Para Kierkegaard, la ansiedad es una
fuerza dual que puede ser tanto destructiva como generativa, dependiendo
de cómo lidiemos con ella. En su tratado El concepto de la ansiedad, el
filósofo danés explica la ansiedad como el efecto mareador de la
libertad y la inmensidad de la existencia humana: una posibilidad que o
te paraliza o te invita a actuar. Escribe:
La ansiedad es
completamente diferente al miedo y a conceptos similares que se refieren
a algo definitivo; la ansiedad es la realidad de la libertad como la
posibilidad de la posibilidad.
[…]
La ansiedad puede
compararse al mareo. Aquél que por casualidad se encuentre mirando hacia
el ancho abismo se mareará. Pero, ¿cuál es la razón para esto? Está
tanto en su propio ojo como en el abismo, porque supón que no hubiera
mirado hacia abajo. Es así como la ansiedad es el mareo de la libertad,
que emerge cuando el espíritu quiere proponer la síntesis y la libertad
se asoma al abismo hacía su propia posibilidad, echando mano de la
finitud para soportarse a sí misma. La libertad se rinde ante el mareo.
En ese preciso momento todo ha cambiado, y la libertad, cuando vuelve a
surgir, se encuentra con culpa. Entre estos dos momentos está el salto,
que ninguna ciencia ha explicado y que ninguna ciencia puede explicar.
Aquél que se vuelve culposo en la ansiedad se vuelve tan ambiguamente
culposo como es posible volverse.
Quizá sin tantos conceptos figurativos
podamos entender que la ansiedad de la que habla Kierkegaard es esa
parálisis ante lo indefinido. Estamos educados a actuar y tomar
decisiones basados en lo limitado, lo finito, lo mesurable. O al menos
eso creemos. Pero cuando estamos parados frente al acaso, entonces surge
el mareo. Y el mareo es la ansiedad. Pero el filósofo lleva ese
concepto un paso más allá diciendo que una vez que hemos sentido ese
mareo y esa parálisis ante la libertad, cuando volvemos a sentirlo ya va
cargado de culpa. Y la combinación de la culpa y la ansiedad, apunta,
“es el peligro de caer; en otras palabras, el suicidio”.
Sin embargo, para Kierkegaard la
ansiedad también es una gran educación para los hombres, y argumenta que
el fracaso o la fecundidad dependen de cómo nos orientemos en la
ansiedad. “Quien esté educado [en la posibilidad] se queda con ansiedad;
no se permite a sí mismo ser engañado por su falsificación incontable y
recuerda claramente el pasado. Así los ataques de ansiedad, incluso si
son aterradores, no lo serán tanto como para que corra de ellos. Para
él, la ansiedad se vuelve un espíritu de servicio que contra su voluntad
lo lleva a donde realmente desea ir”.
Así, para Kierkegaard la relación entre
la creatividad y la ansiedad es muy estrecha. Es precisamente porque es
posible crear (crearnos a nosotros mismos, crear nuestras innumerables
actividades diarias, escoger un camino y seguirlo) que uno siente
ansiedad. Nadie sentiría ansiedad si no hubiera posibilidades. Y
naturalmente crear significa destruir algo previo. La culpa de la que
habla Kierkegaard tiene mucho que ver con defraudarnos a nosotros mismos
al paralizarnos ante las posibilidades y no atrevernos a destruir y
crear.
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