domingo, 2 de junio de 2013

El amor

El amor es como el alma, una chispa divina, incorruptible, indivisible. Es el fuego interior, inmortal e infinito, que nada puede limitarlo y nada puede tocarlo. Lo sientes ardiendo en tus huesos y lo ves brillar en las profundidades del cielo. Cualquier amor verdadero es absoluto y eterno aunque se construye sobre el terreno de la más flagrante fragilidad. La belleza es efímera, la sensibilidad se embota, el cuerpo envejece. El amor no se repite, todo amor es un caso particular, único, absoluto y irreductible. Cuantos humanos, tantos amores. Aunque las personas tienen ciertas semejanzas cada uno vive el amor a su manera. Según Jose Ortega y Gasset, el amor pleno que nace en las profundidades de una persona no puede morir. Permanece injertado para siempre en el alma sensible. Las circunstancias – por ejemplo la distancia – impedirá la nutrición necesaria del amor y entonces este perderá volumen, se convertirá en un hilo sentimental, en una vena corta de emoción qué surge del sótano de la conciencia. Pero no morirá  su calidad emocional seguirá intacta. En esa radical profundidad, la persona que amo de verdad continuará sentirse apegada al ser querido. Aunque andará de aquí allá en el espacio físico y social, continuará junto a su alma eternamente. Este es el síntoma del verdadero amor: estar junto al ser querido, en un contacto y una proximidad más profunda que la espacial. Se trata de una convivencia vital con el otro. Jose Ortega y Gasset demuestra que la estructura emocional del hombre y la mujer en el enamoramiento es diferente: el alma femenino tiende a vivir con un solo eje atencional, que en cada época de su vida se encuentra en una cosa. Para hipnotizarla o hacerla enamorarse es suficiente captar esa única onda de atención  En comparación con la estructura concéntrica del alma femenino  en el psiquismo del hombre se encuentran siempre epicentros. La mujer enamorada normalmente se atormenta por no poder encontrar nunca la integridad del hombre amado. Siempre lo encuentra distraído  pareciendo haber dejado por el mundo zonas dispersadas del alma. Y viceversa, el hombre sensible se siente a menudo avergonzado al ver que es incapaz de ofrecerse completamente ante la presencia de la totalidad ofrecida por la mujer. Por eso el hombre siempre se siente torpe en el amor e incapaz de la perfección que la mujer si logra.
La vida y la literatura nos enseña que el amor puede ser repentino, loco, irresponsable o más bien oculto, platónico  metafísico o de venganza. El amor puede ser vulgar, carnal pero es el que puede llegar a las zonas más altas de la espiritualidad del ser. 

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