sábado, 20 de julio de 2013

La caida

Mire usted, quisiera ser capaz, seré capaz, sí, un día todos seremos capaces de hacerlo y entonces nos salvaremos. Pero no es fácil, pues la amistad es distraída o, por lo menos, impotente. Lo que ella quiere, no puede realizarlo. Acaso, después de todo, lo que ocurre es que no lo quiere suficientemente, ¿no es así? ¿Acaso no amemos suficientemente la vida? ¿Advirtió usted que sólo la muerte despierta nuestros sentimientos? ¡Cómo queremos a los amigos que acaban de abandonarnos! ¿No le parece? ¡Cómo admiramos a los maestros que y a no hablan y que tienen la boca llena de tierra! El homenaje nace entonces con toda espontaneidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiéramos durante toda su vida. Pero, ¿sabe usted por qué somos siempre más justos y más generosos con los muertos? La razón es sencilla. Con ellos no tenemos obligación alguna. Nos dejan en libertad, podemos disponer de nuestro tiempo, rendir el homenaje entre un coctel y una cita galante; en suma, a ratos perdidos. Si nos obligaran a algo, nos obligarían en la memoria, y lo cierto es que tenemos la memoria breve. No, en nuestros amigos, al que amamos es al muerto reciente, al muerto doloroso; es decir, nuestra emoción, o sea, ¡a nosotros mismos, en suma! 

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Mi punto de partida, mi principio, consiste en no admitir nunca excusas para nadie. Niego la buena intención, el error estimable, el paso equivocado, la circunstancia atenuante. Yo no bendigo, no distribuyo absoluciones. Sencillamente, lo sumo todo y luego digo: "Éste es el monto. Usted es un perverso, un sátiro, un mitómano, un pederasta, un artista, etc." Así mismo.
Secamente. En filosofía, lo mismo que en política, soy, pues, partidario de toda teoría que niega la inocencia del hombre y de toda práctica que lo trata como culpable. En mi está viendo usted, querido amigo, un partidario ilustrado de la servidumbre. A decir verdad, sin la servidumbre no es posible llegar a una solución definitiva. Lo comprendí muy rápidamente. Antes yo tenía la libertad sólo en la boca. Cuando me desayunaba, yo la extendía sobre las rebanadas de pan, la masticaba todo el día y entonces, en medio de la gente tenía yo un aliento deliciosamente refrescado por la libertad. Asestaba esta palabra maestra a quienquiera que me contradijera. La había puesto al servicio de mis deseos y de mi poder. La murmuraba en el lecho al oído adormecido de mis amigas y ella me ayudaba a plantarlas. La deslizaba ... Vaya, me excita y pierdo la medida. Después de todo, hube de hacer de la libertad un uso más desinteresado y hasta, juzgue usted mi ingenuidad, hube de defenderla dos o tres veces, sin llegar, claro está, a morir por ella; pero así y todo, corriendo algunos riesgos. Tiene que perdonarme esas imprudencias; no sabía lo que hacía. No sabía que la libertad no es una recompensa ni una condecoración que se celebra con champán; ni tampoco un regalo, una capa de golosinas destinada a satisfacer la gula. ¡Oh, no! por el contrario, con ella uno es un vasallo de digno servicio y debe emprender una carrera total, solitaria, extenuante. Nada de champán, nada de amigos que levanten sus copas y que nos miren con ternura. Está uno solo en una lúgubre sala, solo en él banquillo, frente a los jueces, y solo para decidir frente a sí mismo o frente al juicio de los otros. Al cabo de toda libertad hay una sentencia. Aquí tiene usted la razón de que la libertad sea una carga demasiado pesada. Sobre todo cuando uno tiene fiebre o pesares o no ama a nadie. 

El sentido que tiene mayor peso respecto a la vida es cuando se ama, “en cierto sentido es bien singular, porque ¿a quién habíamos de responder en este mundo, sino a los que amamos?. El hacer experiencia viva del amor transforma al sujeto, sin embargo puede ser un aspecto contrastante, puede llevar al hombre a un clima superior como a la inferioridad más profunda que el ser pueda experimentar. Él mismo se describe como un hombre al que le llovieron las mujeres, su técnica consistía en hacerse menos ante ellas y saber escucharlas con toda la delicadeza como la paciencia que el hombre pueda desarrollar, al cumplir estos requisitos les hacía sentir como seres protegidos: “Las amaba, lo que equivale a decir he amado a ninguna”, “por supuesto el verdadero amor es excepcional, a lo sumo hay dos o tres por siglo. Lo demás es vanidad o aburrimiento”.
El pensamiento absurdo dentro de la historia y en confrontación con el amor está en que:

“El acto de amor es en verdad una confesión. En él grita ostensiblemente el egoísmo, se manifiesta la vanidad, o bien se revela allí una generosidad verdadera”. 


En esta primera parte de la historia Camus deja ver la reflexión absurda sobre la vida, el hecho de que nunca podrá ser experimentada o disfrutada al máximo. La descripción del hombre contemporáneo y las decisiones existenciales que marcan el estilo de vida que están movida por cada hecho que el hombre vive. Lo absurdo estará presente en cada momento de la persona, en este caso en Jean-Baptiste quien, de ser un abogado de prestigio, ahora es un juez penitente que asume las consecuencias de su vida. Finalmente, Camus hace una reflexión sobre actos sencillos que pueden marcar al hombre para dar sentido a la vida, sea productiva o fatalista, en este caso, el suicidio.

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