Suponte que eres un astronauta cuya nave
pierde el control y se estrella en un planeta desconocido. Al recuperar
la consciencia y ver que no estás herido de gravedad, las tres primeras
preguntas que te vendrán a la mente serían: ¿Dónde estoy? ¿Cómo puedo
saberlo? ¿Qué debo hacer?
Afuera ves vegetación que te resulta
poco familiar, y hay aire para respirar; la luz del sol te parece más
pálida de lo que recuerdas, y más fría. Te vuelves a mirar hacia el
cielo, pero paras. Te invade una sensación repentina: si no miras, no
tendrás que saber que estás, quizás, demasiado lejos de la tierra y que
no hay retorno posible; mientras dejes de saberlo, eres libre de creer
lo que desees – y sientes una cierta esperanza difusa, agradable, y un
poco culpable.
Te diriges a tus instrumentos: puede ser
que estén dañados, no sabes hasta qué punto. Pero te detienes, sacudido
por un temor repentino: ¿cómo puedes confiar en esos instrumentos?
¿Cómo puedes estar seguro de que no te van a engañar? ¿Cómo puedes saber
si funcionan en un mundo diferente? Te apartas de los instrumentos.
Ahora empiezas a preguntarte por qué no
tienes ganas de hacer nada. Parece mucho más seguro esperar simplemente a
que algo ocurra, de alguna forma; es mejor, te dices a ti mismo, no
hacer olas y evitar que la nave se vaya a pique. A lo lejos, ves una
especie de seres vivos acercándose; no sabes si son humanos, pero andan
sobre dos pies. Ellos, decides, te dirán qué hacer.
Nunca más se sabe de ti.
¿Eso es fantasía, dices? ¿Tú no
actuarías así, y ningún otro astronauta jamás lo haría? Tal vez no. Pero
esa es la forma en que la mayoría de los hombres viven sus vidas, aquí,
en la tierra.
La mayoría de los hombres pasa sus días
procurando evadir tres preguntas, cuyas respuestas son la base de cada
pensamiento, sentimiento y acción del hombre, sea consciente de ello o
no: ¿Dónde estoy? ¿Cómo lo sé? ¿Qué debo hacer?
Desde que tienen edad suficiente para
entender estas preguntas, los hombres creen que saben las respuestas.
¿Dónde estoy? Digamos, en Nueva York. ¿Cómo lo sé? Es obvio. ¿Qué debo
hacer? En este punto no están tan seguros – pero la respuesta habitual
es: lo que haga todo el mundo. El único problema parece ser que no son
muy activos, no tienen mucha confianza en sí mismos, no son muy felices –
y sienten a veces un miedo infundado y una culpa indefinible que no
pueden ni explicar ni erradicar.
Nunca han descubierto el hecho de que el
problema proviene de las tres preguntas sin respuesta – y que sólo hay
una ciencia que las puede responder: la filosofía.
La filosofía estudia la naturaleza
fundamental de la existencia, del hombre, y de la relación del hombre a
la existencia. Contrariamente a las ciencias especiales, que tratan sólo
de aspectos particulares, la filosofía trata de aquellos aspectos del
universo que tienen que ver con todo lo que existe. En la esfera de la
cognición, las ciencias particulares son los árboles, pero la filosofía
es el suelo sobre el que crece el bosque.
La filosofía no te dirá, por ejemplo, si
estás en Nueva York o en Zanzíbar (aunque te daría los medios para
averiguarlo). Pero esto es lo que sí te dirá: ¿Estás en un universo
gobernado por leyes naturales y, por lo tanto, estable, firme, absoluto –
y conocible? ¿O estás en un caos incomprensible, un reino de milagros
inexplicables, un flujo impredecible e imprevisible, que tu mente es
impotente para captar? ¿Las cosas que ves a tu alrededor, son reales – o
son sólo una ilusión? ¿Existen independientemente de cualquier
observador – o son creadas por el observador? ¿Son el objeto o el sujeto
de la consciencia del hombre? ¿Son lo que son – o pueden ser
modificadas por un mero acto de tu consciencia, tal como un deseo?
La naturaleza de tus acciones – y de tu
ambición – será diferente, según el conjunto de respuestas que aceptes.
Estas respuestas pertenecen al ámbito de la metafísica – el estudio de
la existencia como tal o, en palabras de Aristóteles, del “ser cual ser”
–, la rama básica de la filosofía.
Sean cuales sean las conclusiones a que
llegues, te verás obligado a responder a otra pregunta corolaria: ¿Cómo
lo sé? Dado que el hombre no es omnisciente ni infalible, tienes que
descubrir qué puedes considerar conocimiento y cómo puedes demostrar la
validez de tus conclusiones. ¿El hombre adquiere conocimiento mediante
un proceso de razón – o por revelación instantánea de un poder
sobrenatural? ¿Es la razón una facultad que identifica e integra el
material provisto por los sentidos del hombre – o se alimenta de ideas
innatas, implantadas en la mente del hombre antes de nacer? ¿Es la razón
competente para percibir la realidad – o posee el hombre alguna otra
facultad cognitiva superior a la razón? ¿Puede el hombre llegar a tener
certeza – o está condenado a la duda perpetua?
El grado de confianza en ti mismo – y de
tu éxito – será diferente según el conjunto de respuestas que aceptes.
Estas respuestas pertenecen al ámbito de la epistemología, la teoría del
conocimiento, que estudia los medios de conocimiento del hombre.
Estas dos ramas constituyen el
fundamento teórico de la filosofía. La tercera rama – la ética – puede
ser considerada como su tecnología. La ética no se aplica a todo lo que
existe, sólo al hombre, pero se aplica a todos los aspectos de la vida
del hombre: su carácter, sus acciones, sus valores, su relación con toda
la existencia. La ética, o moralidad, define un código de valores para
guiar las decisiones y las acciones del hombre – las decisiones y
acciones que determinan el curso de su vida.
Así como el astronauta de mi historia no
supo qué hacer, porque se negó a saber dónde estaba y cómo descubrirlo,
tú tampoco puedes saber lo que debes hacer hasta que conozcas la
naturaleza del universo con el que estás tratando, la naturaleza de tus
medios de conocimiento – y tu propia naturaleza. Antes de llegar a la
ética, tienes que responder a las preguntas formuladas por la metafísica
y la epistemología: ¿Es el hombre un ser racional, capaz de lidiar con
la realidad – o es un impotente ciego incapaz, una mota de polvo
zarandeada por el vaivén universal? ¿Son posibles el triunfo y el
disfrute para el hombre en la tierra – o está condenado al fracaso y a
la desgracia? Dependiendo de las respuestas, puedes proceder a examinar
las cuestiones planteadas por la ética: ¿Qué es bueno o malo para el
hombre – y por qué? ¿Debe ser la principal preocupación del hombre
buscar la felicidad – o escapar del sufrimiento? ¿Debe el hombre
considerar la auto-realización – o la auto-destrucción – como el
objetivo de su vida? ¿Debe el hombre perseguir sus valores – o debe
colocar los intereses de otros por encima de los suyos? ¿Debe el hombre
buscar la felicidad – o el auto-sacrificio?
No es necesario que muestre las
distintas consecuencias de estos dos grupos de respuestas. Puedes verlas
en todas partes – dentro de ti y a tu alrededor.
Las respuestas dadas por la ética
determinan cómo el hombre debe tratar a otros hombres, y esto determina
la cuarta rama de la filosofía: la política, que define los principios
de un sistema social apropiado. Como ejemplo de la función de la
filosofía, la filosofía política no le dirá cuál va a ser tu
racionamiento de gasolina en qué día de la semana – te dirá si el
gobierno tiene derecho a imponer cualquier racionamiento sobre cualquier
cosa.
La quinta y última rama de la filosofía
es la estética, el estudio del arte, que se basa en metafísica,
epistemología y ética. El arte se ocupa de las necesidades – el
reabastecimiento – de la consciencia del hombre.
Algunos de vosotros podríais decir, como
hace mucha gente: “¡Ah, yo nunca pienso en términos tan abstractos – yo
quiero ocuparme de problemas concretos, específicos, de la vida real –
¿para qué necesito filosofía?” Mi respuesta es: Para que puedas ocuparte
de problemas concretos, específicos, de la vida real – o sea, para que
puedas vivir en la tierra.
Puedes afirmar – como hace la mayoría de
la gente– que tú nunca has sido influenciado por la filosofía. Te voy a
pedir que cuestiones esa afirmación. ¿Alguna vez has pensado o dicho lo
siguiente?: “No estés tan seguro – nadie puede estar seguro de nada”.
Esa noción la tomaste de David Hume (y de muchos, muchos otros), aunque
ni siquiera hayas oído hablar de él. O: “Esto puede ser bueno en teoría,
pero no funciona en la práctica”. Eso lo tomaste de Platón. O: “Fue un
acto horrible, pero es sólo humano, nadie es perfecto en este mundo”. Lo
tomaste de San Agustín. O: “Puede ser verdad para ti, pero no es verdad
para mí”. Lo tomaste de William James. O: “¡No pude evitarlo! ¡Nadie
puede evitar nada de lo que hace!”. Lo tomaste de Hegel. O: “No puedo
demostrarlo, pero siento que es verdad”. Lo tomaste de Kant. O: “Es
lógico, pero la lógica no tiene nada que ver con la realidad”. Lo
tomaste de Kant. O: “Es malo, porque es egoísta”. Lo tomaste de Kant.
¿Has oído a los activistas modernos decir: “Actúa primero, piensa
después?” Lo tomaron de John Dewey.
Algunas personas podrían responder: “Por
supuesto, he dicho esas cosas en momentos diferentes, pero no tengo por
qué creer esas cosas todo el tiempo. Puede haber sido verdad ayer, pero
no es verdad hoy”. Lo tomaron de Hegel. Podrían decir: “La consistencia
es el duende de las mentes pequeñas”. Lo tomaron de una mente muy
pequeña, Emerson. Podrían decir: “Pero, ¿uno no puede ceder y tomar
prestadas ideas diferentes de filosofías diferentes de acuerdo a la
conveniencia del momento?” Lo tomaron de Richard Nixon – quien lo tomó
de William James.
Ahora pregúntate: si no estás interesado
en las ideas abstractas, ¿por qué tú (y el resto de los hombres) te
sientes obligado a usarlas? El hecho es que las ideas abstractas son
integraciones conceptuales que engloban un número ilimitado de concretos
– y que sin ideas abstractas no serías capaz de tratar con problemas
concretos, específicos, de la vida real. Estarías en la situación de un
recién nacido, para quien cada objeto es un fenómeno único y sin
precedentes. La diferencia entre su estado mental y el tuyo radica en el
número de integraciones conceptuales que tu mente ha realizado.
No tienes opción en cuanto a la
necesidad de integrar tus observaciones, tus experiencias y tu
conocimiento, en ideas abstractas, es decir, en principios. Tu única
opción es si estos principios son verdaderos o falsos, si representan
tus convicciones conscientes y racionales – o un revoltijo de nociones
pilladas al azar, cuyas fuentes, validez, contexto y consecuencias
desconoces, nociones que, muy probablemente, largarías sin ceremonias si
las conocieses.
Pero los principios que aceptas
(consciente o inconscientemente) pueden chocar o contradecirse entre sí;
ellos, también, tienen que ser integrados. ¿Qué los integra? La
filosofía. Un sistema filosófico es una visión integrada de la
existencia. Como ser humano, no tienes opción sobre el hecho de que
necesitas una filosofía. Tu única opción es si defines tu filosofía a
través de un proceso consciente, racional y disciplinado de pensamiento,
y una deliberación escrupulosamente lógica – o dejas que tu
subconsciente acumule un montón de conclusiones injustificadas,
generalizaciones falsas, contradicciones indefinidas, proverbios sin
digerir, deseos sin identificar, dudas y temores, mezclados por
casualidad, pero integrados por tu subconsciente en una especie de
filosofía incongruente y fundidos en una única y sólida tara: la duda en
ti mismo, como bola y cadena en el lugar donde las alas de tu mente
deberían haber crecido.
Podrías decir, como hace mucha gente,
que no es siempre fácil actuar bajo principios abstractos. No, no es
fácil. Pero, ¿cuánto más difícil es tener que actuar sobre ellos sin
saber lo que son?
Tu subconsciente es como un ordenador –
un ordenador más complejo de cualquiera que los hombres puedan construir
– y su principal función es la integración de tus ideas. ¿Quién lo
programa? Tu mente consciente. Si fallas, si no alcanzas convicciones
firmes, tu subconsciente queda programado por la casualidad – y te
entregas al poder de unas ideas que no sabes que has aceptado. Pero de
una manera u otra, tu ordenador te da informes, cada día y cada hora, en
forma de emociones – que son estimativas relámpago de las cosas a tu
alrededor, calculadas de acuerdo a tus valores. Si programaste tu
ordenador con el pensamiento consciente, conoces la naturaleza de tus
valores y de tus emociones. Si no lo hiciste, no la conoces.
Muchas personas, sobre todo hoy en día,
afirman que el hombre no puede vivir sólo por la lógica, que hay que
considerar el elemento emocional de su naturaleza, y que ellos se dejan
guiar por sus emociones. Bueno, lo mismo hizo el astronauta de mi
historia. Quien lo paga es él – y ellas: los valores y las emociones del
hombre son el resultado de su visión fundamental de la vida. El
programador final de su subconsciente es la filosofía – la ciencia que,
según los emocionalistas, es impotente para influenciar o penetrar los
tenebrosos misterios de sus emociones.
La calidad de lo que sale de un
ordenador, su “output”, está determinado por la calidad de lo que entra
en él, su “input”. Si tu subconsciente está programado por el azar, lo
que él produzca tendrá las mismas características. Probablemente has
oído el elocuente término que usan los analistas de informática: “GIGO”
(“Garbage-In, Garbage-Out”) – o sea, “Entra basura, sale basura”. La
misma fórmula se aplica a la relación entre el pensamiento de un hombre y
sus emociones.
Un hombre que se deja llevar por sus
emociones es como un hombre que se deja guiar por un ordenador cuyos
informes no puede leer. Él no sabe si su programación es verdadera o
falsa, correcta o incorrecta, si le está llevando al éxito o a la
destrucción, si sirve a sus objetivos o a los de algún poder maléfico e
incognoscible. Está ciego en dos frentes: ciego al mundo que le rodea y
ciego a su propio mundo interior; no es capaz de captar ni la realidad
ni sus propios motivos, y vive con un terror crónico de ambos. Las
emociones no son herramientas de conocimiento. Los hombres que no están
interesados en filosofía son los que más urgentemente la necesitan:
ellos son los que están más desesperadamente en su poder.
Los hombres que no están interesados en
filosofía absorben sus principios de la atmósfera cultural que les rodea
– de escuelas, universidades, libros, revistas, periódicos, películas,
televisión, etc. ¿Quién establece el tono de una cultura? Un pequeño
puñado de hombres: los filósofos. Los otros siguen su ejemplo, ya sea
por convicción o por defecto. Desde hace unos doscientos años, bajo la
influencia de Immanuel Kant, la tendencia dominante de la filosofía ha
sido enfocada a un único objetivo: la destrucción de la mente del
hombre, de su confianza en el poder de la razón. Hoy estamos viendo el
clímax de esa tendencia.
Cuando los hombres abandonan la razón,
descubren no sólo que sus emociones no pueden guiarles, sino que no
pueden sentir ninguna emoción excepto una: terror. El aumento de la
adicción a la droga entre jóvenes educados a la moda intelectual de hoy,
muestra el insoportable estado interior de hombres que han sido
privados de sus medios de conocimiento y que buscan escapar de la
realidad – del terror de su propia impotencia para hacerle frente a la
existencia. Observad el temor de estos jóvenes a la independencia, y su
frenético deseo de “pertenecer”, de juntarse a algún grupo, pandilla o
banda. La mayoría de ellos nunca ha oído hablar de filosofía, pero
sienten que necesitan respuestas fundamentales a preguntas que no se
atreven a formular – y esperan que la tribu les diga cómo vivir. Ellos
están listos para ser conquistados por cualquier hechicero, gurú, o
dictador. Una de las cosas más peligrosas que un hombre puede hacer es
cederle su autonomía moral a los demás: como el astronauta de mi
historia, él no sabe si son humanos, aunque anden sobre dos pies.
Ahora puedes preguntar: Si la filosofía
puede ser tan malvada, ¿por qué tiene uno que estudiarla? En particular,
¿por qué tendría uno que estudiar teorías filosóficas que son
descaradamente falsas, no tienen ningún sentido, y no guardan ninguna
relación con la vida real?
Mi respuesta es: Para tu propia
protección – y para defender la verdad, la justicia, la libertad, y
cualquier valor que hayas podido tener o puedas tener algún día.
No todas las filosofías son malvadas,
aunque hay demasiadas que lo son, sobre todo en la historia moderna. Por
otra parte, en la raíz de todo logro civilizado, como la ciencia, la
tecnología, el progreso, la libertad – en la raíz de todos los valores
que hoy disfrutamos, como el nacimiento de este país – encontrarás el
logro de un solo hombre, que vivió hace más de dos mil años:
Aristóteles.
Si lo único que sientes es aburrimiento
cuando lees las teorías prácticamente incomprensibles de algunos
filósofos, coincido totalmente contigo. Pero si las descartas
completamente, diciendo: “¿Por qué tengo que estudiar esas cosas cuando
sé que son tonterías?” – estás equivocado. Son tonterías, pero tú no lo
sabes– no lo sabes mientras continúes aceptando todas sus conclusiones,
todas esas monstruosas “frases hechas” que han producido estos
filósofos. Y no puedes dejar de hacerlo mientras seas incapaz de
refutarlas.
Esas tonterías tratan de los asuntos más
cruciales, cuestiones de vida o muerte de la existencia del hombre. En
el fondo de cualquier teoría filosófica significativa existe un tema
legítimo – en el sentido de que la consciencia del hombre tiene
necesidades reales, las cuales algunas teorías intentan clarificar y
otras intentan ofuscar y corromper para impedir que el hombre jamás las
descubra. La batalla de los filósofos es una batalla por la mente del
hombre. Si no entiendes sus teorías, eres vulnerable a lo peor de ellas.
La mejor forma de estudiar filosofía es
abordarla como uno aborda una novela de misterio: sigue cualquier pista,
rastro e implicación, para poder descubrir quién es un asesino y quién
es un héroe. El criterio de detección son dos preguntas: ¿Por qué? y
¿Cómo? Si un principio dado parece ser cierto – ¿por qué? Si otro parece
ser falso – ¿por qué? y ¿cómo defiende su posición? No vas a encontrar
todas las respuestas de inmediato, pero vas a adquirir una
característica muy valiosa: la capacidad de pensar en términos de lo
esencial.
Nada le es dado al hombre
automáticamente, ni conocimiento, ni confianza en sí mismo, ni serenidad
interior, ni la forma correcta de usar su mente. Cada valor que
necesita o que quiere tiene que ser descubierto, aprendido y adquirido –
incluso la postura correcta de su cuerpo. En este contexto, quiero
decir que siempre he admirado la postura de los graduados de West Point,
una postura que proyecta al hombre en control orgulloso y disciplinado
de su cuerpo. Pues bien, el entrenamiento filosófico le da al hombre la
postura intelectual adecuada – un control orgulloso y disciplinado de su
mente.
En vuestra propia profesión, en la
ciencia militar, vosotros sabéis la importancia de seguirles la pista a
las armas, estrategia y tácticas del enemigo – y de estar listos para
contrarrestarlas. Lo mismo es verdad en filosofía: tenéis que entender
las ideas del enemigo y estar preparados para refutarlas, tenéis que
conocer sus argumentos básicos y ser capaces de demolerlos.
En la guerra física, no enviarías a tus
hombres a caer en una emboscada: harías todo lo posible por descubrir su
ubicación. Pues bien, el sistema de Kant es la emboscada más grande y
más compleja en la historia de la filosofía – pero está tan llena de
fallos que una vez que captas su artimaña puedes desactivarla sin ningún
problema y seguir caminando por encima de ella con total seguridad. Y,
una vez desactivada, los kantianos de segunda clase – los rangos
inferiores de su ejército de filósofos, los sargentos, los soldados
rasos, los mercenarios de hoy – caerán por su propio peso (por su propia
falta de peso), en una reacción en cadena.
Hay una razón especial por la que
vosotros, los futuros líderes del Ejército de los Estados Unidos, debéis
estar filosóficamente armados hoy. Vosotros sois el blanco de un ataque
especial por el sistema kantiano-hegeliano-colectivista que domina
nuestras instituciones culturales en la actualidad. Vosotros sois el
ejército del último país semi-libre que queda en la tierra, y aún así se
os acusa de ser un instrumento del imperialismo – y “imperialismo” es
el nombre que se le da a la política exterior de este país, que nunca
inició conquistas militares y no se aprovechó de las dos guerras
mundiales, las cuales él no inició, aunque participó y las ganó. (Fue,
por cierto, una política absurdamente generosa lo que hizo a este país
derrochar su riqueza en ayudas tanto a sus aliados como a sus antiguos
enemigos.) A algo que llaman “el complejo militar-industrial” – que es
un mito o algo peor – es a lo que se culpa por todos los males de este
país. Matones universitarios gritan demandando que las unidades
militares estén prohibidas de entrar en las universidades. Nuestro
presupuesto de defensa está siendo atacado, denunciado y minado por
gente que proclama que hay que darle prioridad financiera a jardines de
rosas ecológicos y a clases de auto-expresión estética para residentes
de barrios pobres.
Algunos de vosotros tal vez estéis
desconcertados por esta campaña y preguntándoos, de buena fe, qué error
habéis cometido para llegar a esto. Si es así, es de extrema urgencia
que entendáis la naturaleza del enemigo. Estáis siendo atacados, no por
vuestros errores o defectos, sino por vuestras virtudes. Estáis siendo
denunciados, no por vuestras debilidades, sino por vuestra fuerza y
vuestra competencia. Estáis siendo penalizados por ser los protectores
de los Estados Unidos. A un nivel inferior del mismo tema, un tipo de
campaña similar se está llevando a cabo contra la policía. Los que
tratan de destruir este país están tratando de desarmarlo – intelectual y
físicamente. Pero no es una mera cuestión política; la política no es
la causa, sino la consecuencia última de las ideas filosóficas. No se
trata de una conspiración comunista, aunque algunos comunistas pueden
estar participando – como gusanos aprovechándose de un desastre que no
tuvieron el poder de causar. La motivación de los destructores no es el
amor al comunismo, sino el odio a los Estados Unidos. ¿Por qué odio?
Porque Estados Unidos es la refutación viviente del universo kantiano.
La empalagosa preocupación actual por el
débil, el deficiente, el que sufre, el culpable, es un tapujo para
enmascarar el odio profundamente kantiano por el inocente, el fuerte, el
capaz, el triunfador, el virtuoso, el seguro de sí mismo, el feliz. Una
filosofía empeñada en destruir la mente del hombre es necesariamente
una filosofía de odio por el hombre, por la vida del hombre, y por todo
valor humano. El odio de lo bueno por ser bueno, es el sello distintivo
del siglo XX. Ese es el enemigo que estás enfrentando.
Una batalla de este tipo requiere armas
especiales. Tiene que ser combatida con total entendimiento de tu causa,
una total confianza en ti mismo, y la más plena certeza de la rectitud
moral de ambas. Sólo la filosofía puede proporcionarte esas armas.
La tarea que me propuse para hoy no fue
convenceros de mi filosofía, sino de filosofía como tal. Sin embargo, he
estado hablando implícitamente de mi filosofía en cada frase – ya que
ninguno de nosotros y nada de lo que digamos puede escapar de premisas
filosóficas. ¿Cuál es mi interés egoísta en el asunto? Estoy lo
suficientemente segura para pensar que si aceptáis la importancia de la
filosofía y la tarea de examinarla críticamente, será mi filosofía la
que aceptaréis. Formalmente, la llamo Objetivismo, pero informalmente la
llamo una filosofía para vivir en la tierra. Encontraréis una
presentación explícita de ella en mis libros, sobre todo en La Rebelión
de Atlas.
Para concluir, permitidme que hable en
términos personales. El evento de esta noche significa mucho para mí. Me
siento profundamente honrada por la oportunidad de dirigirme a
vosotros. Puedo decir – no como un bromuro patriótico, sino con pleno
conocimiento de las raíces metafísicas, epistemológicas, éticas,
políticas y estéticas necesarias – que los Estados Unidos de América es
el más grandioso, el más noble y, en sus principios fundadores
originales, el único país moral en la historia del mundo. Hay una
especie de aura de tranquilidad asociada en mi mente con el nombre de
West Point – porque habéis conservado el espíritu de los principios
fundadores originales y sois su símbolo. Había contradicciones y
omisiones en esos principios, y puede haber en los vuestros – pero estoy
hablando de la esencia. Puede que algunos individuos en vuestra
historia no estuvieran a la altura de vuestros más altos estándares –
como pasa en cualquier institución – puesto que ninguna institución y
ningún sistema social puede garantizar la perfección automática de cada
uno de sus miembros; eso depende del libre albedrío del individuo. Estoy
hablando de vuestros estándares. Habéis conservado tres cualidades de
carácter que eran típicos en la época del nacimiento de América pero que
prácticamente han desaparecido hoy: seriedad – dedicación – sentido del
honor. Honor es autoestima hecha visible en acción.
Habéis elegido arriesgar vuestras vidas
por la defensa de este país. No voy a insultaros diciendo que estáis
dedicados a un servicio desinteresado – eso no es virtud en mi
moralidad. En mi moralidad, la defensa del propio país significa que un
hombre está personalmente opuesto a vivir como el esclavo conquistado de
cualquier enemigo, sea extranjero o nacional. Esa es una enorme virtud.
Algunos puede que no seáis conscientes de ello. Quiero ayudaros a daros
cuenta de eso.
El ejército de un país libre tiene una
gran responsabilidad: el derecho a usar la fuerza, pero no como
instrumento de coacción y de conquista bruta – como han hecho los
ejércitos de otros países en sus historias – sino sólo como instrumento
para la defensa propia de una nación libre, lo que significa: la defensa
de los derechos individuales del hombre. El principio de usar la fuerza
sólo en represalia contra los que inician su uso, es el principio de la
subordinación del poder al derecho. Para esa tarea se requieren la más
alta integridad y sentido del honor. Ningún otro ejército en el mundo lo
ha conseguido. Vosotros sí.
West Point le ha dado a América una
larga lista de héroes, conocidos y desconocidos. Vosotros, los graduados
de este año, tenéis una gloriosa tradición que mantener – la cual
admiro profundamente, no por ser una tradición, sino por ser gloriosa.
Como llegué de un país culpable de la
peor tiranía en la tierra, me siento especialmente capacitada para
apreciar el significado, la grandeza y el valor supremo de lo que estáis
defendiendo. Así, en mi propio nombre y en el nombre de los muchos que
piensan como yo, os quiero decir, a todos los hombres de West Point,
pasados, presentes y futuros.
Gracias.
Gracias.
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