Este célebre adagio de Nietzsche (Sobre verdad y mentira en sentido extramoral)
supone el lema de la moderna hermenéutica. Es resabida la
prudente distancia que Freud tomó con respecto al filósofo del
“martillo” pese a que la maduración de su pensamiento venía a
coincidir con los primeros “descubrimientos” de la obra de
Nietzsche, muerto en 1900. Parece que la filosofía nietzscheana
estuviera “esperando” para prestar su apoyo al emergente
psicoanálisis, complementándolo en muchas de las conclusiones que a
nivel metapsicológico éste pudiera arrojar.
Esta
distancia prudencial de Freud con respecto a Nietzsche se hace
notar también en sus sucesivos seguidores, tanto ortodoxos como
heterodoxos, tanto que ha podido darse un sólido fundamento a un
“Freud con Marx”, pero no ha cuajado suficientemente un
“Freud con Nietzsche”. De hecho, esta coalición era lo que
podíamos denominar como una “boda anunciada” que finalmente no se
produjo, por mucho que el fundador del psicoanálisis declarara ser
lector de Nietzsche y que Lou Andreas Salomé, el gran amor del
filósofo de Zaratustra, llegara a ser psicoanalista. Los
acercamientos así declarados no permitieron sin embargo una
connivencia teórica posterior por parte de ninguno de los
“interesados” en cuestión.
Lo
que no deja de ser paradójico es que la coyunda se produjera
entre psicoanálisis y marxismo, siendo Marx un autor al que Freud
se refiere con cierto desdén, cuando no critica abiertamente su
ideario socialista y a sus seguidores coetáneos. Aventuramos la
hipótesis de que la razón de este manifiesto desencuentro se
halla en la propia idea de verdad que tanto Nietzsche como Freud
mantuvieron.
Para
Nietzsche la verdad es propia de lo que en la metafísica
platónica se conocía como “mundo verdadero”, el mundo de las
ideas, que considera como un asesino de la vida, de todo lo vivo,
de las potencias vitales y creadoras humanas.
No
obstante este mundo ideal, el viejo mundo metafísico de las
definiciones objetivas de las cosas, de sus esencias, viene a
transformarse en la modernidad en la propia ciencia (más
evolucionada para cumplir el fin de la caduca metafísica), que
cataloga y crea así un inventario de los fenómenos, repitiendo
así el secular asesinato de la vida.
Freud
puede coincidir con Nietzsche en el extremo de que (como dijo el
apóstol San Pablo) la “ley es una muerte”, pero se aleja
decididamente del postulado nietzscheano de la verdad entendida
meramente como una mentira con el fin de la dominación, ya que la
verdad positiva está inscrita en el corazón del
psicoanálisis como el fruto final de su pesquisa en la forma de
“verdad histórica”. La afirmación de que “no hay verdades, sólo
interpretaciones” opone el arte a la ciencia, mientras que, para
Freud, y de acuerdo al objetivo último de su pesquisa (el saber
del Inconsciente) el arte viene a suplir aquello que falta
en la ciencia.
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