Ese libro con la portada amarilla, ese que nadie quería leer y que compré por unos centavos, ese libro que nunca te gustó.
Me acuerdo que lo desempacaste al final del día, estaba nevando y
teníamos la chimenea prendida. No nos importaba tanto que se entrara el
humo, estábamos fumando igualmente. Queríamos el calor del fuego
controlado. No sabíamos que ese fuego que creíamos contener se nos
saldría de las manos tarde que temprano.
Acá estoy sentado con el libro de portada amarilla. No te gustaba por
la portada y también decías que las letras eran demasiado pequeñas. Yo
no le veía nada malo al libro, no era grande, era un libro normal. Un
libro con portadas amarillas, un libro que nadie quiso comprar y por el
cual pagué unos centavos en Estrasburgo. Un libro que hasta el día de
hoy ninguno de los dos hemos leído.
Creo que al final no te gustaba el libro porque nunca cupo en la
casa. Lo tratabas de poner en la repisa y siempre se caía. Te enojabas
conmigo cuando lo ponía sobre la mesa, decías que era feo y que no cabía
en la mesa. El libro no parecía caber en ninguna parte y no te gustó
tampoco cuando lo metí a la nevera esperando que te diera risa. Pero lo
compré por unos centavos porque nadie lo amaba y creo que hasta hoy
nadie lo ha leído.
Al final, cuando las conversaciones tranquilas eran menos frecuentes y
los gritos parecían treparse detrás de los muebles y en las paredes, el
libro siempre te molestaba, decías que no cabía en ninguna parte y
llorabas. El libro no parecía caber, es cierto, pero te aferrabas a él y
no lo botabas, siempre rodaba por la casa para que lo encontraras y
otra vez, decías que no había lugar para el. No era un libro muy grande y
tenia portadas amarillas.
Estoy con el libro en este momento, mientras te escribo, está sobre
la mesa y no me estorba. Siempre tan amarillo. Decías que se burlaba de
ti ese libro, a mi no me molestaba.
Cuando tiraste un plato contra la pared y me gritaste cosas horribles
lloraste sobre el libro. Tus lagrimas lo mojaron y el libro pareció
absorberlas todas, entonces el libro se hincho y se arrugo y perdió la
forma de libro. Parecía un trapo amarillo y no muy grande. Lo tiraste al
piso porque decías que ahora, amorfo y arrugado, cabía menos.
Hoy voy a leer el libro, voy a encontrarle lugar. Te escribo porque
me doy cuenta que el libro siempre cupo, el libro tenia su lugar en la
casa. La que no cabía eras tu.
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