lunes, 22 de julio de 2013

Alicia

Soñar, es olvidar la materia del propio cuerpo y confundir hasta cierto punto el mundo exterior con el mundo interior. Y ésta es una constante en las aventuras de esa niña llamada Alicia. En los mundos oníricos en los que Alicia se sumerge (el País de las Maravillas y el Otro lado del espejo), todo resulta familiar y absurdo a la vez; ella es, sin duda, ella, pero ¿de qué tamaño es ella? ¿O acaso ella es en realidad otras? ¿Quién es más real, el que sueña, el que se sueña o el que es soñado por otro? Alicia crece y mengua, se le toma la “medida” en todos los sentidos, se la pone a prueba en las situaciones más disparatadas, se le juzga, es constantemente interrogada sobre su identidad y sus capacidades por seres extravagantes e incomprensibles que, seguramente, proceden del deformado y absurdo universo de los adultos.
Esta peculiar obra remite constantemente a una sensación que la propia Alicia expresa en una de sus aventuras: “Es curioso, es como si se me llenara la cabeza de ideas, pero no sabría decir exactamente cuáles”.
La acción transcurre en ese ámbito del sueño donde todo se puede fundir y confundir, donde las convenciones se transgreden, los personajes se transforman y multiplican, donde los espacios y tiempos varían arbitrariamente, pues en los sueños nunca es previsible lo que está por venir. Alicia entra alegremente en ese juego y, con la curiosidad de la niña que se ve abocada a crecer, se sueña a sí misma en una especie de viaje iniciático. Busca su propia medida dentro de la inconmensurable realidad que, en definitiva, sólo está acotada por convenciones.
Soñando Alicia Es un juego onírico lleno de disparates, un juego como ésos en los que cualquier niño se aventura a diario esgrimiendo la fórmula mágica del “Vale que yo ahora era… y que tú…”
Para sumergirse en estos sueños de Soñando Alicia, poco importa la edad que el espectador tenga, puede haber celebrado tantos cumpleaños o no-cumpleaños como se le antoje, le bastará con saber dejarse caer por la madriguera de danzar sueños.
Alicia significa velocidad. Una velocidad onírica llena de sinsentidos que transcurre en esos espacios subterráneos sin tiempo del mundo del sueño.
Alicia parte del espacio rígidamente ordenado de una sociedad victoriana para entrar en un juego caótico que acabará devolviéndola de nuevo al orden establecido. Ésa misma es la trayectoria a la que, en definitiva, nos conduce la Literatura.
“Los escritores somos unos grandes mentirosos; la Literatura es la mentira a través de la cual se llega a la verdad más profunda.”
Alicia crece y decrece con la osadía de la niña que se niega a ser mayor, la del adulto que se niega a abandonar su infancia o todo ello a la vez, y lo hace desde la dimensión sin tiempo del universo del sueño.
El propio Lewis Carroll (cuyo verdadero nombre era Charles Lutwidge Dodgson) excepcional escritor, fotógrafo, inventor y creador bajo la identidad de Carroll, en tanto que serio y respetable profesor de lógica matemática y diácono de Oxford bajo la identidad de Dodgson, convirtió su vida y su obra en un impecable juego de equilibrios como eje de simetría entre la lógica y el disparate, el espejo y el reflejo, la serenidad y el vértigo, la realidad y el deseo, lo consciente y lo inconsciente, el orden y un dislocado caos que retorna a un nuevo orden. Funde y confunde todos estos contrarios del mismo modo que se funde y confunde con la propia Alicia, manejando una lógica que bien podríamos calificar de onírica.
Desde este perfil del autor, no deja de parecer sorprendente que Dodgson-Carroll se nos pueda aparecer como un antecesor del psicoanálisis, del Dadaísmo, del Surrealismo, de Buster Keaton, los hermanos Marx o de tantos otros fenómenos del siglo XX.



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