Diario de un seductor
El
amor tiene muchos misterios y el misterio es ya de por sí, si no el
mayor, por lo menos el primer estado de pasión. La mayor parte de los
hombres se arrojan como locos en el camino del amor, se ponen de novios y
cometen otras liviandades semejantes de modo que lo único que consiguen
es arruinarlo todo en un instante, sin siquiera tener grabado en su
espíritu ni lo que conquistaron ni lo que perdieron.
(...)
Cuando una muchacha no nos provoca prontamente, desde la primera mirada,
una impresión tan fuerte que sea capaz de hacer despertar en nosotros
una imagen ideal de sí misma, no es, en general, digna de que nos
tomemos el trabajo de buscarla en la realidad.
Pero si despierta esa imagen, entonces nos sentimos, por grande que sea
nuestra experiencia, como dominados, arrastrados por una fuerza
desconocida. Para aquél que no tenga confianza en su mano, en sus ojos, y
por tanto en la victoria, le aconsejo que dirija sus ataques al primero
de estos estados de pasión, porque entonces, al mismo tiempo que se
siente dominado por fuerzas sobrenaturales, cree que posee esas fuerzas
en sí mismo, pues el ser dominado es el resultado de una mezcla de
simpatía y de egoísmo. Pero en tal estado ha de faltarle un placer: la
situacion gozosa, porque dentro de ella esta preso el mismo, en ella se
halla sumergido y escondido. -Obtener lo bello resulta siempre difícil,
es fácil alcanzar lo interesante- Pero siempre es bueno acercarnos a las
dos cosas todo lo que nos sea posible; ese es el verdadero placer. Y
hasta llego a no entender cuál es el placer que otros van buscando.
La posesión sólo por si misma es algo vulgar, y los medios de que los
vehementes se suelen servir la mayor parte de las veces para eso son
bastante bajos: No tienen escrúpulo de emplear para sus fines dinero,
fuerza, influencias de otras personas, y hasta narcóticos. ¿qué placer
puede haber en un amor que no contenga en sí el abandono absoluto de una
de las dos partes? Para esto se necesita mucho espíritu y esa clase de
apasionados normalmente carecen de espíritu.
Soren Kierkegaard
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