Como
consecuencia de esta gran crisis mundial que nos ha golpeado a raíz
de un sistema económico y político insostenible, han surgido una
serie de movimientos conocidos como los ‘indignados’ que buscan
un cambio real en nuestra sociedad, un cambio que nos lleve a una
democracia real. Tienen la intención de promover una democracia más
participativa alejada del bipartidismo PSOE-PP y del dominio de
bancos y corporaciones, así como una auténtica división de poderes
y otras medidas para mejorar el sistema democrático. Además,
intelectuales como el escritor y diplomático Stéphan Hessel, el
cual ha inspirado a este Movimiento 15-M, ha asegurado que cuando los
gobiernos no escuchan al pueblo la democracia se convierte en
oligarquía. Él propone un alzamiento contra la indiferencia de los
políticos que nos gobiernan, que gobiernan nuestras vidas. Pero,
¿qué buscan estos ‘indignados’, una democracia real o un
‘Partido político de la Utopía’? Él pensamiento de este
escritor y, en consecuencia, del Movimiento de los ‘indignados’,
podemos extrapolarlo fácilmente a la concepción política que
asumió Platón. Estoy segura
que si Platón viviera hoy, lo cual sería un gran favor a nuestra
sociedad, diría a estos indignados que no lucharan por una
democracia real; que la utopía que ellos buscan para esta sociedad
no es concebible con un gobierno ilegítimo como es la Democracia;
que este sistema político no es la salida a los problemas actuales
ya que éste es equivalente al hombre despreocupado, irreverente e
indiferente, claramente la actitud que vemos en los políticos no
filósofos de hoy en día. Unos políticos que, al no ser los más
adecuados para desempeñar dicha tarea, no anteponen las necesidades
de la colectividad sobre los intereses propios. Esta falta de ética
platónica aboca al desorden, que será aprovechado por alguien audaz
que se hará con el poder por la fuerza buscando su beneficio
personal, dando lugar a la tiranía. De esta manera se repetirían
constantemente el ciclo de los tipos de gobierno ilegítimos que
defiende Platón en La República de manera que los problemas
sociales como consecuencia de esa falta de razón y ética en el
poder serían inevitables, es decir, una clara representación de la
actualidad política en la que vivimos sumergidos. Platón lo tendría
claro: se indignan, luego son los guardianes del Estado. Platón
concebía que la indignación es una noble pasión que experimentan
quienes no consienten la injusticia. En estas personas se da el ánimo
necesario para defender con decisión lo justo. Por ello, su virtud
es la fortaleza: el coraje de la voluntad para hacer aquello que la
prudencia dicta como correcto. Que la Policía pueda desalojar a
estas personas indignadas que ocupan la calle desconcertaría a
Platón porque, según él, son precisamente ellas quienes debería
ser la Policía. Son ellas quienes tienen el valor de indignarse
velando para que en el Estado no prevalezca la injusticia y se busque
el bien común en vez del bien de unos pocos. Pero una cosa son los
guardianes y otra cosa son los gobernantes. En nuestro sistema (no
platónico) los gobernantes somos todos, o así se pretende. De uno
en uno puede que no seamos tan sabios como quisiera Platón para sus
filósofos gobernantes, pero, como pasa en los hormigueros, entre
todos no resultamos tan tontos. Claramente, la Utopía política que
buscan los indignados no tiene el mismo fin que la Utopía que
buscaba Platón hace 2.400 años, en la cual el mejor para gobernar
no era aquel que tuviera la retórica sofística necesaria para hacer
un uso correcto de los medios de comunicación y convencer al pueblo
diciéndoles lo que quieren escuchar con el fin de ser elegido; sino
un sistema social correcto y sostenible conducido por aquella persona
más cualificada, mejor preparada, conocedora de la verdad, el
filósofo. Quizás lo que deberían hacer estos ‘indignados’ es
intentar escapar de la caverna platónica en la que se encuentran
sometidos y no hacer lo que pretenden: mejorar la caverna desde
dentro sin tener en cuenta que las sombras, aunque se intenten
mejorar, no proporcionarán nunca el conocimiento verdadero sin el
cual no alcanzaremos la libertad de una sociedad mejor.
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