Fue el cristianismo el que empezó a sustituir la contemplación del mundo
por la tragedia del alma. Pero al menos se refería a una naturaleza
espiritual y, a través de ella, conservaba cierta seguridad. Muerto
Dios, no quedan más que la historia y el poder. Desde hace mucho tiempo,
todos los esfuerzos de nuestros filósofos no han ido dirigidos más que
reemplazar la noción de naturaleza humana por la de situación, y la
antigua armonía por el impulso desordenado del azar o el movimiento
implacable de la razón. Mientras que los griegos marcaban a la voluntad
los límites de la razón, nosotros hemos puesto, como broche, el impulso
de la voluntad en el centro de la razón, que se ha vuelto asesina. Para
los griegos, los valores eran preexistentes a toda acción, y marcaban,
precisamente, sus límites. La filosofía moderna sitúa sus valores al
final de la acción. No están, sino que se hacen, y no los conoceremos
del todo más que cuando la historia concluya. Con ellos, desaparecen
también los límites, y, como las concepciones acerca de lo que habrán de
ser aquéllos difieren, y como no hay lucha que, sin el freno de esos
mismos valores, no se prolongue indefinidamente, hoy los mesianismos se
enfrentan y sus clamores se funden con el choque de los imperios. Según
Heráclito, la desmesura es un incendio. El incendio se extiende,
Nietzsche ha sido superado. Europa no filosofa a martillazos, sino a
cañonazos.
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