Quiero empezar esta entrada nombrando y alabando la valentía, que -como 
ya sabe el lector- es la misma de la que hacen gala los guerreros, allí 
donde las luchas siempre son a vida o muerte. Se dirá, que un espíritu valiente,
 vive acostumbrado al vértigo de perderlo todo, el, no sufre por alguna 
pasión, prefiere agarrar ese placer, y alcanzar hasta componer la forma 
del gusto, busca la sorpresa y esa es su virtud, encontrar en esta 
emoción neutra, lo aún no visible. Se observan a si mismos fugaces, 
huyen de su subjetividad, de formar bloques y conjuntos -no pierden 
tiempo en estas cosas.
Y, ¿Quién sabe sobre esta valentía?, Se pueden conocer grandes filósofos que se lo jugaron todo. Todo lo antes creído. Y les diría que conocen esta valentía. En Nietzsche, al leerlo, es fácil observar esta valentía,
 en su afán por no crear escuela -superar el miedo de perder el nombre-,
 el fue quien detesto el sistema, guardándose de crear una teoría e 
ideando trampas a sus futuros discípulos. Lucho así contra el afecto de 
auto conservación, de supervivencia.
Cuando creyó en la sorpresa y el miedo, fue valiente, el luchó con estas armas en su filosofía.
 Con miedo te muestra la debilidad, la insuficiencia y el temor - 
siempre se sufre por supervivencia-, y después te asombra, te convierte 
en perplejo y admirativo, te sorprende. Esto es algo que el gustaba de 
hacer, sorprender y enmudecer a golpe de martillo, sangrar al lector en 
un malestar preocupante, y , a la vez, guardarse de devenir ídolo, con 
escritos impregnados de época y rencores, para esperar  el momento, en 
que mostrar lo inimaginable.
Quizá el sabía -como saben los nuevos psicólogos de la emoción- de la tremenda adaptación del miedo, implicando al organismo en la búsqueda de un objetivo. En ese estado, conservas el animo propicio para afrontar un peligro, detectando y produciendo respuestas sobre la conducta. Ahora, sabemos que como pasión, la respuesta primaria es escapar -la persona con miedo escapa- y si no puede huir, se hace muy urgente buscar una solución. Ahora, se pensará: ¿Cual era esa afición de Nietzsche por jugar con nuestras amígdalas? cuando avisó en el anticristo, que pensaba romper los oídos del filósofo, y al tiempo, construyo una trampa para creyentes.
Quizá el sabía -como saben los nuevos psicólogos de la emoción- de la tremenda adaptación del miedo, implicando al organismo en la búsqueda de un objetivo. En ese estado, conservas el animo propicio para afrontar un peligro, detectando y produciendo respuestas sobre la conducta. Ahora, sabemos que como pasión, la respuesta primaria es escapar -la persona con miedo escapa- y si no puede huir, se hace muy urgente buscar una solución. Ahora, se pensará: ¿Cual era esa afición de Nietzsche por jugar con nuestras amígdalas? cuando avisó en el anticristo, que pensaba romper los oídos del filósofo, y al tiempo, construyo una trampa para creyentes.

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