lunes, 15 de julio de 2013

De la ironía al amor



La forma literaria nace como resultado de haber encontrado el gesto, el tono. Cuántas cosas hubiéramos escrito y no han pasado a la palabra por no haber encontrado el gesto, el tono en el que se desplegarían con naturalidad. Cuántas cosas llevamos encima sin poderlas expresar porque nos falta el tono, el punto de vista, la situación exacta que debemos adoptar. ¿Y cuál es esa posición que adopta el escritor Saramago, la que le permite ser escritor?
El primer rasgo de su modo, el que cautiva y engancha, el que nos hace reconocernos inmediatamente en él, es su ironía. Saramago encontró el tono, ese manantial del que fluye su obra, desde el momento en que la vida vivida le convirtió en un irónico. Pero su ironía se dirige, inmediatamente, hacia la narración misma. No hacia el lenguaje como tal, no hacia las palabras, sino hacia el estilo narrativo, hacia el modo en que se cuentan las historias. Y aquí es donde sintoniza con la sensibilidad finisecular. Hoy ya no se pueden contar las cosas sin más, como si no hubiera pasado nada, como si la literatura fuera un reino ideal, un parque temático, un mundo virtual. Hemos asistido a un siglo de conflictos terribles, hemos visto el horror con mayúsculas, hemos presenciado el fracaso de todas las revoluciones, el descreimiento de todas las creencias y, sin embargo, aquí estamos, asistiendo atónitos a nuestra propia existencia. ¿Qué nos queda? ¿De dónde sacamos fuerzas para vivir? La ironía es el acto por el que nos redimimos de nuestro horror para decir: pues bien, aquí estamos. El escepticismo jamás tocará fondo, nunca nos hará volver a nosotros mismos. El nihilismo chocará siempre con nuestra presencia, con nuestra incómoda, quizá absurda, en todo caso mostrenca e incontestable presencia. Estos somos y aquí estamos. No podemos proponer nada nuevo, pues ¿qué podríamos proponer que no fuera automáticamente destrozado por el escepticismo y por el nihilismo? ¿Quién, en su sano juicio, se atrevería hoy a proponer otra religión, otra filosofía, otra política? Sin duda se hace, pero son movimientos como las olas del mar: rompen y se deshacen definitivamente. Expresan la patología de la época. Aún no ha llegado el tiempo de lo nuevo, si es que llega. Aún hay que vivir un largo trecho. La ironía de Saramago desmonta las ideas que todavía gravitan sobre nosotros, para dejarnos con la desnuda realidad, a partir de la cual es posible vivir. Así son sus novelas: nos muestran que aún es posible vivir, por más que no sea nada fácil y no se sepa qué hacer. Este es un lenguaje que habla al hombre de hoy, que se entiende perfectamente.
¿Cuál es esa realidad en que la ironía nos coloca? Ésta, para no ser escepticismo o nihilismo, tiene que tener un fundamento. ¿Cuál es? El sufrimiento humano. Esa vida que tenemos que buscarnos diariamente, amenazados por mil sutiles -y no tan sutiles- peligros, es una fuente de dolor para nosotros. Para todos nosotros. El único bálsamo conocido para ella es el amor. En todas las novelas de Saramago, los personajes principales -por eso lo son- se acabarán desprendiendo de las amenazas y de las coacciones para reconocerse entre ellos e iniciar una vida nueva. Entre estos personajes, siempre hay algunos que sienten amor de pareja por otros, pero en todos ellos puede hablarse de amor en sentido amplio. En todos los casos es un amor sólido, profundo, cimentado por el día a día y por el reconocimiento mutuo, en nada comparable al amor romántico occidental que empezó su andadura con los poemas arábigoandaluces y los trovadores provenzales. Pero es el amor real, no el literario, no el virtual.

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