Escondo algo para ti en mi cuerpo. Dar es mi estrategia para 
encontrar placer. Claro que espero algo a cambio. Busca, acaricia, 
avanza, toca. Frío, frío, caliente, estás cerca, ahora no. Busca bien, 
busca otra vez, no lo encuentres nunca. Tiemblas. Imagino una vela y su 
llama, el viento que la empuja. Es el límite entre el movimiento y el 
apagón total. Sobrevives. Ojalá tu respiración hiciera eco en el 
callejón, me llegara por todas partes, me dejara sin tiempo de 
protegerme… ganara mi estremecimiento.
Sonrío. No sabes qué significa. Unos labios así, algo erguidos, 
discretos, tensos. Mirada fija, párpados a medio camino entre la luz y 
la oscuridad. Eso puede ser cualquier cosa. Miedo, máscara, placer, 
culpa, una descarga eléctrica que no quiero dejar salir. Por eso 
mantengo la boca cerrada. Sonaría a suspiro, a letra eme, a palabras 
rosas.
Encuentras el chocolate. ¿Te gustó el juego? Hay juegos que no son 
cuestión de vida o muerte, sino mucho más que eso. Me voy, te vas. El 
calor permanece, me mareo un poco. Me quitaste el aire con una mano que 
busca. El chocolate se derrite en mi lengua, o por lo menos en mi 
recuerdo. Chocolate caliente, líquido como el amor, en los labios, hecho
 de besos. Toda la tarde seguiré escribiendo en mi mente esta historia 
de solo cinco minutos. En el papel, en la piel, un segundo puede ser 
eterno.
Pienso que tal vez nunca lo olvide, tal vez por inesperado o porque 
simplemente no quiero olvidar. Un momento, toda una vida. Cuándo, dónde 
empezó el juego. Un cuartito oscuro, una nota breve, una foto 
desprevenida, la vez que llegué tarde, o cuando usé mi vestido negro. 
Dicen que es fácil conocer el comienzo, no el final. Creo en lo 
contrario, desconozco de dónde viniste, de dónde surgió la palabra 
‘nosotros’, pero sé bien dónde va a terminar. No tiene fin.
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