Vivimos tiempos de confusión, difícil es negarlo.
Tiempos que muestran un estado de desorientación de la existencia
europea, de descomposición de su estructura profunda. Tiempos así son
aquellos en los que el valor natural de las cosas se retuerce, se
manipula, se esconde y camufla. El esplendor de oropel en que se afana
por vivir la juventud democrática y progresista oculta una tramoya moral
y política putrefacta. Las preferencias subjetivas se revisten de la
máscara de juicios morales, la inteligencia se posterga y la muchedumbre
se reivindica como aristocracia selecta; la monstruosidad se vende como
Belleza, la ignorancia como Cultura, y los proclamados Intelectuales
muestran un desconocimiento completo del uso del intelecto.
La
denuncia de los tiempos oscuros es tarea que Macintyre acoge en este
que fue su primer intento de desenmascaramiento de la ética indigente
que Europa y el mundo civilizado han terminado por asumir. Una
civilización dotada de una ética decadente, promovida antes por la
complacencia que por el esfuerzo de hallar el verdadero valor de las
cosas, se condena necesariamente a la decadencia, a la invasión repetida
de los bárbaros. Occidente fue fuerte porque compartió una ética
poderosa, pero, una vez que esa lectura compartida del mundo se diluyó
en las fracasadas éticas modernas, parece que no le aguarda más destino
que una lánguida extinción.
El final conclusivo del desarrollo moral moderno es, según Macintyre, el emotivismo. Hoy occidente es emotivista,
a pesar de que la práctica totalidad de los europeos o americanos no
sepa siquiera qué quiere decir tal palabra o no conozca a los que
crearon dicho movimiento. La plena comunión en este credo moral se
constata en el carácter interminable de las discusiones morales o
políticas: El rasgo más chocante del lenguaje moral contemporáneo es
que gran parte de él se usa para expresar desacuerdos; y el rasgo más
sorprendente de los debates en que esos desacuerdos se expresan es su
carácter interminable (…). Parece que no hay un modo racional de
afianzar un acuerdo moral en nuestra cultura. La pérdida de un suelo
moral compartido no es lo natural, aunque, como emotivistas, así lo
aceptemos, sino más bien una excepción desafortunada. El juicio al
emotivismo no es el juicio a una teoría moral concreta, sino a toda una
reflexión moral, la moderna, que ha provocado la cancelación de cualquier ética al entregarla al reino de lo subjetivo.
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