Siento una melancólica felicidad al vivir en medio de esta maraña de
callejuelas, de necesidades, de voces: ¡cuánta fruición, impaciencia y
apetito, cuánta vida sedienta y embriaguez de vida sale a la luz en cada
instante! Y, sin embargo, ¡qué gran silencio reinará pronto alrededor
de todos esos hombre ruidosos, vivos y sedientos de vida! ¡Cada uno de
ellos lleva tras de sí su sombra, su oscuro compañero de camino! Es
siempre como en el último instante previo a la partida de un barco de
emigrantes: tienen más que decirse uno a otros que nunca, el tiempo
apremia, el océano y su vacío silencio esperan impacientes detrás de
todo ese ruido, tan ávidos, tan seguros de su botín. Y todos, todos
piensan que lo que han tenido hasta ese momento no es nada, o es poco, y
que el futuro cercano lo es todo: ¡y de ahí esa premura, ese griterío,
ese ensordecerse unos a otros y aprovecharse unos de otros¡ Todos
quieren ser los primeros en este futuro, ¡y sin embargo la muerte y el
silencio de los muertos es, de ese futuro, lo único seguro y lo común a
todos¡ ¡Qué raro que esta única seguridad y comunidad no tenga casi
poder alguno sobre las personas, y que de nada estén más lejos que de
sentirse como la cofradía de la muerte! ¡Me hace feliz ver que los
hombres no quieren en modo alguno pensar el pensamiento de la muerte! Me
gustaría emprender algo que les hiciese cien veces más digno de ser
pensado el pensamiento de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario