domingo, 21 de julio de 2013

El árbol de la vida

Sus movimientos con la batuta eran eclípticos, tan parecidos al aleteo irregular de un pájaro crío que se cansa ante la magnificencia del nuevo mundo, pero con el poderío de cualquier ser que tiene el control de los sucesos venideros.
Con sus brazos extendidos hacía sonar, en círculos, violines y chelos en  pentagramas de aires cálidos y húmedos, que flotaban como plumas de ave en el espacio residual de Joha. Fríos vientos se desprendían de  trompetas y saxos, maquillando con verdes ramas los árboles que ella imaginaba en su mente; así  vislumbró la secoya gigante donde bajó el primer mico y se hizo hombre.
Joha desconocía las variaciones de Golberg, tal vez por ello fue tan hermoso su relato mediático. Su invención nació de la intencionalidad instantánea de sus emociones. Los arpegios de un clavicémbalo lejano entraban de cuando en vez en lo que entonces parecía una armonía inconclusa —como un suspiro cortado—, casi que en consonancia con los parpadeos de ella y ante la mirada eterna de Alberto que con llamados de acordes intentaba decirle que la amaba.
Uno, dos… una estampida de si bemoles corearon flautas y tubas, Joha imaginó las raíces de algo que no moriría jamás, como las patas de un mamut que degeneró en elefante y nunca cayó. Tres, cuatro… la voz portentosa de los tambores resonó en pálpitos de ansiedad al tiempo que platillos y claves agudizaron los sentidos en lo que Joha interpretó como la creación de la sábila en la madera pura. Cinco, seis… las alas de Alberto pincelaban flores en el aire, el chelo dibujaba los bordes de las oleáceas y Joha daba color a los pétalos. Siete… una estampida de sonidos de cajas chinas y contrabajos, ocho… arpas, fagots y clarines germinaron el fruto que Joha adivinó en pentágonos lilas. Nueve y diez… la sinfónica entera se oyó detrás del cuerpo animado de Alberto al tiempo que sus ojos se clavaron en los de Joha con una luz que atisbaba una letra reveladora que ella entendió como el inicio de un amor secreto.
Uno, dos… tres… la música se apagó de a pocos, tan parecida a un fuego viejo. Un silencio inescrutable invadió aquel tiempo en el que los instrumentos durmieron y el sonido pesó en todo lo que había hecho, entonces todo el recinto aplaudió en el mismo minuto en el que Joha abrió los ojos y dimensionó todo. La percusión de sus latidos, las voces de las tambores reforzando un sentimiento que nacía puro, el clamor que inventó un sueño en acordes de clavicémbalo y lenguajes de vientos, la alegría del fuego a la llegada de violines y chelos, el portento de las raíces, madres de frutos procaces que pulularon después, y el aplauso de un mundo creado para sustentar la presencia del árbol de Vida.
Luego de la venia, Alberto sonrió y su alegría abrió el umbral del futuro. Joha aplaudió entonces, pues comprendió que el aleteo del pájaro crío lo haría profeta.

Said Chamie

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