«Nadie aprecia jamás cómo es la experimentación consigo mismo. Por esa
circunstancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo,
cierran nuestro crecimiento, inhibiendo y torciendo la providencia de
Ser.»
Pues, chicos, que a estos filósofos yo no los entiendo na-da de
na-da. Ando de paso por la histórica capital de Alemania, y lo primero
que me cuentan es que la lumbrera de la filosofía Hannah Arendt, de 23
años, ¡se acaba de casar!, con un compañero de la escuela llamado
Günther Stern.
Esto está muy bien. Ambos habían causado un poco de escandalillo
cuando se fueron a vivir juntos sin casarse —ya se sabe que en los
tiempos que corren la unión libre no es muy bien vista—, pero ahora que
han formalizado la relación por medio del sacrosanto vínculo del
matrimonio, acallaron las habladurías.
Pero, hijos míos, lo que pocos quieren decir, y mucho menos en voz
alta, es que… ¡oh, queridos!, hay todo un enredo filosófico-amoroso
detrás de este matrimonio. Déjenme remontarme unos años en el tiempo, a
la época en la que Hannah y su nuevo marido eran estudiantes de la
prestigiosa Universidad de Marburgo. En aquellos tiempos —hará unos
cinco años—, Hannah ni pelaba a Günther, porque tuvo como profesor a la
vaca sagrada de la filosofía: Martin Heidegger.
Hannah, joven e inexperta, se enamoró del profesor —17 años mayor que
ella—. Pero eso no es todo: ¡él le correspondió! Y eso que Martin es
casado. Pero la edad y el estado civil no eran las únicas barreras, pues
mientras que él es alemán de cepa pura, y su mujer, casi militante del
partido nazi, Hanna es de origen judío. La verdad, se dice que los nazis
son bastante racistas y detestan especialmente a los hebreos, así que,
por donde le vean, la estudiante y su maestro eran como el agua y el
aceite.
Sin embargo, y tal vez por todos estos obstáculos, entablaron una
relación amorosa de manera muy discreta. A Heidegger le llamaron la
atención la juventud, lucidez e inteligencia de Hannah y a ella, la
madurez y el enorme aparato intelectual de Martin. Dicen que se
escribieron unas cartas verdaderamente apasionadas, llenas de unos
rollos filosóficos bien densos.
El caso es que llegó un momento en que ella, harta de tanto andar a
escondidas, le pidió a su amante secreto que dejara a su mujer para irse
con ella, él se negó y al no tener arreglo alguno su situación, la
Arendt se fue huyendo de la universidad hacia Friburgo, donde se hizo
discípula de otro grande de la filosofía: Edmund Husserl. Finalmente se
doctoró —en filosofía, por supuesto— y reside con su flamante marido en
Berlín.
Ahora dicen que si Hanna se casó con Günther no fue porque lo quisiera, sino por despecho, al no poder seguir su affaire
con Heidegger. Ay, Hannitah, no cabe duda de que hasta la más lista se
pone mensa cuando se enamora. Por ahora Günther te ama, pero quién sabe
cuánto aguantará que tú sigas suspirando por otro.
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