imbéciles a los del colectivo heterosexual. Pero sólo por si acaso, vamos a repasar lo que ocurre cuando uno de los miembros de la pareja en cuestión piensa que el porno es verdad.
*El orgasmo wagneriano. Ya lo saben, lo de golpearte la cabeza y los puños contra la pared y chillar como la niña del exorcista. Las menciones a la virgen, a los apóstoles y los santos; las declaraciones de pasión inmortal y generosas metáforas de submarinos, los brazos en alto mientras se grita OHDIOSMIOSISISI … pamplinas. Paparruchas. Oscar a la mejor actriz de reparto para Sandra -no-me-puedo-creer-lo-que-me-esta-pasando- Dee. Alguien necesita un tratamiento de rehabilitación.
Para empezar -y eso ya deberían saberlo porque a ustedes también les pasa- un orgasmo requiere paciencia y concentración. La mayoría de las señoras perdemos el aliento, la coherencia y hasta el habla durante el clímax. No podemos gritar. Hay quien se concentra tanto bizquea y pone los ojos en blanco, como cuando tratamos de ver el barco escondido en esas fotografías 3D. Pero – a lo mejor ésto les sorprende un poco- no podemos jurar por el altísimo que jamás nadie en toda nuestra vida nos ha llegado tan dentro de nuestras entrañas mismas y es como si una ola de fuego nos atravesara de punta a punta provocándonos espasmos de puro placer que jamás hubiéramos imaginado que existieran antes de conocerles a ustedes. Porque estamos ocupadas con otra cosa. No es nada personal.
*Lo de apretujarse los pechos y lamerse los pezones. Prueben a lamerse un dedo a sí mismos. ¿Ningún cosquilleo especial? Prueben a pasarse la lengua por el hombro derecho y morder un poquito. ¿Todavía nada? Qué raro ¿no? Ahora intenten cogerse un pecho y tirar hasta colocarlo a la altura de sus labios para poder tocarlo lascivamente con la punta de la lengua. A nosotras nos vuelve LOCAS.
*Lo de mirar a la cámara -o a quien sea- con lascivia y deseo. Será al principio, porque cuando una señorita disfruta convenientemente, de su novio o de su cepillo de dientes, lo normal es que concentre toda su atención en un lugar concreto de su cuerpo y se olvide del resto. Por supuesto que al principio habrá miradas de deseo, lenguas que recorren toda la cara y pasión de telenovela pero, una vez se coge carrerilla, la tensión se acumula en la pelvis, la espalda y la parte de atrás del cuello y sus ojos tienden naturalmente a fijarse en un solo lugar, más que nada por ponerlos donde no molesten. Las pupilas se dilatan, los labios se hinchan, los músculos se rebelan y ya no vemos un pimiento. No nos pidan cosas complicadas.
La cosa húmeda.Recuerdo que una vez, hace muchos años, leí en una revista que una señal de que le gustas a una chica es que se le humedecen los labios vaginales. Vaya truco -pensé entonces-. Si ya has metido la mano en el tarro de la mermelada no te hacen falta los consejos de la Cosmo. Hoy pienso que, probablemente, aquello era un truco para saber si le gustas “de verdad” y que, en ese caso, la humedad es un factor determinante. Observen atentamente la sombra oscura en las sábanas. Cuando se haya convertido en un charco, ha llegado el momento de darle la vuelta a la tortilla."

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