jueves, 26 de septiembre de 2013

Col tempo. La lógica

...como señaló en primer lugar la tradición megáricoestoica. Diversidad, pues de las lenguas y diversidad de los objetos reales que designan. Y diversidad de las leyes morales, de las constituciones políticas, de las fabulaciones mítico-religiosas, de los juegos: es decir, pluralidad irreductible de lo convencional. Las formas de la sabiduría, las modalidades diversas de lo que los griegos llamaron "filosofía", recogen en su disparidad de enfoques y de acentos esta variabilidad trepidante, infinita. Las filosofías más excluyentes éstan condenadas a coexistir con las demás y por mucho que reclamen primacía o se consideren como resultados garantizados por el progreso frente a las otras, su única verdad es la de ser una entre muchas, lo único irrefutable en ellas es que deben compartir la verdad con las doctrinas que les son más incompatibles. Y aún más, porque a las diversidades antes enumeradas hay que añadir otra, todavía más fundamental si cabe y multiplicadora como ningún otro factor de la pluralidad más disímil: me refiero a la diversidad psicológica de los individuos. Por muchas coordenadas generales que se tracen a la psique humana - y no faltan empeños más o menos honrados en este sentido, desde el De ánima hasta Freud - cada trayectoria psicológica es perfectamente distinta, nueva incluso cuando se repite, diferente incluso en lo que se parece a las otras, siempre ejemplar en el doble sentido de la palabra. Cada pensamiento filosófico viene impregnado de esta singularidad ejemplar, por más objetivo que se pretenda; mejor dicho, es su fidelidad a esa singularidad ejemplar lo que le hace objetivo. De aquí lo encontrado de las morales, lo diparejo de los ideales y la perpetua e inacabable discusión, a veces sangrienta, en torno al orden político preferible.
Amador hizo una pausa, como solía al mencionar la palabra "político", que era de las únicas que podían animar un poco su aditorio. Recorrió el aula con ojos ligeramente ilusionados, pero no logró captar ningún signo externo de interés, ni siquiera de comprensión. La gente sospechaba que todo aquel barullo sólo constituía algo así como una eyaculación privada del profesor, un desahogo que no figuraba en ningún manual ni en el temario de la asignatura del que saldrían las preguntas del examen. La pelirroja entronizada en la ventana estiró sus apetecibles piernas para desentumecerse, aprovechando que las clases iba de excursus. Las dos monjas de la primera fila erán las únicas que seguían intentando tomar nota de lo que se decía - animales primarios, no conocían otro tipo de atención -, mirando a hurtadillas cada cual lo que escribía la compañera para estar seguras de equivocarse finalmente en los mismos términos.
- ¿No hay nada legítimamente unitario entre tal borrasca de diferencias? Sí, ciertamente así lo creo: la lógica es única. No hay diversas lógicas, por mucho que se haya desbarrado en este sentido, ni tampoco pueblos o personalidades alógicas o prelógicas: Levi-Strauss ha demostrado sobradamente que los llamados salvajes son tan lógicos como los programadores de ordenador y, lo más importante, que son lógicos en el mismo sentido y de la misma manera. Diversos en los contenidos, somos en cambio unitarios en lo formal. Con un solo y único instrumento, podemos hacer las cosas más diversas, lo más opuesto, lo más aparentemente inconciliable: las leyes lógicas, comunes a todos, patrimonio de ninguno, nos permiten jugar e insultarnos, calcular y demostrar, dar órdenes y componer poemas, seducir y describir un hecho, desafiarnos, arrepentirnos, reconocernos. También rebelarnos, someternos o incluso torturarnos. Viviremos de mil maneras mediante ella, pero la lógica será siempre el filtro a través del cual se nos dará el mundo. La lógica es nuestra constitución formal como sujetos de conocimiento, semejante en su generalidad universal a la conformación de nuestros ojos o de nuestro sentido auditivo, que explican nuestra forma común de ver y oir. Tal como el sexo, tal como la muerte, la lógica forma parte del destino de todos los hombres.
Dio por terminada la explicación y abrió el turno de preguntas. Nadie parecía demasiado decidido de intervenir, aunque todo el mundo se agitaba, cuchicheaba y revolvía papeles. Les miró estremecerse y disimular mientras echaban ojeadas discretas al reloj. "Nadie elije su trinchera ni su patíbulo, pensó. Todo viene dado." Una de las monjas lanzó un agónico carraspeo y alzó la mano pidiendo la palabra, mientras su compañera le señalaba con énfasis cooperativo algo anotado en la hoja que tenía delante. "El tiempo se encargará de igualarlo todo", pensó. Con dignidad, con profesionalismo, con pulcritud, con desesperación, concedió a la monja la voz solicitada.

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