Hay dos tipos de
libros: los libros que te exigen obediencia y los que te ofrecen
libertad. Están los que alguien interpreta por ti y los que te abren
mares de imaginación. Están los que no cambian siglo tras siglo y los
que son nuevos cada vez que vuelves a ellos. Sí, existen dos clases de
libros, como existen dos clases de seres humanos: los que viven al
amparo de lo dicho y los que cada día sueñan su futuro.
El
23 de abril es el Día del Libro, una festividad comercial que trata de
vender libros. No es tanto el día del libro como el día del
libro-producto, el día cuyo éxito se traduce en los niveles de las
ventas. Pero el éxito de los libros es otro y no todos valen para ello.
El éxito de un libro es convencerte de que eres un ignorante. Hay miles
de libros que nos ofrecen la sabiduría, que nos aseguran que tras
leerlos ya no necesitaremos leer más. Desconfiemos de esos libros
prepotentes. Los libros verdaderamente buenos son los que siembran la
discordia en nuestras mentes y nos hacen dudar, al menos, una duda
razonable. Los buenos libros son siempre preguntas sin responder porque
reflejan la perplejidad ante el mundo.
Con
los buenos libros ocurre como con la Ciencia. El trabajo de los
científicos hoy es saber plantearse buenas preguntas. Saben que sin
preguntas no hay respuestas. Y que cada respuesta es la antesala de la
siguiente pregunta. Los buenos lectores, como los buenos científicos,
siempre están en marcha. Por eso los buenos científicos siguen
investigando y los buenos lectores siguen leyendo. Pronto amas más las
preguntas que las respuestas, descubres el placer en la energía que te
recorre con la duda. No es la duda del miedo; es la duda de la libertad,
la duda de ir de la mano de tu propia curiosidad y de ninguna otra
mano.
La
escritora libanesa Joumana Haddad ha expresado bien la diferencia que
marca la lectura, la buena lectura, en un entorno externo represor:
[…]
a pesar de mi formación tradicional y del peso del miedo, internamente
crecí libre porque mis lecturas me emanciparon (y la libertad, según fui
aprendiendo con el tiempo, empieza en la mente antes de reflejarse en
la expresión y la conducta de una persona).* (34)
Demasiado
volcados en lo público y en lo social, olvidamos que la libertad nace de
dentro, en la vida interior. Y el mejor alimento para esa vida
interior, para fomentar ese deseo libertad es la lectura de buenos
libros. Porque la libertad es un acto de la imaginación; es primero
soñarse diferente, imaginarse diferentes respuestas a nuestras múltiples
preguntas. Hay libros que nos imponen un destino y nos cierran la
imaginación; hay otros que nos arrojan a nuestra libertad interior en
mitad de un mundo oscuro, lleno de condicionamientos y restricciones.
Nuestra
civilización es cada vez más centrífuga, volcada hacia lo externo.
Vamos perdiendo una cultura centrada en la reflexión individual, en las
preguntas que crecen desde dentro. Somos bombardeados permanentemente
con soluciones que se anticipan a nuestras necesidades —espirituales,
comerciales o alimenticias— creándolas. Estamos haciendo una
civilización de impulsos, de respuestas conductistas programadas. Es lo
contrario de la libertad, es lo contrario de la imaginación.
La
mayor parte de los libros que producimos tienen muy poco valor. Pero
hay unos pocos libros, unos textos que han sobrevivido a los siglos
porque sus preguntas siguen sin contestar a la espera de que les demos
respuestas provisionales y que nos convencen de que, por más que nos
fastidie, somos seres humanos frágiles, confusos e ignorantes. Pero eso
nos hace querer ser mejores. Es la conciencia de esa fragilidad la que
nos hace respetar a los demás, la que nos hace dialogar, buscar
soluciones mejores a preguntas que nunca tendrán respuesta definitiva,
afortunadamente. En el otro lado están los que tienen soluciones
perfectas y para siempre, los que no dudan nunca, los que consideran que
preguntar es peligroso o de mal gusto.
Decía
Henri Bergson que la Naturaleza había producido dos obras maestras: por
un lado el máximo orden, los insectos sociales, en los que todo está
programado genéticamente; por otro lado, en el otro extremo, la libertad
humana. Las hormigas no leen. Muchos seres humanos han dejado de
hacerlo.
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